Hipatia de Alejandría: la celebración del saber como camino a la libertad

¡La noche! Miles y miles de estrellas destellan desde lo alto, y el silencio es tan real que parece que se las oyera latir. Se mire por donde se mire, esas lucecitas se derraman como lluvia, poniendo ante nuestros ojos una verdad irrefutable: el universo nos envuelve como un gran vientre materno donde se unen imperceptiblemente el cielo con la tierra. En ese fondo azul, todos los astros, planetas o las presencias del éter se comportan en armonía emitiendo sonidos y señales. Descubrirlos y analizar esos movimientos y sus relaciones son los motivos por los que cada noche se reúnen al raso los astrónomos, matemáticos y filósofos en docta conversación. ¿Qué forma tiene el universo? ¿Qué movimientos lo rigen? Las errantes se mueven, pero ¿y la Tierra?

Estamos en Alejandría, en el siglo IV d. J. C., y las preguntas ascienden, flotan o se desvanecen una y otra vez pasando de boca en boca de los sabios, congregados también por el vino y los manjares.

«¿Cuántos tontos creen que se han preguntado por qué no caen las estrellas del cielo?

Pero ustedes, que han escuchado las enseñanzas de los sabios, saben que no se desplazan hacia arriba y abajo.

Simplemente giran de Este a Oeste, siguiendo el curso más perfecto jamás pensado: el círculo.

¿Por qué, en cambio, en la Tierra un pañuelo cae al suelo?»

Inmersos en el cosmos mediante lo que aparentan ser fragmentos de estos devaneos nocturnos, comienza la película. Pero en seguida nos damos cuenta de que no estamos observando la naturaleza, sino que asistimos a una lección de Hipatia en las aulas de la Biblioteca. Tema: las leyes de la gravedad. Método: planteo del problema. Recursos: preguntas y torbellino de ideas. Elemento didáctico: el pañuelo. Cierre: análisis y confrontación.

¡Qué sorpresa! Tal sistema de enseñanza no ha perdido vigencia y, si cambiamos a estos personajes por otros actuales, el guion de la escena podría ser exactamente el mismo.

Si uno de los discípulos hace un razonamiento inconsistente, la maestra —que siempre se ha tomado en serio su papel de investigadora— no improvisa nada, sino que pide tiempo para rehacer cálculos y elaborar la refutación.

Queda presentado así el personaje principal y el contexto en que se desarrolla. Y de esta manera se sella la dinámica de la película Ágora: mostrar una época marcada por la violencia y las persecuciones —con la destrucción de la prestigiosa Biblioteca de Alejandría como motivo central— juntamente con el retrato de la poco conocida Hipatia de Alejandría, como metáfora final.

¿Quién fue Hipatia?

«Había una mujer en Alejandría que se llamaba Hipatia, hija del filósofo Teón, que logró tales alcances en literatura y ciencia que sobrepasó en mucho a todos los filósofos de su propio tiempo. Habiendo sucedido a la escuela de Platón y Plotino, explicaba los principios de la filosofía a sus oyentes, muchos de los cuales venían de lejos para recibir su instrucción.»

Así la define Sócrates de Constantinopla, un contemporáneo, en su Historia Escolástica.

Carl Sagan, cuya obra Cosmos fue libro de cabecera de Mateo Gil y de Alejandro Amenábar (guionista y director de Agora, respectivamente), la presenta como «matemática y astrónoma».

¿Qué más? No mucho más.

El mundo antiguo fue misógino. La mujer únicamente era considerada fuente de placer y compañía. Un objeto útil para engendrar hijos y ayudar en las tareas de la casa.

Como buena hija de filósofo, Hipatia (Alejandría, Egipto, 355/70 - Alejandría, Egipto, 415/6 d. J.C.) —encarnada magníficamente por la actriz Rachel Weisz— fue educada en la filosofía platónica y preparada para enseñar. Colaboró junto a su padre —el actor Michael Lonsdale— en la redacción de los Comentarios a las Tablas Manuales de Ptolomeo, por lo que puede inferirse no solo que las conocía, sino que manejaba perfectamente cálculos aritméticos, fracciones sexagesimales y raíces cuadradas. También se sabía al dedillo Los Elementos de Euclides, revisados por Teón, y la Aritmética de Diofanto. Su vocación por el conocimiento sistemático fue sincera, y no descansó hasta haber inventado algunos instrumentos que contribuyeran a mejor medir el cosmos.

Y algo encomiable: con el neoplatonismo como bandera y la autoridad científica que le reconocían sus discípulos, no dudó en alzar su voz para pronunciarse acerca de los temas sociopolíticos del momento, aborreciendo toda violencia y alejamiento de la bondad y la comprensión. Es que ella, que también cultivó la filosofía, adhirió al sincretismo. Y esta corriente la facultó para interpretar la realidad y condensar doctrinas y pensamientos (el judaísmo y el cristianismo, básicamente), con la mente abierta a un enfoque abarcador que no se circunscribe a enumerar valores o defectos, sino que busca tomar de cada dogma lo mejor. Cuando dos de sus discípulos (Orestes y Sinesio) se enfrentan en un planteo contrapuesto, ella los apacigua con preceptos matemáticos:

Hipatia: ¿Cuál es la primera regla de Euclides?

Sinesio: Si dos cosas son iguales a una tercera, todas son iguales entre sí.

Hipatia: Bien. ¿Y no sois ambos semejantes a mí?

Recuerden: es más lo que nos une que lo que nos separa.

Y pase lo que pase en las calles, somos hermanos. ¡Somos hermanos!

Pero claro, a los cerebros estrechos que detentaban el poder esta postura tan humana en labios de un ser pagano se les hace imperdonable, tanto más por provenir de una mujer.

A solas con el conocimiento

A ver: La Tierra es el centro del Universo, lo cual explica la ley de gravedad. Venus, Marte, Mercurio, Júpiter y Saturno giran: son las Errantes. Pero si la Tierra está fija, ¿cómo ocurren las estaciones?

Algo no encaja en el modelo geocéntrico de Ptolomeo, e Hipatia comienza a cuestionarlo. A bordo de una barcaza, intenta un experimento ante la presencia de Orestes, sirviéndose de un saco de piedras y un nuevo ayudante. Una y otra vez el saco es arrojado desde lo alto y cae en el mismo lugar, como si el barco no se moviera... Sus cálculos la aproximan a un descubrimiento que la hace sonreír —¡la prueba definitiva!porque la conducen a poner en tela de juicio las antiguas y veneradas teorías. No es posible que Ptolomeo se haya equivocado, ¿o sí?

Otra escena, esta vez en su estudio-taller. Es de noche, pero ella es una científica, no piensa en dormir. Está empeñada en hallar una explicación a la forma del Universo y al movimiento de los planetas. La observación de los cielos no es suficiente, los instrumentos de medición son rudimentarios: ¡hay que recurrir a las matemáticas! El cono de Apolonio, el estudio del círculo y la elipsis, cálculos y más cálculos, no importa: ahí deben estar las respuestas. Sus análisis de las cónicas nos han llegado hasta hoy.

«Debe haber una explicación simple.

Si tan sólo lograra desentrañarla un poco, me iría a la tumba como una mujer feliz.»

En un cuadrado de arena se propone interpretar el Cosmos. Traza, a partir de focos, una elipse. ¡Esa era la curva que estaba buscando y que da solución al problema! El movimiento de la Tierra quizás se le parezca... Podemos percibir su emoción cuando exclama:

«¡No es un círculo, es una elipse! El círculo es una elipse muy especial, cuyos focos se han confundido en uno solo

Aquí se diría que el director sugiere que ella ha descubierto el funcionamiento del sistema solar, pero que este precioso hallazgo queda sin documentar.

Nada distrae a la virtuosa Hipatia, ese espíritu libre entregado a la búsqueda del conocimiento, siempre fiel a sus ideales, a pesar de las pasiones que como mujer cautivante logra encender entre discípulos o colegas y las amenazas de los grupos de poder.

Gotas de sangre manando de la clepsidra

Mientras tanto, la ciudad es un caos de masacres. Los cristianos, en franca actitud provocadora, desencadenan ataques mortales contra los paganos. Se desata una espiral de violencia imparable entre los distintos bandos: cristianos, grecoegipcios, romanos, judíos y esclavos, a la par que entre los diferentes grupos de poder: el patriarcado y el poder imperial.

Vemos entonces que el Ágorala plaza pública donde tenían lugar los debates de ideas y las expresiones de libertad ciudadana— asume una nueva dimensión, ya que durante el conflicto cristianopagano pasa a ser un espacio asociado a la discordia y los autoritarismos. En el otro extremo de la balanza, la ideología de Hipatia es el elemento estratégico destinado a intentar equilibrar la realidad política y social.

Sus días están contados.

Acusada de brujería y negándose a convertirse al cristianismo, Hipatia es condenada a muerte por el obispo Cirilo de Alejandría —¿cómo aceptar que una mujer cultive la curiosidad racional por el mundo que la rodea?— y tendrá un final trágico, que el film poetiza al máximo. Todo al son de la conmovedora música de Darío Marianelli.

Me parece destacable la iniciativa de presentar cinematográficamente, y con asesoramiento de expertos especialistas, la vida de esta eximia mujer que desafió preceptos y aportó conocimiento genuino en un mundo regido por masculinidades. Encarnó, además, una postura que valoriza a la ciencia por encima de cualquier creencia, en épocas en que lo esotérico estaba a la orden del día.

Y si entre los antiguos la filosofía era el método para alcanzar la felicidad, nos queda la certeza de que Hipatia eligió libremente su destino.

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