El ensayo es más que una serie, es una experiencia, una experiencia desconcertante. Para quienes no la hayan visto, imaginen un documental en el que nunca estás del todo seguro de qué es real, mezclado con una comedia donde, en lugar de reír, todo te da vergüenza ajena. La premisa general es que el creador del programa, Nathan Fielder (interpretándose a sí mismo, ¿pero por momentos no lo hace?), quiere ayudar a las personas a enfrentar situaciones difíciles ensayándolas de antemano. Pero te prometo que es mucho, mucho más raro que eso.
Cada persona reacciona de forma distinta a El ensayo. Hay quienes elaboran teorías intrincadas sobre todos los trucos que Fielder le juega al elenco y a la audiencia, y quienes se obsesionan con descubrir cuánto de la serie es real. Pero esas no son las experiencias de las que quiero hablar hoy. Quiero hablar de la mía: de cómo se me cortó la respiración, de cómo de repente dejé de sentir las manos, del vacío que me dejó en el pecho.
Quiero hablar de por qué esta serie me causó un ataque de pánico.
Aunque ya desde la primera temporada estaba algo mentalmente alterada, recién en la segunda empecé a entender por qué, así que perdón si voy un poco fuera de orden. Curiosamente, la segunda temporada tiene muchos menos ensayos que la primera: hay uno que se supone que debía ayudar a un hombre a finalmente besar a la chica que le gustaba, otro donde unos pilotos ensayan “roles” entre ellos… En ese contexto, no debería sorprender que no haya sido un ensayo lo que finalmente me hizo entender mi incomodidad con la serie, sino el episodio “El código del piloto”, en el que Fielder decide “convertirse” en el famoso piloto Sully Sullenberger, recreando su vida según lo que se cuenta en sus memorias.

Cuando se pasa por alto lo absurdo del episodio, queda una pregunta: ¿Fielder realmente se está convirtiendo en Sullenberger? Obviamente no. Él mismo admite que está trabajando con información limitada de las memorias, y la imagen exagerada de un hombre adulto con padres marioneta gigantes deja en claro que esto es más una pantomima que otra cosa. Incluso si Fielder supiera absolutamente todo y pudiera retroceder a la infancia, seguiría sin funcionar, aunque sea tan solo porque tiene el deseo de convertirse en otra persona. Sullenberger nunca quiso ser Sullenberger. Simplemente lo era. El solo deseo vuelve imposible la meta.
Entonces, ¿qué está haciendo Fielder, si no es convertirse en Sullenberger? Bueno, el escenario te lo dice: está intentando reconstruir la vida de Sullenberger, tanto física como narrativamente. No está asumiendo su identidad, está construyendo su propia versión de ella.
Y ahí fue cuando mi miedo empezó a tener sentido. Después de todo, ¿acaso no hago yo lo mismo todos los días? Cambio mi forma de hablar, de vestir, de actuar —no para ser Sullenberger, por supuesto, sino para convertirme en la persona que quiero ser.
Resulta que los ensayos de la primera temporada me dejaban temblando de ansiedad porque, en cierto nivel, El ensayo es la exploración más plana y obvia de la dramaturgia (en el sentido sociológico del término). Para dar una explicación sencilla, la perspectiva dramaturgica considera las interacciones sociales como representaciones, con actores, público y con escenas que suceden en la parte de adelante del escenario y en la parte del fondo. Cuando estás en la parte de adelante, estás actuando; cuando estás en el fondo del escenario, puedes ser tú mismo. Fundamentalmente, la dramaturgia busca explicar por qué actuamos de manera diferente frente a distintas personas.
Con ensayos interminables y diagramas de flujo pensados como guiones universales para la experiencia humana, la serie nos recuerda las formas en que interpretamos roles, aunque sea inconscientemente, en cada momento. Esto se ve especialmente en el episodio final de la segunda temporada, cuando el copiloto le comenta a Fielder que quizá sea el primer actor que realmente pilotea un avión para un programa. Pero para ese entonces, Fielder ya es un piloto de verdad, así que... ¿es realmente un actor en ese momento?
Bueno, en cierto modo, sí. Está desempeñando el rol de piloto, siguiendo el guion que se espera de ese papel, sobre todo cuando sale a saludar a los pasajeros. La ansiedad y los nervios de la cabina se dejan a un lado, porque eso no es lo que la audiencia espera de un piloto. Se espera que Fielder proyecte confianza y tranquilidad. Y entonces, eso es lo que hace.

Pero al enfrentar la realidad brutal de la actuación de un otro, también me veo obligada a pensar en la mía. Y me doy cuenta de que toda actuación tiene un objetivo. Tal vez sea encajar, como el fanático de las trivias que mintió sobre tener un máster. Tal vez sea obtener algo, como el hombre cuyo hermano le retenía la herencia. O tal vez sea simplemente no generar conflictos, como los copilotos de la segunda temporada. Pero sea lo que sea, nuestro comportamiento siempre busca provocar una reacción en nuestra audiencia.
Y eso me aterra, porque le da un tinte de manipulación a cada interacción. La información que comparto, la que oculto, la forma en que hablo, la manera en la que me muevo... todo lo que hago es para lograr algo, conscientemente o no. Entonces me pregunto... ¿Eso me convierte en una persona manipuladora? Si interpreto diferentes versiones de mí misma para alcanzar diferentes metas, ¿esas versiones son realmente yo? ¿Son lo suficientemente sinceras como para que pueda creer que no estoy mintiendo y engañando constantemente a todo el mundo?
Si siempre estoy actuando, y sé, en algún nivel, que siempre lo estoy, incluso conmigo misma, ¿quién soy? Como dice Fielder en el episodio final: “Cuando pasas demasiado tiempo practicando ser otra persona, puedes olvidarte de aprender sobre ti mismo”.

En el final de la segunda temporada, Fielder continúa trabajando como piloto y elige no averiguar ningún diagnóstico que pueda poner en riesgo su licencia, algo que yo también he hecho, por miedo a que me rechacen visas. Después de todo, si nadie sabe que algo está mal con vos, si te perciben como una persona “normal”, entonces... ¿lo sos, no? Y así, la actuación continúa, esta vez tanto para nosotros mismos como para con el público.
No puedo evitar sentir que la sociedad muchas veces nos reduce a nuestras actuaciones y nuestros roles, obligándonos a fragmentarnos como los “intus” de Severance... Pero quizá simplemente estoy enloqueciendo, demasiado atrapada en mi ansiedad y el sobreanálisis como para entrar en razón. Si esa es tu conclusión después de leer esto, envidio la paz que debes sentir. Aun así, espero que te tomes un momento para pensar en los roles que desempeñas y si realmente están alineados con quién eres.
Solo prepárate, por si acaso, para un ataque de pánico. Me di cuenta de que el agua fría ayuda.




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