Volver a transitar el mismo camino
Cuando Joel y Clementine se dieron cuenta de lo que sucedía, se rieron cómo niños. Aunque era una risa que escondía mucho, perplejidad, sorpresa, y bastante incomodidad.
Pero decidieron verlo como una señal favorable del destino. En ese momento tenían sólo dos certezas.
La primera, era esta atracción innegable que sintieron desde el instante en el que se dirigieron la palabra.
La segunda, fue que saber que ambos habían borrado de la memoria al otro y mutuamente, era un símbolo de lo parecidos que eran.
— Lo repetiré sólo una vez más, Joel, porque necesito saber si realmente podrás lidiar conmigo.
— Te escucho, Clem.
— Soy muy cambiante, me aburro fácilmente y me irritan los que se quedan callados y no dicen lo que sienten.
— Está bien, lo acepto. Pero no es gratis, también deberás lidiar conmigo. No hablo mucho, detesto el ruido, y prefiero quedarme en casa. Tampoco estoy cómodo entre muchas personas. ¿Serás capaz de aguantarme cómo soy?
Clementine bajó la mirada durante un momento, pensativa. En realidad, lo que dijo no sonaba bien. Era más que obvio que eran el agua y el aceite.
Pero en cuestiones del amor, pocas veces se usa el sentido común.
— Creo que si…— dijo.
Joel, por su parte, se dio cuenta de inmediato de lo vago de su respuesta. ¿Debería haber insistido en que lo pensara bien? Podría haberle pedido que fuese más específica, y hablar al respecto.
Pero no. No lo hizo. Obvió el sentido común. Ahora necesitaba tenerla cerca, sin importar cómo.
La amenaza del rencor
Clementine pasó el fin de semana en la casa de Joel. Y todo fue más que satisfactorio.
Experimentaron una pasión plena, muy placentera y reconfortante. Se deleitaron en comprobar que sus cuerpos aún se recordaban, y que se complementaban íntimamente a la perfección.
Y lo mejor de eso, fue que después de cada momento ardiente que compartieron, disfrutaron de expresiones de afecto, que algunos podrían juzgar de ordinarias.
Pero permanecer abrazados, besándose largamente, convertía el sexo en algo más. Posiblemente, en eso que solía definirse como hacer el amor.
El lunes, Clem se despertó temprano porque tenía que ir a trabajar. Tras una despedida colmada de besos y abrazos interminables, y la promesa de mandarse mensajes a cada segundo, fue hasta su casa para vestirse apropiadamente.

Al salir, encontró a alguien que hasta entonces había olvidado. Era el chico con el que estuvo saliendo, le dio pena verlo allí.
— ¡Oh, Patrick! — dijo perpleja.
— ¡Clem! No has respondido a mis llamadas, y ayer esperé toda la tarde a que regresaras.
— ¡Lo siento tanto! — repuso con visible incomodidad. — Es que pasó algo. ¡Dios, vas a odiarme! Pero es mejor que te lo diga. Conocía a alguien… Es raro, porque resulta ser que en realidad lo conocí antes, pero lo olvidé. Y el también me olvidó, pero nos encontramos y descubrimos que sentimos cosas el uno por el otro… — lo observó apenada, se sentía como una bruja.
— Pero ¡Clem! ¡Mi mandarinita! ¿Qué hay de nosotros?
— Has sido muy lindo conmigo. Pero, admitámoslo, ¡jamás conectamos, Patrick! En cambio, Joel y yo…
— ¿Joel? ¿Te refieres a Joel Barish?
— Si, pero ¿cómo sabes quién es…?
— Es el tipo que te hiciste borrar de la memoria, Clem. ¡Claro que lo conozco!
— ¡Un momento! ¿cómo sabes que me sometí a ese procedimiento? ¡Hasta hace poco, ni siquiera yo lo sabía!
Patrick bajó la cabeza, dudando. Pero ya que estaba todo perdido, decidió ser honesto.
— Yo era uno de los técnicos que lo hizo. Stan y yo fuimos a tu casa, mientras dormías y lo sacamos de tus pensamientos. Y entonces, me enamoré de ti. Supe que debía tenerte, cómo sea.
— Eso significa que cuando te acercaste a mí en la librería, ¿ya sabías quién era?
— Bueno, sí. Pero además sabía cómo ganar tu atención…
— ¿A qué te refieres?
Entonces Patrick fue hasta su coche y sacó algo del asiento trasero. Cuando regresó a ella, tenía una bolsa de consorcio que contenía diferentes objetos.
— Todo se vale en la guerra y en el amor…— dijo, en un intento de justificarse. — Usé lo que quedó de su relación… aquí hay mucho. Las hojas de tu diario en las que hablas de él, fotografías, recuerdos de sus citas…
Clementine tanteó algunas cosas, pero la sensación que obtuvo fue desconcertante. Reconoció su propia letra, pero en ese momento le pareció que eran cosas de alguien más.
Entonces se percató de que Patrick no fue más que un embaucador.
— Ahora veo porque tenías gestos tan hermosos, pero jamás logré que me gustaras. ¡Eres un asqueroso manipulador!
— Pero ¡Clem! ¿No ves por qué lo hice? ¡Fue porque te amo y haría cualquier cosa por ti!
— ¡No, Patrick! ¡Lo único que quieres es salirte con la tuya! ¡Vete! ¡Sal de mi vista en este momento!
— ¡Eres una maldita zorra! ¡Me dejas por el tipo que te lastimó tanto que deseaste eliminarlo de tu vida! ¡Yo fui el que lo logró! ¿Y así me pagas? Pero me alegra, ¡regresa con él, a esa relación tóxica que tuvieron! Y cuando seas otra vez miserable, ¡te acordarás de mí!
Tras su oscura sentencia, Patrick se perdió en el horizonte, para no regresar jamás. Pero detrás de sí dejó algo, la bendita bolsa con recuerdos de una relación de la que no tenía ni idea.
Clementine pensó en depositarla en los cubos de basura de la calle. Pero sucumbió a un segundo pensamiento. Abrió la puerta de su casa y la dejó a un costado.
¡Múdate conmigo!

Durante los siguientes días se olvidó de ese incidente. Las citas con Joel se volvieron más frecuentes y su deseo de estar juntos creció.
Un mes después decidió que era el momento de llevar las cosas un poco más lejos.
— ¡Ven a vivir conmigo! — soltó ella de repente, mientras tomaban café en un bar.
— ¿Quieres que viva contigo? — le preguntó él sorprendido.
— Si… eso es lo que significa ven-a-vi-vir-con-mi-go — silabeó ella como si eso hiciese más fácil que comprendiera sus palabras. — Implica que empaques todas tus cosas y que las lleves a mi casa…
— ¿Tiene que ser a tu casa? ¿Por qué’
— Porque tengo más lugar. Ese departamento que rentas es pequeño como una ratonera, apenas si se puede respirar.
— Pero donde tú vives, está lejos de mi trabajo…
— Pero compartiríamos la renta… Ya no tendría que escuchar cómo te quejas de los gastos de un lugar tan pequeño…
— ¿Quieres que me mude porque compartiríamos gastos?
— ¡No, no es eso! — resopló ella, que jamás había querido que la conversación girara en torno a cuestiones superficiales. Pero tampoco quería asustarlo. Así que aludió a esa emoción que los hacía sentir muy unidos.
Se puso de pie y se sentó en su falda sugestivamente. Arrimó su boca a su oído derecho, mordisqueó juguetonamente su lóbulo, y seguidamente le susurró.
— Te quiero conmigo para poder saltar sobre ti, en cualquier momento de la noche, y hacerte esas cositas que tanto te gustan.
Joel que, como de costumbre, se sonrojaba cuando Clementine le hacía declaraciones lascivas, sonrió bastante entusiasmado.
— Ya que lo dices, veo como algo muy conveniente mudarme contigo.
La mudanza

Dos semanas transcurrieron en un abrir y cerrar de ojos. El sábado los encontró sumidos en el caos de la mudanza.
Era cierto que allí había más espacio. Lo que no consideraron fue que de todos modos no cabían las cosas de los dos.
Tuvieron que decidir qué conservar y qué descartar. Clem convenció a Joel de deshacerse de una lámpara vieja y de funcionamiento dudoso.
A su vez, Joel logró que les cediera los estantes de la sala para acomodar sus libros.
Aunque fue una victoria agridulce porque ella mandó a la basura su acolchado de lana viejo y descocido, pero que él aún usaba por lo cálido que era.
También tiró sus revistas para adultos, porque “para qué quieres mirar a esas perras de plástico si me tienes a mí”.
De la misma forma, eliminó su colección de latas de cerveza, y las pelotas de fútbol y rugby viejas y rotas. Lo convenció de que, si no había vuelto a practicar deportes en el último año, que en realidad no las volvería a usar.
Finalmente, lograron poner todo en orden y se sentaron en la sala complacidos por haberlo logrado. En contra de cualquier pronóstico, finalmente estaban juntos.
Entonces, Joel descubrió en un rincón una bolsa de consorcio.
— Creí que había sacado toda la basura. ¡Me aseguraré de hacerlo!
— ¡No, no, déjalo! Es mío… Yo me encargaré de hacerlo…— se adelantó ella en decirle…
— ¿Qué es esto? — preguntó Joel.
— ¡Nada! ¡No te preocupes! — aseveró mientras la tomaba y guardaba en un armario.
Este asunto, aparentemente sin importancia, dejó en Joel una mala sensación. Se había mudado con ella, poniendo su vida de cabeza sólo para complacerla… Pero al hacer eso, le dio la impresión de que ocultaba algo…
La fiesta
Lo peor para él vino cuando, Clementine decidió hacer una fiesta.
— ¡Quiero que conozcas a todos mis amigos! — dijo.
— ¿Es necesario? — terció Joel con el ceño fruncido.
— ¡Sí! ¡Vamos! ¡Será divertido! — exclamó ella tras lo cual lo abrazó y le besó una mejilla.
— Bueno, ¡está bien! — cedió, a pesar de todo.
Y en otro abrir y cerrar de ojos, ¡llegó la fiesta!
Después de pasar desde la primera hora del sábado, limpiando todo, comprando comida y bebida, y poniendo bocadillos en diversos cuencos, el lugar se llenó de colores, música a todo volumen y, sobre todo, de mucha gente.
Joel sonreía de forma artificial y parecía divertirse. Pero en el fondo estaba profundamente tentado en salir corriendo y no regresar.
El ambiente se sentía claustrofóbico, porque no podía dar ni un solo paso sin tropezarse con alguien.
Y lo que colmó el vaso fue Clementine. Se había acostumbrado a que usara su cabello de distintos colores. La vio de azul, rojo, rosa, celeste, y naranja. Había asimilado el hecho de que ella era así, vibrante y energética. Eso le gustaba de ella.
Pero cuando regresó de la calle por la tarde y se quitó su gorro de lana, descubrió que se había cortado el cabello, lo que en sí le quedaba bien. Pero lo que en realidad lo alteró fue que, en lugar de usar un color, le habían pintado la cabellera con más de uno.
Sus raíces iniciaban con amarillo, pero en la longitud del pelo aparecían trazas en azul eléctrico, verde, violeta y magenta. Admitió que se veía lindo, pero de todos modos… ERA DEMASIADO.
— ¿Qué te parece? — le preguntó entusiasmada.
— ¡Wow! Eso es… ¡diferente!
— ¡Sabía que te gustaría!
Después, la vio parlotear con todo el mundo, riendo de tanto en tanto como una ardillita.
Le presentó a todos y cada uno de los que llegaban, pero en su cabeza no logró retener a ningún nombre.
Y aparte de eso, pasó casi todo el tiempo sin prestarle atención.
Sentía que todo era mucho, que su cabeza estaba por estallar. Pero hizo acopio de paciencia. Porque para él era muy importante verla feliz.
Y posiblemente eso hubiese hecho, hasta que sucedió algo que lo llevó al límite.
La riña

Ocurrió con la llegada de un “amigo”.
— ¡Gary! ¡Mi amor! — exclamó risueña, tras lo cual hizo algo inconcebible. Lo abrazó y le besó levemente los labios.
¡Ya basta! ¡Eso fue demasiado!
Avanzó furioso hasta ella, quien en ese momento se reía de uno de los chistes del recién llegado.
— ¿Podemos hablar en privado?
Fueron a la cocina, que era el único lugar vacío.
— ¿Qué te pasa? — le preguntó molesta.
— ¿Qué fue eso?
— ¿Qué cosa?
— ¡El beso! ¡El que le diste a Gary!
— ¡Fue sólo un beso, Joel! ¿Por qué te molesta?
— Parecía que le ibas a dar respiración boca a boca…
— ¿Eres idiota, Joel? ¡Siempre saludo así a mis amigos!
— ¡Oh! ¡qué gentil que eres! ¿Qué sigue a continuación, sexo de bienvenida?
En ese momento una cólera salvaje invadió a Clementine.
— ¿Cómo te atreves a decirme algo así? ¡Imbécil! ¡Retira lo dicho!
— ¡Claro que no! Y si me provocas lo gritaré a los cuatro vientos.
— ¡Genial! ¡Muy maduro de tu parte, Joel! ¡Haz un berrinche como un niñito!
— ¡No lo sé, Clem! ¡Tal vez lo haga! Con tanta gentuza alrededor, posiblemente sea la única forma de que me prestes atención.
— ¡Ten cuidado con lo que dices, Joel! He pasado mucho más tiempo con mis amigos que contigo. ¡No me hagas elegir entre uno u otro!
— Pues, no tendrás que hacerlo, querida. ¡Ya no puedo con esto! Acabo de mudarme, de acoplar mi vida a la tuya para hacerte feliz. De repente… ¡metes al mundo entero justamente aquí…! Y para variar… ¡haces la cosa más rara que he visto con tu cabello!
— ¿Qué tiene de malo mi cabello? ¡Sabes que me gusta cambiar!
— Un color está bien, pero ahora me das miedo. ¡Pareces radiactiva!
— Pues, ¡acostúmbrate! ¡Así soy yo!
— ¡Me da igual! Pensé que podía soportar muchas cosas para estar juntos, pero no que te beses con otros hombres cómo una cualquiera…
— ¡Y yo no quiero estar con un individuo tan inseguro que no se ha puesto a pensar si es algo realmente importante!
— ¿Me estás diciendo que debo aceptar que hagas algo así?
— ¡Gary no es cualquiera! ¡Es mi amigo!
— ¡Qué dulce! ¿Tienes muchos amigos con beneficios?
— ¡Si serás idiota, Joel! A él no le gusto ni un poco.
— ¿Por qué? ¿Le gustan voluptuosas?
— ¡No! ¡Es porque en realidad es gay!
— ¡Sí, claro!
— ¡Lo digo de verdad! ¡Es homosexual! Lo único que tenemos en común es el gusto por los hombres. Aunque él ha tenido mejor suerte. No como yo ¡que soy un imán de imbéciles!
— ¡Bien! ¡Entonces si soy imbécil me voy! ¡Continúa tu fiesta con tus amigos!
Al salir de la cocina percibió que alguien pausó la música, y que todos los invitados le dirigían una mirada de absoluta reprobación.
No dijo ni una palabra. Abrió la puerta y la cerró de un golpazo detrás de sí, Después, se alejó caminando a gran velocidad.
Continuó sin rumbo fijo, y cuando se cansó se metió en un bar, en dónde permaneció durante varias horas.
Mientras tanto, Clementine quedó devastada. Se disculpó con sus amigos y les pidió que se fueran. Gary y su novio Lowell, se quedaron a limpiar el desastre, mientras ella lloraba desconsolada en la habitación.
Lowell encontró una bolsa de consorcio que cayó del armario cuando lo abrió. Al ver su contenido lleno de cosas intrascendentes, pensó que no era importante.
— ¿Quieres que tire esto a la calle?
— No, no. — dijo de repente. — Déjame verlo primero.
Escenas del pasado

Agitó la bolsa sobre la mesa para descargar sobre esta su contenido. Allí halló una foto de Joel y ella, en la playa fría de Montauk. Pero no fue lo que consideraba en ese momento su primer recuerdo de él. Era otra, de la que no tenía ni idea.
Ambos estaban sentados en una escalinata de madera, sonriendo como tontos. Y a pesar de lo mucho que estaba enojada con él, al verse en esa imagen a su lado, supo que no era mentira. Que en ese momento fue feliz.
Encontró las páginas de su diario, en las que hablaba de él. Eran muchas. Leyó una sección destacada en rojo, rodeada de corazones.
“Es un tonto, pero lo quiero. A veces me hace enojar, y quiero matarlo. ¡Puede ser un niño! Pero cuando estoy cerca suyo soy feliz…”
Más adelante, en las páginas finales el mensaje era diferente. Reflejaba una tristeza profunda.
“Ya no puedo más. Peleamos otra vez. Me criticó por volver un poco ebria. Y lo peor de todo, ¡me dijo que en este estado podría dormir con cualquiera! Me lastimó, y no puedo permitirlo. ¡Me voy!”
El párrafo siguiente, escrito días después era un poco diferente.
“Lo extraño, quiero verlo. Estar lejos suyo me rompe el corazón. Quisiera pedirle perdón, pero no sé cómo. El dijo cosas, pero yo también las dije. ¡Rayos! Lo insulté, le dije cosas feas. ¿Cómo pedir perdón por eso?
El caso es que no me atrevo a hacerlo. ¡Dios! ¡Daría lo que fuera para sacarlo de mi cabeza y ya no sufrir al pensar en él!”
Se sintió agobiada. No recordaba haber escrito esas cosas, pero sentía que eran verdaderas.
¿Qué hacer? ¿Deberían realmente intentarlo? ¿O tal vez lo mejor era separarse y evitar sufrir por sus personalidades tan diferentes?
Gary y Lowell se fueron y se quedó sola en la sala. Pensaba en Joel, añoraba su regreso.
Entonces, atravesó la puerta y ella se incorporó con los ojos llorosos. El parecía inmutable, pero en realidad también estaba destrozado.
— Estás despierta…— murmuró sin saber que decir.
— Si… yo no puedo dormir.
— Inténtalo, mañana tienes que trabajar…
— Lo haré, cuando leas esto. — dijo, antes de pasarle las hojas del diario.
Joel se sentó en el comedor y se tomó unos minutos para recorrerlas con la vista. Algunos parajes le llamaron más la atención que otros.
— ¿De dónde sacaste esto?
— No importa. Sólo dime que te parece.
— Algunas cosas son lindas, otras no tanto. ¡Rayos! ¿Tienes que ser tan mal hablada cuando algo no te gusta?
— Lo sé, es que cuando me enojo, no puedo parar. Sé cuáles son mis defectos y estoy dispuesta a tratar de mejorar. Pero tú también tienes fallas.
— ¿Cuáles?
— Te guardas todo, hasta que no puedes más y explotas… ¿No te das cuenta de que eso es peor?
— ¡No lo sé! ¡Es lo que me sale! Siempre he sido así, prefiero asentir, evitar los enfrentamientos…
— Pues, ¡haces muy mal! ¿Por qué no me dijiste que no tenías ganas de que hubiese una fiesta?
— ¡Es que sé que tú eres tan sociable! ¡No quise arruinártelo!
— De saberlo, hubiese retrasado algo así, hasta que estuvieses más a gusto…
— Y yo reconozco que sobreactué por lo de ese beso. Pensándolo bien, sé que hay personas que se saludan así…
— Me alegra que lo entendieras…
— Aunque, confieso que también vi a Gary irse, de la mano de alguien más…
— Es Lowell, su novio.
— ¡Claro! Se ven muy lindos juntos…
Enmudecieron de repente, y bajaron la mirada un poco avergonzados. Sin embargo, Clementine se animó a romper el hielo.
— Quiero estar contigo, Joel…
— Y yo contigo, Clem.
— Pero somos muy diferentes, tengo miedo de que para lograrlo tengamos que cambiar demasiado…
— No lo creo. Yo no necesito que cambies, me gustas mucho cómo eres…
— ¿Incluso con mi “cabello radiactivo”?
— ¡Sí, incluso con eso! — terció él sonriendo dulcemente — Y tú, podrás bajar tu velocidad de vez en cuando para estar conmigo.
— ¡Oh, Joel! ¡Me gusta cuando estamos juntos! Eres mi conexión con la realidad, quien me ayuda a no volar tanto con mis locuras. Pero ¡por amor de Dios! ¿Podrías tener el valor de decirme si algo no te gusta?
— Tienes razón. Me resulta difícil, pero prometo hacer el esfuerzo…
Clementine pasó sus manos por su cuello y lo abrazó durante un tiempo muy prolongado.
Entonces, lo supieron. El camino hacia el amor no era fácil, ni un camino de rosas. Habría que limar diferencias, entenderse y encontrar un terreno en común.
Los obligaría a madurar, cambiar y, sobre todo, a mejorar. Pero al mismo tiempo, a pesar de que lo intentaran, no tenían garantías de ningún tipo.
Pero la recompensa era la felicidad. Y eso sí era algo por lo que valía la pena luchar.
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