“Una Taza de Té con el Monstruo”

Era una noche tibia en Cali. Había llovido justo lo suficiente como para que el pavimento brillara bajo la luz de los faroles, como si la ciudad entera quisiera reflejar sus cicatrices. Yo estaba en casa, editando una reseña sobre clásicos de horror para mi página, cuando se fue la luz.


Nada anormal. Lo extraño fue que, entre las sombras, escuché el sonido metálico de unas cadenas arrastrándose. Me levanté lentamente, sin dejar de pensar que probablemente mi mente, empapada en películas de terror desde los 12 años, me estaba jugando una broma. Pero entonces lo vi.


Al principio, solo una silueta inmensa en la puerta. Luego, un rostro: pálido, cosido, con ojos tristes y desorientados. Su figura ocupaba casi todo el marco. Era él. Frankenstein.

No el de las películas caricaturescas. No el de los disfraces baratos de Halloween. Era el monstruo. Más humano que humano. Me miró, torpemente, y murmuró con voz temblorosa:

¿Puedo pasar?

No pregunté por qué ni cómo. Solo asentí. Cuando amas el cine como lo amo yo, aprendes a no romper la magia cuando se presenta.


Le preparé un té, porque el café lo ponía nervioso, según dijo. Se sentó en mi sillón favorito con una torpeza conmovedora. Sus manos temblaban, y tenía una cicatriz en el cuello que parecía hablar sola.

¿Por qué yo? le pregunté.

Porque tú me ves, respondió. Porque aún escribes sobre nosotros como si fuéramos parte de algo importante. Como si fuéramos más que monstruos.Me quedé callado.

Frankenstein no era solo una criatura. Era un espejo de lo que el mundo prefiere no ver: el dolor del rechazo, la desesperación por ser amado, el terror de ser consciente y estar solo. Lo habían revivido en miles de versiones, pero nadie le había preguntado nunca si quería seguir existiendo.

Hoy vine a despedirme, dijo. Estoy cansado. La gente ya no teme como antes. Ahora prefieren monstruos de algoritmos, villanos con trajes elegantes y discursos motivacionales. Yo ya no encajo.

Tragué saliva. Me dolía escucharlo. No porque fuera un monstruo, sino porque todos en algún momento nos hemos sentido como él: piezas armadas con retazos de sueños rotos.

Pero aún inspiras le dije. Tu historia sigue enseñando que lo verdaderamente monstruoso no es lo diferente, sino lo que hacemos con ello.

Me miró largo rato, luego sonrió con la melancolía de quien sabe que su tiempo ha pasado.

Antes de irse, dejó sobre la mesa una pequeña caja. Dentro, un carrete de cinta de 35 mm. Leí la etiqueta: “La primera vez que me sentí vivo. 1931.”

Cuando la luz regresó, él ya no estaba.

Desde aquella noche, cada vez que escribo sobre cine, lo hago pensando en él. En los monstruos que hemos creado y en los que ignoramos. En aquellos que tanto nos atormentaron antes de dormir y a veces en las peores pesadillas. En los que habitan fuera… y dentro de nosotros.

Y a veces, cuando la noche es muy callada, creo oír el tintinear de una cucharita contra una taza de té.




Puntos de luz

Ilumina y aumenta su visibilidad — ¡sé el primero!

Comentarios 4
Tendencias
Novedades
comments

¡Comparte lo que piensas!

Sé la primera persona en comenzar una conversación.

3
4
3
0