Subtítulo: La película que entendí de verdad cuando la vida me mostró el otro lado del hechizo.
Vi Harry Potter y la Piedra Filosofal cuando tenía apenas 8 años. Estaba en tercer grado, allá por el 2000, y fue parte de una actividad de “Taller Literario” en la escuela. No sabía en ese momento que esa película iba a marcar un antes y un después. Era la primera vez que veía una historia de fantasía en pantalla grande… y sentí que algo en mí había cambiado.
Salía de clase y de repente todo parecía tener un aire mágico. Las escaleras de mí colegio se volvían móviles en mí mente. Había compañeros que “podrían ser” de Gryffindor o de Slytherin, profesoras que recordaban a McGonagall. Veía Hogwarts en cada rincón, como si el mundo real se hubiera mezclado con el otro. Y aunque el tren nunca pasó por mí estación, yo ya había abordado el Expreso de Hogwarts… para no bajarme más.
Pero lo que no entendí a esa edad era lo que venía escondido entre líneas. Recién al crecer, y vivir mis propias batallas internas, empecé a ver la verdadera fuerza de esa historia: la soledad de Harry, el abandono, el dolor de la pérdida, el valor de la amistad como refugio. Me di cuenta de que los hechizos eran espectaculares, sí, pero que la verdadera magia era la que no se veía: la de los actos de amor, la de elegir bien a pesar del miedo, la de crear tu propio destino.
Tengo un año menos que Emma Wattson, y de alguna forma crecimos juntas. Vi a los personajes evolucionar, madurar, enfrentarse al dolor y al amor. Vi a Harry aprender que la familia no siempre es la de sangre, que el coraje se encuentra incluso cuando tenés miedo. Ellos crecieron… y yo también.
Recuerdo incluso a una profesora que tuvimos a fin de primaria. Era bajita, de pelo rojizo, usaba anteojos con mucho aumento y tenía un aire enigmático que llegaba a dar miedo.
Nunca supe bien su nombre, pero para mí… era Sybill Trelawney. Cada vez que la miraba, pensaba que estaba por darme una profecía. Hogwarts estaba en todas partes, incluso en los pasillos de mí escuela.
Hoy, años después, escribo mí propia reinterpretación de ese universo con La Sombra de Slytherin, mí versión de lo que podría haber ocurrido durante el Torneo de los Tres Magos. Y me doy cuenta de algo muy profundo: no estoy reescribiendo por nostalgia, sino por amor. Porque Harry Potter no es una moda, es una parte de quienes fuimos y somos.
Creciendo, entendí que no todo era magia: también era cicatriz. Era duelo. Era el reflejo de lo que venía después.
Y por eso, cada vez que vuelvo a ver esa película, no la veo con los mismo ojos. La veo con los de una escritora, una mujer que ha crecido, que ha soñado, que ha perdido y que sigue eligiendo creer.
---
“La carta no llegó por lechuza, pero igual encontré mí camino. Porque ser de Gryffindor no es una elección del sombrero… es una decisión del alma”.
---Ashly, escritora de La Sombra de Slytherin
• Y si alguna vez sentiste que el cine te habló distinto con los años…sabés que la magia seguía ahí. Sólo que esta vez, la entendiste de verdad.
¡Comparte lo que piensas!
Sé la primera persona en comenzar una conversación.