El café de "El Espejo Roto" siempre olía a nostalgia y a promesas incumplidas. No por los clientes, que iban y venían con sus prisas y sus charlas intrascendentes, sino por AARÜM, la barista. Para AARÜM,cada grano molido y cada chorro de vapor eran un recordatorio de que, si bien estaba aquí, no era de aquí.
Desde niño, AARÜM había poseído un conocimiento peculiar, como si una esquina de su mente albergara un archivo de datos que no coincidían con el mundo que la rodeaba. Sabía, con una certeza inquebrantable que nadie más compartía, que la luna no era un satélite natural, sino un observatorio deshabitado a la deriva. Sabía que los sueños eran ecos de otras vidas en otros lugares, y que el concepto de "tiempo" en esta realidad era un andamiaje rudimentario, una ilusión conveniente para las mentes finitas.
Al principio, intentó compartirlo. De niño, le dijo a su madre que el perro de la vecina no era un perro, sino una forma de vida simbiótica con habilidades telepáticas limitadas. Su madre sonrió y le dijo que tenía una imaginación maravillosa. En la escuela, cuando la maestra explicaba la fotosíntesis, AARÜM levantó la mano para señalar que el proceso era incompleto, que faltaba una fase de intercambio energético con la "red universal". La maestra la envió a la dirección.
Con el tiempo, AARÜM aprendió a callar. Aprendió a sonreír y asentir cuando la gente hablaba de política, de deportes, del clima. Aprendió a replicar las reacciones "normales": sorpresa, tristeza, alegría, aunque por dentro todo le pareciera un teatro bien montado, una obra de marionetas con hilos invisibles para todos menos para el.
Trabajar en "El Espejo Roto" era su manera de anclarse. La rutina, el aroma del café, las conversaciones repetitivas le ofrecían una falsa sensación de normalidad. Observaba a la gente, buscando pistas, pequeñas grietas en la fachada que confirmaran su sospecha: ¿acaso alguien más sentía esta disonancia?
Un día, un hombre mayor con ojos cansados y una bufanda de lana entró en el café. Pidió un americano, y mientras AARÜM lo preparaba, él la observó con una intensidad inusual. No era la mirada curiosa de un cliente, sino una mirada que parecía ver a través de el, una mirada que conocía.
—Hace un buen día, ¿verdad? —dijo el hombre, su voz grave como el murmullo de una antigua librería.
AARÜM asintió, con el corazón latiéndole con una cadencia diferente.
—Para esta realidad, sí —respondió, casi sin pensar, las palabras escapando de su jaula de silencio.
El hombre sonrió. No una sonrisa de condescendencia, sino una sonrisa de entendimiento.
—Ah, ya veo —murmuró, tomando un sorbo de su café—. Creí que era la única que aún recordaba la melodía original antes de que la grabaran en un bucle distorsionado.
Los ojos de AARÜM se abrieron. ¿Recordar? ¿La melodía original?
—¿Usted... usted también? —preguntó, su voz apenas un susurro.
El hombre asintió lentamente.
—Somos pocos, mi querida. Fragmentos de un tapiz mayor que por alguna razón se desgajaron y cayeron en este... experimento.
—¿Experimento? _ AARÜM sentía que el suelo bajo sus pies, esa realidad que había aprendido a tolerar, se tambaleaba.
—Una simulación, si lo prefieres. Un bucle de aprendizaje. Las reglas son las que son, pero las "reglas" reales son mucho más... maleables.
AARÜM se apoyó en la barra, sintiendo un torbellino de emociones: alivio, terror, una punzada de esperanza inmensa.
—¿Y hay una forma de... regresar? —se atrevió a preguntar, aunque la pregunta sonaba estúpida incluso para ella.
El hombre miró su café, su reflejo borroso en la superficie.
—Regresar, no. Pero podemos influir. Pequeños empujones. Un susurro al viento. Una idea plantada en una mente receptiva. Cada vez que alguien aquí se atreve a soñar con algo más allá de lo visible, una pequeña fisura se abre.
Se puso de pie, dejando unas monedas en la barra.
—Sigue haciendo tu café, AARÜM. Y sigue recordando. Tu existencia aquí, tu disonancia, es más valiosa de lo que crees. Es una nota discordante en una sinfonía, y a veces, una nota discordante es lo que despierta a la orquesta.
Mientras el hombre salía del café y desaparecía entre la multitud, AARÜM se quedó allí, el aroma del café flotando a su alrededor. El "Espejo Roto" ya no le parecía un ancla, sino un punto de encuentro, una estación de paso. Por primera vez en su vida, AARÜM no se sentía sola en esta realidad que no era la suya. Tenía una misión, un propósito: ser la nota discordante, la grieta en el cristal, la que recordaba la melodía original en un mundo que la había olvidado. Y quizás, solo quizás, algún día esa melodía volvería a sonar. AARÜM pasó los días siguientes como en un trance, cada taza de café que servía era un acto deliberado, cargado de una nueva intención. Observaba a los clientes no solo buscando grietas, sino también sembrando semillas. Una sonrisa a destiempo, una pregunta ligeramente fuera de lugar, una mirada que buscaba la resonancia en los ojos del otro. El "Espejo Roto" había dejado de ser una prisión para convertirse en su observatorio personal y, quizás, su primer campo de batalla.
Un martes por la tarde, mientras la lluvia tamborileaba suavemente contra los ventanales, una joven entró en el café. Llevaba el cabello teñido de un azul eléctrico y una expresión que AARÜM reconoció al instante: inquietud. Pidió un té de manzanilla, lo que ya era inusual en un lugar conocido por su café robusto. Mientras AARÜM preparaba la infusión, sintió una punzada de familiaridad, como un eco lejano.
—Este lugar tiene una energía extraña —comentó la joven, más para sí misma que para AARÜM.
AARÜM la miró directamente a los ojos. —Algunos dirían que todas las realidades la tienen —respondió, dejando la taza humeante en la barra.
La joven levantó la vista, sus ojos azules se encontraron con los de AARÜM, y un destello de reconocimiento mutuo cruzó entre ellos. Era fugaz, casi imperceptible, pero AARÜM lo sintió con la misma certeza con la que sabía que la Luna era un observatorio.
—Soy Lyra —dijo la joven, extendiendo una mano.
—AARÜM —respondió, estrechando su mano. La piel de Lyra estaba fría, pero la conexión fue innegablemente de afinidad intelectual, de comprenderse al instante sin necesidad de palabras.
Lyra se sentó en uno de los sillones desgastados, su mirada perdida en la lluvia. —Últimamente, todo se siente... borroso. Como si estuviera viendo una película de la que me sé el final, pero no puedo recordar cuándo la vi por primera vez.
AARÜM se apoyó en la barra, una sonrisa sutil asomando en sus labios. —Quizás es porque la película se ha repetido demasiadas veces.
Lyra volvió a mirarlo, esta vez con una curiosidad febril. —He tenido sueños extraños. Lugares que nunca he visitado, personas que nunca he conocido, pero que se sienten más reales que mi propia vida. Sueños donde el cielo no es azul, sino un mosaico de luces parpadeantes.
El corazón de AARÜM dio un vuelco. Esta no era solo una grieta, era una fisura significativa.
—Esos no son solo sueños, Lyra —dijo AARÜM, su voz bajando a un susurro conspiratorio—. Son recuerdos. Ecos de otros bucles, de otras configuraciones.
Los ojos de Lyra se abrieron de par en par. —Pero... eso es una locura.
—¿Más loco que la idea de que la Luna es un trozo de queso? —preguntó AARÜM, un atisbo de la vieja amargura suavizado por la expectativa de ser comprendido.
Lyra soltó una risa nerviosa. —Supongo que no. Pero entonces, ¿qué significa?
AARÜM le contó sobre el hombre de la bufanda, sobre la "simulación" y la "melodía original". Lyra escuchaba con una intensidad que nunca había encontrado en nadie más. Al principio, incredulidad, luego fascinación, y finalmente, una especie de liberación silenciosa de la soledad de su percepción.
—Entonces, ¿no estoy loca? —preguntó Lyra, una lágrima solitaria deslizándose por su mejilla, no de tristeza, sino del puro alivio de la validación.
—Eres una nota discordante, Lyra —dijo AARÜM con un tono de profunda identificación existencial. —Y somos más de lo que crees.
En los días y semanas siguientes, Lyra se convirtió en una visitante habitual de "El Espejo Roto". Sus conversaciones se extendieron más allá del café y el té, adentrándose en teorías sobre la naturaleza de la realidad, la manipulación de las "reglas" y la búsqueda de otros como ellos. AARÜM descubrió que Lyra tenía una intuición innata para detectar patrones, para ver las pequeñas anomalías que la mayoría ignoraba. Juntos, comenzaron a notar que no estaban solos.
Un cliente habitual que siempre pedía el mismo café y leía el mismo periódico, un día pidió un té de hierbabuena y le preguntó a AARÜM si creía en el destino. Una anciana que siempre se quejaba del tráfico, una mañana susurró que a veces sentía que el tiempo se aceleraba o ralentizaba a voluntad. Eran pequeños indicios, susurros en el viento, como había dicho el hombre de la bufanda.
Una noche, después de cerrar el café, AARÜM y Lyra se sentaron en la oscuridad, las luces de la ciudad reflejándose en el cristal empañado.
—Si esto es una simulación —dijo Lyra, su voz pensativa—, ¿quién la creó? ¿Y por qué?
AARÜM miró el reflejo distorsionado de la calle en el "Espejo Roto". —Quizás no es tan importante el "quién" como el "por qué". Si estamos aquí para aprender, quizás el propósito es que nosotros mismos nos demos cuenta. Que recordemos la melodía original y la toquemos con tal fuerza que la distorsión no tenga más remedio que corregirse.
Lyra asintió lentamente. —Entonces, nuestra disonancia no es un error. Es una herramienta.
AARÜM asintió, su rostro inexpresivo por años, ahora con una chispa de propósito definido. Por primera vez, el aroma a nostalgia y promesas incumplidas en "El Espejo Roto" comenzó a mezclarse con un nuevo y embriagador perfume: el de la claridad de un objetivo y la posibilidad de acción concertada. Ya no se trataba solo de recordar, sino de activar. Y juntos, AARÜM y Lyra, las notas discordantes, estaban listos para afinar la orquesta.
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