Cuando los monstruos de ‘El Laberinto del Fauno’ cambiaron de rostro

Spoilers

Hay películas que ves y te gustan. Y luego, hay películas que ves, y años después, te das cuenta de que no habías entendido nada. Se transforman contigo, y cada vez que las visitas, te muestran una capa nueva, una verdad que antes no estabas preparado para ver. Para mí, esa película es, sin duda, El laberinto del fauno de Guillermo del Toro.

La primera vez que la vi, seguramente como muchos de ustedes, quedé impactada. Era un cuento de hadas oscuro, brutal. Me acuerdo de la angustia que sentí con el Hombre Pálido, esa criatura sin ojos en la cara que se los ponía en las manos. Un monstruo de pesadilla. El Fauno me parecía sospechoso, ambiguo, y la historia de la pobre Ofelia, una tragedia desgarradora. Era una película de fantasía y terror, y el mundo de los soldados y la guerra era, para mí, el aburrido telón de fondo para lo que de verdad importaba, la magia y los monstruos.

Pero amigos míos, qué equivocada estaba.

Años después, ya con más cine y más vida encima, decidí volver a verla. Y fue como si me hubieran cambiado la película. El terror seguía ahí, pero ya no me asustaban las mismas cosas. El monstruo más aterrador de la película ya no era el que no tenía ojos, sino el que los tenía bien abiertos, azules y fríos como el hielo, el Capitán Vidal.

El verdadero monstruo no vive en el laberinto

Al crecer, uno empieza a entender que hay cosas que dan más miedo que un monstruo debajo de la cama. Y El laberinto del fauno lo sabe. El Capitán Vidal, ese padrastro impecablemente uniformado, deja de ser "el malo" para convertirse en algo mucho más terrible, la representación del fascismo.

No es solo un hombre cruel; es la crueldad hecha sistema. Un hombre que tortura mientras se afeita, que asesina a campesinos por una sospecha y que controla cada minuto de su existencia con un reloj de bolsillo. Es la brutalidad metódica, la opresión que no grita, sino que susurra órdenes. Y de repente, te das cuenta que el Hombre Pálido se come a dos hadas, pero Vidal asesina, tortura y oprime a gente real.

¿Quién da más miedo ahora?

La película es una genialidad porque te obliga a hacer esa transferencia. Te das cuenta de que todo el mundo mágico, con sus pruebas y sus criaturas, no es más que un espejo del mundo real. El laberinto no es un escape de la realidad; es una forma de entenderla. Es la forma en que una niña, Ofelia, procesa un horror que es demasiado grande para comprenderlo de frente.

El superpoder que no entendí de pequeña

Y aquí es donde la película me dio la verdadera cachetada de madurez. Cuando la ves de joven, piensas que el objetivo de Ofelia es pasar las pruebas del Fauno para convertirse en princesa. Obedecer y ganar.

Pero al crecer, entiendes que el verdadero tema de la película es todo lo contrario, y es la desobediencia.

Vivimos en un mundo que nos pide obedecer constantemente. Obedecer al jefe, obedecer las normas, obedecer las expectativas. El Capitán Vidal es el rey de la obediencia ciega. Pero Ofelia, en sus momentos más cruciales, elige desobedecer. Desobedece al Fauno cuando come las uvas de la mesa del Hombre Pálido, un acto de humanidad infantil frente a una regla rígida.

Y el momento más importante, el que lo cambia todo, al final, el Fauno le pide una gota de la sangre de su hermanito, un sacrificio de un inocente para abrir el portal. Y Ofelia, nuestra pequeña heroína, se niega. Prefiere morir ella antes que corromper su alma haciendo daño a otro.

Ese "no" es el acto más valiente de toda la película. Es su victoria final contra la lógica del fascismo, que siempre está dispuesto a sacrificar a los inocentes por un "bien mayor". Ofelia no se convierte en heroína por ser una princesa, sino por tener una brújula moral tan fuerte que ni la magia ni la tiranía pudieron romper.

Una lección que solo el tiempo te enseña

El laberinto del fauno es una película que crece contigo porque te enseña a mirar más allá de lo evidente. Te enseña que los cuentos de hadas no son solo para niños, sino que a veces son la única forma que tenemos los adultos para hablar de los horrores del mundo real.

Volver a ella fue entender que la verdadera fantasía no es creer en faunos, sino creer en la bondad y en el coraje en medio de la oscuridad. Fue darme cuenta de que el legado de Ofelia no es su reino subterráneo, sino su valiente desobediencia. Y esa, mis panas, es una lección que ningún libro de historia te enseña tan bien. Es una lección que solo entiendes al crecer.

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