!Ay, amigos, prepárense para un subidón de nostalgia y una pizca de magia interestelar! Si hablamos de momentos icónicos en el cine, y encima le metemos una bicicleta voladora, ¡agárrense que despegamos ! Y sí, estoy hablando de ese instante glorioso en E.T., el extraterrestre, donde Elliott y su nuevo mejor amigo, un adorable arruguitas de otro planeta, deciden que la ley de la gravedad es para los débiles.
A ver, pongámonos en situación. Elliott, un niño más solo que un calcetín huérfano, se topa con un ser de otro mundo que parece un cruce entre una patata arrugada y un búho triste. ¡Pero ojo!, este "bicho" tiene un dedo mágico que lo cura todo y una necesidad imperiosa de llamar a casa. Y claro, ¿qué hace un niño cuando tiene un alienígena escondido en su armario? Pues lo viste de fantasma para que no lo vea su madre (¡brillante!) y lo alimenta a base de caramelos Reese's (¡a quién no le gusta un Reese's!).
Pero la cosa se pone seria cuando los "hombres de blanco" (que en realidad visten de beige, ¡qué decepción!) empiezan a husmear. ¡Toca escapar! Y aquí, señoras y señores, es donde la bicicleta se convierte en la mismísima alfombra mágica de Aladino, pero con ruedas y sin genio (bueno, depende de cómo mires a E.T.).
La escena es de infarto: Elliott pedaleando con todas sus fuerzas, con E.T. envuelto en una manta en la canasta (¡esperemos . que llevara casco espacial!), mientras las furgonetas de los agentes los persiguen como si no hubiera un mañana. Y justo cuando parece que los van a pillar, ¡BAM! E.T. levanta su famoso dedito brillante, mira al cielo, y de repente... ¡la bicicleta empieza a volar!
¡VOLAR, amigos! ¿Quién no ha soñado alguna vez con eso? Ver a Elliott y E.T. elevándose sobre los árboles, con la luna llena de testigo, es un momento que te pone la piel de gallina y te hace creer que, quizás, si le pides muy fuerte a tu bici, también te lleve a dar una vuelta por las nubes.
Este momento no es solo espectacular visualmente , es la culminación de una amistad improbable y la representación de la libertad y la esperanza. Es la prueba de que el amor y la conexión pueden desafiar cualquier barrera, ¡incluso la fuerza de la gravedad!
Así que la próxima vez que veas una bicicleta, recuerda esta escena. Recuerda que a veces, lo más ordinario puede convertirse en algo extraordinario con la ayuda de un amigo... aunque ese amigo tenga poderes telepáticos y un cuello extensible. ¡Larga vida a E.T. y a su vuelo en bicicleta, un momento que seguirá haciendo soñar a generaciones!
"¡Ay, amigos cinéfilos y amantes de las dos ruedas con potencial aéreo! Si pensaban que mi efusiva introducción sobre el momentazo bicicleta-voladora de E.T. era el final del viaje, ¡abróchense los cinturones que aún no hemos llegado a la órbita! Porque este instante no es solo un fotograma bonito para colgar en una camiseta o un meme recurrente ; es un auténtico hito que trascendió la pantalla grande para instalarse en nuestro imaginario colectivo.
Piénsenlo un momento: en una época donde los efectos especiales aún estaban gateando en comparación con los CGI hiperrealistas de hoy, Spielberg nos regaló una secuencia que parecía pura magia artesanal. No había miles de capas digitales; era la emoción palpable de Henry Thomas (el adorable Elliott) y la torpe pero entrañable presencia de E.T. (con todo su encanto de marioneta avanzada) elevándose contra un telón de fondo lunar que parecía sacado de un cuento de hadas interestelar.
Y es que la belleza de esta escena reside precisamente en su sencillez y en la carga emocional que transmite. No se trata de una persecución llena de explosiones y piruetas imposibles (aunque la persecución en sí ya era bastante tensa). Es la culminación de un vínculo puro e incondicional entre un niño solitario y un extraterrestre perdido. Esa bicicleta, en ese preciso instante, deja de ser un simple medio de transporte para convertirse en el símbolo de su libertad compartida, de su desafío a un mundo adulto que no entiende su conexión.
Además , seamos sinceros, ¿quién no sintió una punzada de envidia sana al verlos volar? En ese momento, todos queríamos ser Elliott, sentir el viento en la cara mientras nuestra bicicleta, impulsada por la amistad intergaláctica, nos llevaba a las estrellas. Era una promesa silenciosa de que la imaginación no tiene límites y que, a veces, los amigos más inesperados pueden abrirnos las puertas a mundos que nunca creímos posibles.
Y la música, ¡oh, la música de John Williams! Esa melodía épica que se eleva con ellos, que te eriza la piel y te hace sentir que estás presenciando algo trascendental. Es la guinda del pastel, el empujón final que te hace creer, aunque sea por un instante, que volar es tan sencillo como tener un buen amigo y una bicicleta con ganas de surcar el cielo nocturno. Así que sí, amigos, el momento de la bicicleta voladora en E.T. no es solo icónico ; es un pedazo de infancia, un suspiro de magia y una prueba de que, a veces, lo más extraordinario se encuentra en las conexiones más inesperadas."
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