Hay películas que se entienden con la cabeza, y otras que se entienden con la vida, no porque sean difíciles de entender, sino porque requieren que hayamos vivido ciertas emociones para poder comprenderlas de verdad. “The Perks of Being a Wallflower “ o en español, ”Las ventajas de ser invisible” pertenece al segundo grupo.
La primera vez que la vi, pensé que era simplemente una película adolescente media aburrida, con personajes un poco raros, pero simpáticos. Una historia más sobre chicos, fiestas, música indie y frases que intentan ser profundas. La miré, pero ni siquiera llegué a terminarla porque me aburrió.
Sin embargo, La volví a ver algunos años después, no por nostalgia, sino por accidente. Pero esta vez la experiencia fue distinta. Ya no la vi como una película sobre “adolescentes”, sino como algo más íntimo, más real Y lo que antes parecía una película más del género juvenil, se convirtió en un relato profundamente humano sobre el dolor, la identidad, el silencio y el valor de estar presente.

El personaje de Charlie funciona como un espejo para cualquier espectador que alguna vez haya sentido que no encajaba. No es el adolescente popular ni el rebelde con carisma. Es más bien alguien que observa, que escucha demasiado, que piensa más de lo que habla y que guarda heridas que no logra nombrar.
La adolescencia que retrata la película no es romántica ni grandiosa. Es una etapa de silencios, de vacío, de búsqueda. La invisibilidad no es un rasgo físico, sino una sensación interna: no ser visto, pero tampoco verse a uno mismo. Es habitar un mundo que no parece hecho para uno.
Lo que más me emociona de esa película no es lo que cuenta, sino cómo lo dice. Charlie no habla mucho, pero siente todo. Se guarda cosas, se traga palabras, se esfuerza por no molestar. Y creo que muchos pasamos por eso en algún momento: el miedo a decir lo que uno realmente siente, por no ser demasiado, por no parecer débil, por no incomodar.
Charlie observa el mundo desde atrás, como si no fuera parte. Y eso, que de chicos puede parecer solo timidez, de grande entendés que es una forma de sobrevivir cuando no sentís que encajás.

Algo que me pasó y que me hizo conectar con la película, es que nunca me sentí exactamente sola, pero muchas veces sentí que no sabía dónde ponerme. Que hablaba y no me escuchaban. Que pensaba y nadie lo notaba. Que pasaban cosas dentro mío que no tenían nombre. Creo que por eso, la historia de Charlie me pegó tan fuerte la segunda vez: porque no es una historia con grandes escenas ni grandes giros, es una historia que acompaña silencios. De esos que solo alguien muy sensible puede entender.

Particularmente, hay una escena en un túnel que me dejó pensando mucho luego de verla por segunda vez, sin embargo, la primera vez que la vi no sentí nada.
Literalmente nada.
Pensé que era una toma linda, bien filmada, con música cool. Una especie de escena “emocionante” que no terminaba de emocionarme. Charlie parado en la camioneta, los brazos abiertos, el viento, las luces del túnel, y esa frase final que me pareció exagerada: “En ese momento, juro que éramos infinitos.”
No entendí.
No me llegó.
No significó nada.
Pero años después, cuando volví a ver la película, esa misma escena me dejó con un nudo en la garganta.
De pronto, ya no vi solo a un chico disfrutando del paseo. Vi a alguien que, por fin, después de tanto dolor, podía respirar. Vi a alguien que dejaba de esconderse, que soltaba, que se abría al mundo. Lo que antes me pareció solo una imagen linda, se volvió un instante de renacimiento.
Porque hay momentos —raros, fugaces— en los que uno se siente completamente libre.
Libre del pasado, del miedo, del juicio, de la culpa. Libre para simplemente sentir.
Y eso es lo que representa ese túnel: una transición.
Un momento de conexión con los otros, sí. Pero también de individualidad absoluta: de estar contigo mismo, de reconocerte, de decir “acá estoy” sin tener que explicarte.
Y entonces, esa frase que antes me pareció exagerada, cobró sentido:
“Y en ese momento, juro que éramos infinitos.”

Las ventajas de ser invisible no fue una película que entendí desde el principio. Pero fue una de esas historias que se quedó quieta, esperando en un rincón, hasta que estuve lista para verla con otros ojos. Con más heridas, sí. Pero también con más sensibilidad. Más empatía. Más verdad.
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