Hay películas que entretienen, otras que te hacen pensar. Pero muy pocas te abrazan el alma y te dejan con el corazón latiendo diferente, “Mi amigo el monstruo” es una de ellas.
Esta no es simplemente una historia entre un niño y una criatura fantástica. Es un grito silencioso de dolor, una búsqueda desesperada de consuelo, y un retrato tan real de la pérdida que es imposible no sentirse tocado en lo más profundo.
Conor, el joven protagonista, carga con un peso demasiado grande para su corta edad; una madre enferma, un padre ausente, una abuela distante y una tristeza que lo va consumiendo desde adentro. Entonces aparece el monstruo, no para asustarlo, sino para acompañarlo. Para contarle historias que no siempre tienen finales felices, pero que si tienen verdad. Porque, a veces, para sobrevivir a lo insoportable, necesitamos que alguien, nos diga que esta bien tener miedo, que esta bien estar enojados, y que incluso esta bien desear lo que mas nos duele.
Lo más hermoso de esta historia es como trata el duelo, la pérdida y ese sentimiento tan difícil de nombrar, que es querer que alguien se quede…pero saber, en el fondo, que se está yendo. No hay moralejas forzadas, solo una verdad profunda: que crecer, a veces significa, aprender a dejar ir.
Mi amigo el monstruo es para cualquiera que alguna vez haya sentido el peso del adiós, que haya querido gritar pero solo haya podido llorar en silencio. Es una película que nos recuerda que el dolor no es debilidad, que sentir es un acto valiente, y que enfrentarnos con lo que mas tememos, también es una forma de amar…
Dirigida por J.A. Bayona y basada en la novela de Patrick Ness, esta historia logra un equilibrio delicado entre la fantasía visual y el realismo emocional. Sus escenas animadas son acuarelas, su música sutil , la imponente voz del monstruo (interpretada por Leam Neeson en la versión original) , todo está al servicio de una sola cosa: acompañar a Conor, y al espectador, en el proceso del suelo.
Lo que hace especial a esta película es que no simplifica el dolor. No promete finales felices ni moralejas obvias. Reconoce que a veces la tristeza no se cura, pero se puede compartir. Y, es ahí, cuando al compartirla, va perdiendo peso, fuerza, deja de ser eso que nos duele en lo más profundo, para pasar a ser, de repente, una historia que contamos, como si alguien más fuera su protagonista, porque ya no nos lastima, porque ya no nos hiere, porque ya ha hemos ganado la suficiente valentía para hablar de esa historia, como una historia más…y que incluso, en medio de la angustia, podemos encontrar, belleza, compañía y consuelo. Es una película que también habla sobre el amor, la compasión y el derecho a sentir. Película que deja una marca suave, pero persistente, como esas cicatrices que, aunque duelen, nos recuerdan que fuimos valientes.
Y, después de todo, es una invitación a mirar hacia dentro, a reconocer que todos, llevamos una historia no dicha, una tristeza, guardada, una verdad que a veces, da miedo enfrentar. Y, quizás, después del llanto, cuando nuestra verdad haya sido dicha, podamos mirar al monstruo , de frente, y decirle: “gracias por quedarte conmigo cuando más lo necesité”
¡Comparte lo que piensas!
Sé la primera persona en comenzar una conversación.