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El barco pirata que fue San Francisco en 1980 ya no está. Todos están muertos. Se acabó la fiesta. Las guitarras callan. Las luces están apagadas, las cortinas cerradas. Soy la única que queda para contar la historia, lo que podría convertirme en la heroína, pero no lo era. No soy. Al principio había gente por todas partes, pero al final era solo yo. Resonantemente, ensordecedoramente, en silencio, solo. La vida se volvió tan tranquila que el silbido de la sangre que succionaba una jeringa rugía como las cataratas del Niágara.