“La música siempre fue por la libertad, por despojarme de quien soy en mis pensamientos. No quise cambiar a nadie, busqué mi espacio para manifestar, y creo que lo logré. Hoy en día, hay muchas personas trans que sufren. Yo no soy trans, no soy una persona que quiera tener otro sexo al que tiene. Las personas deben tener libertad de expresarse, no tienen que vivir sometidas a nada ni tampoco esconderse. La película va desde mi infancia hasta ahora. De todas formas, debo decir que no es la intimidad de mi vida contada, porque hay mucha cosa en mi vida que nadie sabe, ni sabrá. No cabe la vida de nadie en una hora y media de película”. Ney Matogrosso se refiere así a “Hombre con H”, la película sobre su vida escrita y dirigida por Esmir Filho y basada en el libro “Ney Matogrosso: A Biografia” de Julio María.
Ney es, quizás, uno de los artistas más transgresores que dio la escena musical de Brasil. Comenzó su carrera como parte del exitoso grupo Secos & Molhados, donde interpretó algunos de los himnos que lo hicieron más conocido, como “Sangue Latino” y “Rosa de Hiroshima” (el primero de João Ricardo y letra de Paulo Mendonça, el segundo es una poesía de Vinicius de Moraes con música de Gerson Conrad). Su paso por la banda fue fugaz en comparación al resto de su carrera, pero sirvió como trampolín y punto de partida para una propuesta audaz y transgresora que hizo de su voz un emblema de la cultura brasileña. Ney tiene un tono contralto que no es habitual en cantantes masculinos. Puede ser un aullido desgarrador, un gemido de placer, un canto de sirena, una voz celestial o infernal a la vez, según su intención. Eso, sumado a su estilo de vestir único, andrógino, salvaje, erótico, más una manera felina de ser performer, seducir e insinuar con movimientos marcadamente sexuales, lo volvieron profundamente revolucionario para su tiempo. Y aquí el tiempo es clave, por la efervescencia de aquella generación en medio de la mano dura que los sometía.
El hecho de que la carrera de Ney fuese tan disruptiva, tiene mucho que ver con el momento histórico en el que transcurrió, en medio de la dictadura que interrumpió el orden democrático en Brasil desde 1964 hasta 1985, imponiendo su rigor en todos los ámbitos: políticos, sociales, sindicales, artísticos y culturales. Para colmo, Ney era hijo de un padre militar que lo castigaba por no querer criar a “un niño marica” en su casa. Porque si ser homosexual hoy puede significar ser blanco de ataques de ciertos personajes racistas y homofóbicos que por la ola política de la época se atrevieron a salir a la luz, serlo a mediados del siglo XX era considerado una enfermedad mental que debía tratarse. Fueron artistas valientes como Ney, los que con valentía se atrevieron a enfrentar la discriminación, primero en el seno de su familia y luego frente a las arcaicas normas de la sociedad de su época con una propuesta que muchos aún no estaban preparados para digerir.

“Que Ney construyera la historia con nosotros fue muy especial. Está claro que es sólo una parte de su vida; es cine y es ficción, pero fue generoso al abrirnos la historia, contándonos detalles específicos, colaborando principalmente al expresar qué sentía en cada escena”, explica el director. El músico de 83 años estuvo presente en los sets de rodaje, durante las grabaciones e incluso durante la lectura de los guiones. Algo fundamental para que el protagonista, Jesuíta Barbosa, pudiese captar su esencia. Agrega el director: “Aprendí mucho de Ney, desde cuestiones relacionadas con la naturaleza y los animales, hasta su posición en el mundo. Tan sólo con estudiar su vida y ver las decisiones que tomó en momentos clave es un aprendizaje. Es un artista que vino a romper esquemas, a traicionar rituales, pero con la mirada puesta en la vida, en las posibilidades. Nunca busca la destrucción, siempre la construcción. Más allá de las canciones, está la historia del ser humano que, desde el principio, se enfrentó a muchas imágenes de autoridad y figuras de control que querían reprimirlo y encasillarlo. Nunca lo permitió; siempre quiso crear su propia coreografía. Eso es lo más especial”.

La historia de “Homen con H” comienza con el pequeño Ney en el seno de su hogar, siempre dibujando y mostrando desde el origen su amor por el arte aunque para esto tuviese que aguantar los castigos e insultos de su padre, interpretado por Rômulo Braga, un viejo veterano héroe de la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día, el músico resalta la importancia de aquellos trazos primigenios. “No imaginaba ser cantante. Yo quería ser actor y sabía que cantar era útil para el actor. Pero para mí, sin tener certeza en aquel momento, fue decisivo en mi vida, porque me puse en un camino que es el que hasta hoy transito. No sabía que aquello que hice existía en mí, no sabía que era posible, no tenía ni idea de la capacidad de aquel personaje. Fue intuitivo, lo fui descubriendo”, cuenta Ney.

Luego llega la adolescencia, el paso por el servicio militar con algún romance disfrazado de amistad con algún soldado, algunas experiencias de canto en un coro, y el descubrimiento cada vez más intenso de su sexualidad. El amor de a uno, de a dos, de a tres, en grupo. Un joven Ney artesano volcado por completo al hippismo de los setenta. El éxito de Secos & Molhados y la salida del grupo, y el amor con Cazuza (Jullio Reis), que si bien duró poco en el modo romántico, supo volverse eterno al convertirse en una amistad sin secretos y puramente enmarcada en la libertad que profesaban.

La interpretación de Jesuíta Barbosa merece un párrafo aparte. Para meterse en la piel del joven Ney, el actor debió bajar 12 kilos. Su rebeldía está siempre puesta en la mirada, en su forma de moverse y doblarse como si fuese de papel. Y más aún, su gesto resalta cuando interpreta al Ney de los escenarios, tanto en Secos & Molhados como en el resto de su carrera solista. La historia nos permite ser testigos de sus años más salvajes, en las playas de Río de Janeiro, donde la regla era más bien la ausencia de reglas. Los vínculos de Ney con sus romances eran profundos pero absolutamente libres. No tenía problema en plantearle a su pareja de entonces, el médico Marco de María (Bruno Montaleone), que Cazuza tenía intención de conocerlo y estar con él. Nadie era propiedad de nadie.

El golpe inesperado a toda esta libertad lo puso el SIDA. La enfermedad, que en los años ’80 los arcaicos medios (des)informativos denominaban “peste rosa”, puso en jaque a la comunidad homosexual, y a la sociedad en general. Se cobró la vida de Cazuza y varios seres queridos de Ney, que milagrosamente se salvó. Así, cada uno de los protagonistas va haciendo su propio arco de transformación. Ney en el vínculo con su padre, ablandándolo hasta el final de sus días, y consigo mismo, llevando todo ese caudal de libertad desaforada hacia lugares más amorosos y cuidados. Es una moraleja que gira desde el perdón hacia el aprendizaje. Y en ese marco, así como todos cambian, también la sociedad se va aggiornando. De los artistas prohibidos de la dictadura, a la amplitud de voces que trajo la democracia a los países latinoamericanos. Nada de esto hubiese sido posible sin la tensión e incomodidad a la que Ney supo someter a los militares y a aquellos sectores de la sociedad que defendían sus ideas represivas.



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