Dan Gallagher (Michael Douglas) tiene una buena esposa, una hija adorable y un trabajo en ascenso como abogado. Pero todo se ve amenazado cuando inicia un amorío de un fin de semana con Alex Forrest (Glenn Close), una mujer trastornada que empieza a atormentarlo a él y a su familia.
La cámara hace con lentitud un paneo por la silueta de la ciudad de Nueva York al anochecer; luego, apunta a la ventana iluminada de un apartamento. Dentro, una mujer se prepara para ir a una fiesta, su esposo está terminando de trabajar y la hija de ambos ve la televisión, acompañada por un labrador retriever; una familia modelo. Lo que no sospechan los Gallagher es que pronto su paz e imagen ejemplar serán destruidas, y se verán empujados a la desconfianza, la separación y la violencia.
Adrian Lyne, director de Nueve semanas y media (9 ½ Weeks, 1985), la segunda adaptación de Lolita (1997) e Infidelidad (Unfaithful, 2002), expuso con Atracción fatal (Fatal Attraction, 1987) muchas de las obsesiones de su filmografía: una pareja tormentosa, la ruptura familiar, la obsesión con el sexo, el adulterio, el erotismo y el suspenso. El principal logro de esta película, la más reconocida y conseguida de todas sus obras, fue equilibrar perfectamente todo esto en una historia espeluznante, de esas que marcan épocas y a los espectadores; no es exagerado decir que Atracción fatal espantó a muchos hombres de la idea de tener amantes, así como Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975) a los bañistas de nadar en las playas. Y esto también es gracias a sus personajes e intérpretes principales.
La primera vez que vemos a Alex dura segundos, pero causa una fuerte impresión; su magnética e incómoda mirada, de esas que Glenn Close dispara como balas, insinúa que es una mujer de carácter, pero con algo oscuro dentro de ella. Aun si no conocemos de antemano la trama, resulta innegable que está perturbada. Y a pesar de que la mirada no va dirigida hacia Dan, sino a su amigo, Jimmy (Stuart Parkin), aquel falla en interpretarla; tampoco se le puede culpar mucho, ya que, cuando la fortuna (o la fatalidad) reúne a Alex y Dan poco después en la barra de la fiesta a la que asisten, ella suaviza su expresión y se muestra afable. Close es de esas pocas actrices capaces de cambiar repentinamente de humor y convencernos de que tal cosa es lo más natural del mundo.
Alex queda prendada de él; Dan se muestra atraído, pero no le da pie o todavía no. Más adelante, antes de iniciar su aventura fatal, vuelven a verse por azares del destino en una reunión de trabajo donde se discute sobre la legalidad de un libro que trata el adulterio (una ironía) y, luego, se ven en una calle lluviosa, que los conduce a un restaurante y vaticina la tormenta que le caerá a Dan. Y es en el restaurante donde no solo la tensión sexual se hace más palpable, sino que se revelan una parte importante de las intenciones y la psicología de los personajes.
Sin lugar a dudas, Alex sabe lo que quiere e incentiva el amorío, dice que es discreta y está consciente de en qué se están metiendo si siguen; no obstante, la verdad es que ni será discreta ni terminará de entender la diferencia entre una relación de un par de noches y una más seria. Por su lado, Dan acepta el juego con placer, no sin antes haber hablado brevemente de lo imbécil que fue su padre con su madre durante el matrimonio y de su propia esposa, por lo que ya nos parece un hipócrita. Ambos, pues, son pérfidos a su manera y tienen mucha química, capaz por su misma naturaleza.
La intensa relación que inician durante el fin de semana incluye una salida a una discoteca, un paseo por el parque (con el perro de la familia incluido, dicho sea de paso), comidas caseras y mucho sexo, por supuesto. Solo que Alex no distingue la realidad de la torpe ficción que han inventado y Dan no se sale de ella a tiempo. Y cuando los vemos escuchar la parte final de la trágica ópera Madame Butterfly, intuimos con más fuerza que el encuentro entre ellos está marcado por un hado funesto, parecido al de los amantes de la ópera que tanto admiran. Por esta razón, hasta líneas puntuales como “Gracias a Dios”, que dice Dan después de una de sus tantas revolcadas o “Adoro los animales” y “Seré buena”, que dice Alex con aparente sinceridad, terminan siendo ironías macabras del guion.
Con el retorno de Beth (Anne Archer), la esposa de Dan, y la hijita de ambos, Ellen (Ellen Latzen), regresa la normalidad para aquel y también inicia su pesadilla. Termina la aventura y trata de seguir con su vida, pero la enloquecida, solitaria y astuta Alex ya no puede, por lo que desata sobre su examante una revancha como solo una mujer dolida puede hacerlo. Ahora, como si se tratase casi de una presencia de ultratumba, empieza a convertir la vida de Dan en un auténtico infierno al quemarle el carro con ácido; acosarlo en el trabajo; invadir su privacidad; decirle que está embarazada, aunque no sabemos si es cierto; y matar a la conejita blanca de Ellen, lo que obliga a Dan a decirle la verdad a Beth y, por lo cual, la horrible muerte del animal simboliza la propia muerte de la pureza de la inocente familia.
Es así como la relación de ambos desemboca no solo en una pesadilla, sino en una pelea a muerte estupendamente expresada en el plano actoral. Michael Douglas, habituado a personajes que se lían con mujeres fatales, interpreta con pulso el rol de un hombre más indefenso de lo que cree, sumergido en un espiral de caos y enfrentándose a una fuerza imparable. Pero Glenn Close, con su magnífico retrato de una mujer letal, desquiciada y extrañamente seductora, se roba el espectáculo, hasta el punto que, cuando pensamos en Atracción fatal, es ella quien nos viene primero a la mente. De esta forma, la química de sus personajes se debe tanto al guion y la dirección, como a la intensa compenetración de estos consagrados intérpretes.
Es curioso que, en tiempos recientes, algunas personas han tratado de reivindicar al personaje de Alex por considerarla una víctima de un hombre misógino, más o menos similar a la postura de distintas feministas durante el año de estreno. La verdad es que Alex está desequilibrada, es mentirosa y peligrosa. Es cierto que podemos llegar a compadecernos de ella por su soledad y tristeza, por sus ganas de amar y ser amada, pero aun así las cosas que hace no son meramente cuestionables, sino repudiables. En otras palabras, es difícil defenderla, incluso porque rompe el acuerdo al que llega con Dan en el restaurante.
Aunque también podemos compadecernos más por Dan, este tampoco está libre de culpa; al cometer el adulterio y serle deshonesto a Beth hasta que ya no puede ocultar más la infidelidad, pasa a ser un victimario de su propia familia, mas no de Alex porque ambos están en un nivel parecido. La película constantemente le señala a él, a través de los momentos tiernos en que ve a su esposa arreglándose o a esta compartiendo con la niña, que está a punto de perderlas y que una noche de pasión no ha valido la pena; después, le da una lección dura, no siempre justa, pero sí necesaria.
En retrospectiva, pues, ninguno de los protagonistas es defendible; las únicas víctimas son Beth, Ellen y la pobre coneja. Por este motivo, Atracción fatal también puede interpretarse como una historia con una moraleja cruel acerca de lo que sucede cuando se engañan a los seres amados.
El clímax eleva al máximo el suspenso que Lyne ha venido trabajando con meticulosidad y cierra la historia con contundencia. Alex ya está completamente disociada y trata de asesinar a Beth con un cuchillo, pero Dan la detiene a tiempo, luchan con fiereza e intenta ahogarla en la bañera. Alex, que es buena fingiendo, sale de la bañera después de unos instantes que se sienten eternos y trata de matarlo. Sin embargo, en un giro sorpresivo, quien la asesina de un disparo es Beth; con esto, Lyne señala que en esta historia la última palabra la tienen las mujeres, no los hombres. Y ahí queda Alex flotando medio hundida en el agua, como un recordatorio fatal de las consecuencias de la infidelidad.
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