Un completo desconocido: El Dylan de Timothée y el desaire de los Óscar 

Ya sabemos los resultados de los Óscar y, para sorpresa de nadie, Un completo desconocido que había conseguido ocho nominaciones, se fue con las manos vacías. Siendo honesto, la mayoría de las nominaciones de este año me dejaron bastante decepcionado, especialmente Emilia Pérez, La sustancia y Anora, que se llevó el premio a mejor película. Pero en medio de tanta mediocridad, Un completo desconocido fue la única película que realmente me conmovió. Hoy quiero hablar de ella y de cómo logró capturar ese espíritu inconformista de rebelarse contra lo establecido y rechazar la mediocridad.

Vi la película durante un fin de semana tranquilo, solo en casa. El clima estaba tan gris como mi ánimo respecto a los Óscar de este año, pero bajo ese cielo apagado quedé completamente atrapado por la energía rebelde y vibrante de la segunda mitad del film. En la historia, Bob Dylan , interpretado por Timothée Chalamet , enfrenta una presión constante por parte de la industria de la música country tradicional, hasta que decide no permanecer en silencio. Se deshace de la clásica mezcla de guitarra acústica y armónica y cambia radicalmente las reglas del juego: se lanza de lleno al rock con guitarra eléctrica, baterías atronadoras y una voz áspera que le responde de frente a las burlas y el desprecio de la multitud. Ese momento, en el que desafía a la autoridad bajo los reflectores, despertó en mí una sensación feroz de libertad y autenticidad.

Todavía tengo la imagen de Bob Dylan en el escenario, dejando el alma en cada nota con una intensidad cruda. No intentó complacer al público ni ajustarse a sus expectativas; al contrario, canalizó su enojo y determinación de una forma casi autodestructiva. Su rebeldía no era por el show, era un rechazo total a las normas establecidas. Recuerdo haber pensado: “Ey, esto es arte de verdad, no esa rutina vacía diseñada para agradar al mercado”. Para mí, esa energía encaja perfectamente con el espíritu de Peliplat, que apuesta por perspectivas frescas, vanguardistas y diversas. Porque, al final, ¿por qué deberíamos dejar que supuestas "autoridades" y "estándares" nos dicten qué es bueno y qué no? El arte real y las ideas genuinas no deberían temer ir a contracorriente, sino atreverse a romper moldes.

Hablando de Peliplat, tengo que ser sincero: a veces la sección de comentarios parece una "fábrica de me gustas", llena de personas que buscan desesperadamente clics de aprobación. Es inevitable poner los ojos en blanco. Pero, a la vez, esa atmósfera caótica y sin filtro es un reflejo de nuestro tiempo. Claro, muchas opiniones son exageradas o buscan llamar la atención, pero esta plataforma sigue siendo uno de los pocos espacios donde puedo expresarme con total libertad. Con todos sus defectos y el bombardeo constante de respuestas robóticas, sigo aquí porque al menos no tengo que preocuparme por la censura o por métricas manipuladas.

Para mí, la negativa de Bob Dylan a ceder en la película representa a la perfección la mentalidad de la Generación Z. Estamos hartos de que nos encasillen y nos digan cómo tenemos que vivir. Igual que en los años 60, cuando los rituales de la vieja escuela, los envases comerciales y las interpretaciones estereotipadas del country tradicional habían perdido su encanto, el giro rockero del artista —por más caótico que fuera— recuperó la autenticidad perdida.

No puedo evitar desahogarme sobre las nominaciones de este año. Películas como Emilia Pérez y La sustancia me hicieron pensar “es la misma fórmula de siempre, cero innovación”. Y Anora, aunque ganó el premio a mejor película, me pareció demasiado pulcra, demasiado calculada, con una emotividad forzada que no terminó de convencerme. Pero, en realidad, no sorprende. En la industria actual, el cine se siente cada vez más como una cadena de producción masiva: todos copian la misma fórmula y se olvidan que el verdadero arte se basa en la honestidad y la singularidad. Porque no nos engañemos: no todas las películas premiadas son realmente buenas, ni todos los filmes catalogados como "clásicos" alcanzan un nivel más profundo. Muchas veces, los premios no son más que estrategias de marketing, mientras que el verdadero valor de una película está en la conexión genuina que logra con su audiencia.

A veces me pregunto seriamente si los llamados “críticos de cine” y las ceremonias de premios nos están tomando el pelo. Parece haber una regla no escrita: cuantas más nominaciones reciba una película, más "elementos artísticos" tendrá. Pero, en la práctica, muchas solo buscan complacer nichos específicos o intereses comerciales, mientras que los filmes que realmente se arriesgan y desafían lo establecido son cada vez más escasos. Un completo desconocido no ganó nada, pero su estilo poco convencional y su valentía para mostrar emociones genuinas son lo que la hacen memorable.

Volviendo a la película, admito que su estructura es extraña y no sigue el esquema narrativo tradicional. Es precisamente esta rareza y voluntad de romper las reglas lo que la hace destacar entre las demás nominadas poco creativas. Necesitamos una voz que se atreva a traspasar los límites y desafiar la autoridad, no una que simplemente complazca a las masas con clichés reciclados. La actuación de Dylan en la película no fue solo un experimento musical, fue una declaración: no importa cuánto se ría el mundo, yo voy a ser yo y hacer lo que quiero.

Después de verla, me quedé con una emoción intensa, una sensación que iba mucho más allá de simplemente haber apreciado una "película de arte". Fue una conexión profunda, un descontento compartido con el statu quo y una esperanza salvaje por lo que podría ser. En la vida, constantemente nos vemos atrapados por estándares y reglas que nos impiden expresarnos con autenticidad. Películas como esta nos recuerdan que, incluso en los rincones más oscuros, siempre hay una chispa que brilla.

En definitiva, aunque los Óscar de este año me dejaron un sabor amargo en muchos aspectos, al menos me dieron un atisbo de lo que aún es posible en medio de tanta mediocridad. El Dylan de la película me recordó que, incluso si todos los demás siguen la misma vieja melodía, siempre habrá alguien dispuesto a desafinar y a ser fiel a sí mismo. Y eso es una llamada de atención: dejar de seguir la corriente, atrevernos a cuestionar y desafiar lo establecido… porque solo así podemos ver la luz de verdad.


¡Nos volveremos a ver para seguir debatiendo sobre películas!

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