Puente a Terabithia (2007) : Imaginación como refugio: una mirada en tiempos de pantallas y sobreinformación

En una era dominada por pantallas, notificaciones constantes y una necesidad casi compulsiva de documentar cada instante, Puente a Terabithia, dirigida por Gábor Csupó y basada en la novela de Katherine Paterson, se erige como una obra profundamente necesaria. Aunque enmarcada en la narrativa del cine infantil y juvenil, esta película atraviesa generaciones con un mensaje claro: la imaginación no es una huida de la realidad, sino una forma de habitarla con mayor intensidad y humanidad.

La historia sigue a Jesse Aarons, un niño tímido, silencioso, de sensibilidad artística y con una vida familiar tensa, que encuentra en Leslie Burke —su nueva compañera de escuela, creativa, lectora empedernida y sin miedo a ser distinta— una amiga y aliada. Juntos crean Terabithia, un reino fantástico al que acceden cruzando un arroyo mediante una soga, que simboliza mucho más que un pasaje físico: es una transición entre el mundo tal como es y el mundo tal como podría ser si lo miráramos con otros ojos.

Terabithia es un refugio, un espacio de juego y libertad, pero también un territorio emocional donde se procesan miedos, frustraciones y deseos. En ese bosque imaginado conviven criaturas inventadas, enemigos simbólicos y una mitología propia, que lejos de funcionar como mero escape, permite a los protagonistas entender mejor su entorno, encontrar valor y enfrentar el dolor.

Este es uno de los grandes aciertos del film: mostrar que la imaginación es una herramienta de resistencia emocional. En lugar de minimizar el sufrimiento o edulcorar la experiencia infantil, Puente a Terabithia lo abraza y lo canaliza a través de la fantasía. Y lo hace con una sensibilidad poco común en el cine destinado a públicos jóvenes, especialmente en una época donde muchas producciones priorizan el efecto visual sobre la profundidad emocional.

En el contexto actual, donde la sobreinformación y la cultura de la inmediatez muchas veces anestesian la capacidad de reflexión y juego, el mensaje de la película cobra aún más fuerza. Vivimos en tiempos donde la atención está fragmentada y la creatividad, muchas veces, se ve subordinada al rendimiento y la visibilidad. Frente a eso, Puente a Terabithia nos propone algo radical: desconectarse del ruido exterior para reconectar con el mundo interior.

La actuación de Josh Hutcherson (Jesse) y AnnaSophia Robb (Leslie) es conmovedora. Leslie, con su vitalidad, su amor por los libros y su capacidad de ver belleza donde otros no la ven, encarna a la perfección esa chispa que muchos dejamos atrás al crecer. Es imposible no pensar en cuántas "Leslies" hemos perdido en la transición hacia la adultez, atrapados por la lógica del "ser productivos" o del "ser normales".

La dirección de Csupó se toma su tiempo para construir ese universo compartido entre los protagonistas. No se apura en mostrar efectos especiales ni en subrayar cada emoción. Por el contrario, deja espacio para que el espectador habite también ese bosque, imagine con ellos y sienta que la magia no está tanto en los árboles encantados como en la mirada que se posa sobre ellos.

Pero el corazón de la película es, sin duda, la pérdida y cómo esta es procesada desde la niñez. Sin hacer spoilers, vale destacar que Puente a Terabithia no tiene miedo de hablar de la muerte, de la ausencia y del vacío que queda cuando alguien amado ya no está. Y lo hace con una dignidad y ternura que rara vez se ve en el cine contemporáneo. No hay golpes bajos, sino una madurez narrativa que conmueve y permanece mucho después de los créditos.

Esta película es, en definitiva, un llamado a preservar algo que muchas veces se nos dice que debemos dejar atrás: la capacidad de crear mundos. Y en ese sentido, se alinea con una larga tradición de obras que no infantilizan la imaginación, sino que la entienden como parte esencial de lo humano. Como decía Ursula K. Le Guin, “la fantasía no es evasión, es libertad”. Y Puente a Terabithia lo demuestra con cada escena, con cada diálogo entre Jesse y Leslie, con cada paso que dan en su mundo secreto.

En un presente saturado de datos, cifras, estímulos digitales y opiniones instantáneas, sentarse a ver esta película es un acto de recuperación del silencio, de lo íntimo, de lo esencial. Es una invitación a recordar que imaginar no es perder el tiempo: es recuperar la capacidad de mirar el mundo como si fuera la primera vez.

Y tal vez, en ese gesto, también empecemos a sanarlo.

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