Un relato entre butacas, neblina y celuloide.
❝Algunas películas no se terminan cuando salen los créditos. A veces, te siguen. A veces, te encuentran.❞
1
Todo comenzó con una maratón de monstruos.
Un domingo cualquiera, en el cine “Imperial”, proyectaban una retrospectiva titulada “Gigantes del Kaiju Eiga”. Un festín cinéfilo que arrancaba con el original Gojira de 1954, y cerraba con la modernísima Shin Godzilla.
Entré como un amante del cine. Salí como alguien tocado por algo más.
Había visto esas películas decenas de veces, pero nunca así: en pantalla grande, con el sonido retumbando en el pecho y el celuloide vibrando como un corazón antiguo.
Godzilla ya no era un monstruo. Era un símbolo. Un grito cultural.
Una presencia.
Salí del cine pasadas las once.
La ciudad, sumida en una niebla digna de “The Fog" de Carpenter, parecía detenida en el tiempo. Las luces parpadeaban con la cadencia de un proyector antiguo.
Y entonces lo vi.
No fue un impacto. No fue un salto de terror.
Fue como reconocer a un viejo conocido que nunca habías visto en persona.
Godzilla.
Gigante, sí. Inmenso. Pero silencioso. No rugía. No destruía.
Solo caminaba con una lentitud poética, como si estuviera buscando algo entre las ruinas de una civilización que lo había olvidado.
Tuve miedo. Pero no el miedo de las películas.
Era otro tipo de miedo: el de sentir que algo imposible estaba sucediendo… y que, por alguna razón, era conmigo.

Me siguió hasta un parque cercano, uno de esos espacios urbanos que nadie cuida pero todos usan. Me senté en una banca. No sabía qué hacer. No podía huir. Tampoco quería.
Él se detuvo.
Y bajó la cabeza.
Los árboles temblaron, pero no caímos.
Hubo un silencio. El tipo de silencio que solo existe entre dos seres que han vivido mucho.
Y entonces lo entendí: no era un encuentro. Era una confesión sin palabras.
Godzilla no me buscó como presa. Me buscó como testigo.
Alguien que lo había visto durante décadas sin verlo de verdad.
Alguien que, como él, llevaba dentro su propio rugido contenido.

Pensé en todo lo que representaba. Hiroshima. El miedo nuclear. El trauma.
Pero también pensé en los cientos de películas donde fue villano, luego héroe, luego ambos.
Y me pregunté:
¿Qué tan monstruoso puede ser alguien que solo responde a los desastres que nosotros mismos creamos?
ghthfhAhí, en medio de la ciudad dormida, Godzilla no era una amenaza.
Era un eco.
Un espejo de lo que no queremos ver de nosotros mismos.

Con las primeras luces del día, Godzilla se incorporó. Rugió. Pero no como en las películas. Fue más suave, casi melancólico. Como un susurro gutural.
Y entonces, caminó hacia el horizonte.
Se desvaneció entre la bruma, como un plano que se funde en blanco.
No dejó destrucción. Ni huellas. Solo una certeza: lo había vivido.
Y que nunca podría contarlo sin sonar loco... o sin que el mundo pensara que fue solo una metáfora.
EL MONSTRUO QUE HABITA EN NOSOTROS
Hoy, cada vez que entro a una sala de cine, busco algo más que una historia.
Busco esa grieta invisible en la pantalla. Esa línea donde el celuloide deja pasar algo real.
Godzilla ya no es solo un personaje para mí.
Es un recuerdo. Una emoción.
Una criatura que me eligió, tal vez, porque sabía que yo sabría mirar.
Dylan V.
Ver respuestas 1
Ver respuestas 0
Ver respuestas 0
Ver respuestas 0