Idiocracy: una distopía que dejó de ser ficción 

Idiocracy, o La idiocracia en su título en español, es una película de 2006 que retoma la estructura clásica de las grandes distopías del siglo XIX, aquellas en las que se exageran los peores rasgos de la sociedad contemporánea para proyectarlos en un futuro grotesco y alarmante. En este caso, sin embargo, se vale de la sátira y la comedia para exponer algo mucho más perturbador: el embrutecimiento progresivo de la humanidad y el secuestro absoluto de la sociedad por parte de las corporaciones.

Su humor no es ingenuo, ni simple. Es un espejo cóncavo, deformante, que no pretende reflejar fielmente la realidad sino llevar sus absurdos a la última consecuencia lógica. Una lógica que, tristemente, no está tan alejada del presente como quisiéramos.

Porque la pregunta verdaderamente importante no es qué muestra la película, sino cuánto de esa película estamos ya viviendo.
Idiocracy Now! - Dialektika - Filosofía, Cultura & SociedadEn el universo de Idiocracy, la idiotez no es producto de una catástrofe externa ni de un virus: es el resultado de una selección natural perversa. Las personas inteligentes y reflexivas, atrapadas por las inseguridades y las incertidumbres del mundo moderno, dejan de reproducirse. Mientras tanto, quienes carecen de educación, acceso a información o pensamiento crítico se reproducen sin freno. El futuro, entonces, se convierte en una sucesión de generaciones con un coeficiente intelectual en caída libre.

Pero incluso sin ese factor biológico, la realidad actual nos ofrece mecanismos más que suficientes para preocuparnos. No hace falta que la inteligencia desaparezca genéticamente si ya estamos delegando el uso de nuestras capacidades cognitivas más básicas a la tecnología. Basta pensar en los servicios de localización geográfica de la que ya dependen millones de personas, y si un simple fallo técnico nos impide encontrar nuestro camino a casa, ¿no hemos perdido ya la capacidad de ubicarnos?
Lo más inquietante del futuro que plantea Idiocracy es el dominio total de las corporaciones sobre todos los aspectos de la vida humana. En el año 2505 que imagina la película, no existe superficie alguna —ni ropa, ni hospitales, ni edificios— que esté libre de logotipos, marcas registradas o anuncios. Los programas de televisión comparten pantalla con comerciales en tiempo real, y lo grotesco no es solo su estética sino su normalización.

¿De verdad estamos tan lejos de eso?

Hoy, cualquier video en redes sociales necesita subtítulos, emojis flotantes y un gameplay de fondo para retener nuestra atención. Nuestra capacidad de concentración se ve reducida a píldoras de 15 segundos. Las noticias compiten por el "click" con los memes, y el discurso político ha sido reducido a slogans vacíos que apelan al miedo, al consumo o al nacionalismo más burdo.

Idiocracia: hacia un futuro dominado por auténticos idiotas

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Mike Judge, su director, se formó como físico y trabajó en Silicon Valley. Sabía exactamente lo que estaba parodiando.
Porque ya hay fragmentos de idiocracia en todos lados:

En el lenguaje político reducido a slogans vacíos que apelan al miedo o al consumo.

En la industria de contenido, donde miles de horas de atención humana se pierden entre “contenido de fondo”, loops sin historia, sonidos de recompensas artificiales y compilaciones de absurdos.

En el desmantelamiento del pensamiento crítico dentro de sistemas educativos que valoran más la obediencia que la comprensión.

En la corporativización absoluta del espacio público y privado, donde incluso el lenguaje es propiedad intelectual.
Y sin embargo, el aspecto más revelador de esta película no está dentro de la pantalla, sino fuera de ella.

La distribuidora original, 20th Century Fox, retiró la cinta del mercado poco después de su estreno. No hubo promoción, ni carteles, ni entrevistas masivas. Se la enterró como se entierra una verdad incómoda. Porque la sátira que propone Idiocracy no es sutil, sino filosa. Y en su filo, muchos ejecutivos —demasiado parecidos a los personajes que retrata— vieron un riesgo.

Así, lo que comenzó como una parodia futurista terminó convertido en un documento incómodo del presente. Una distopía que ya no necesita los siglos para hacerse realidad. Basta con mirar alrededor.

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