Recuerdos que mienten un poco: Comentarios sobre La cordillera

Vi la primera película de Santiago Mitre en algún BAFICI de la mano de El Pampero Cine y si bien era una dirección colectiva, a la luz de su filmografía posterior quedó algo distante o, al menos, extraña. Para ilustrar un poco estas palabras: Mitre es uno de los responsables del guión de varios largos de Pablo Trapero de difícil digestión, dramas sociales y retratos muy bien logrados de personajes periféricos con realidades crudas (Leonera, Carancho, Elefante Blanco). También ha guionado (y co-guionado) varios de sus trabajos como director. En los mencionados casos de Trapero, el guión también es resultado de un trabajo colectivo, dado que fueron escritos junto a Martín Mauregui y Alejandro Fadel (dos de los cuatro que, junto al propio Mitre y a Juan Schnitman, participaron en aquella incursión al cine que fue: El amor - Primera parte).

En La Cordillera, su tercer largo como director en solitario, trabaja en guión junto a Mariano Llinás (una de las cuatro cabezas de EPC), con quien ya lo había hecho en El Estudiante y con quien volvería a hacerlo para Argentina 1985 unos años más tarde.

Y a propósito de El Estudiante, creo que hay vínculo claro e innegable con La Cordillera desde lo temático y que es reforzado en las similitudes entre los personajes. Sumado a esto, se me hace difícil no verlas como una suerte de continuación, basándome en la idea de que los comienzos de las carreras políticas se inician en la militancia estudiantil; aunque claro, una cosa es una asamblea universitaria en la facultad de Ciencias Sociales de la UBA y otra distinta es una cumbre presidencial; además, distan muchos ceros entre la caja del Centro de Estudiantes y el precio de un voto presidencial durante el evento que reúne a los popes de cada país.

Lo que me resulta interesante más allá de la conexión entre ambas por la cuestión política, es la lucha interna y solitaria de estos personajes en plena instancia de toma de decisión.

Decir que ambas películas tratan sobre el poder es acertado pero simplista; ampliar que reflejan en esos lazos de poder conflictos internos de sus personajes también lo sería. Sobre todo porque esos conflictos internos son intrínsecos a los seres humanos; lo que me parece interesante es la astucia con la que cada protagonista toma estas decisiones o mejor dicho: juega sus cartas. Y en política, con tanto asesor dando vueltas, con ángeles y demonios susurrando en los oídos, puede que sea una tarea más complicada, sobre todo si las consecuencias afectan a más personas que a uno mismo: un grupo reducido o a más de 40 millones.

Acá hay algo interesante, porque Mitre no abre la cabeza de los protagonistas, más bien por el contrario, los muestra siempre pensativos, encriptados; certeros, con las palabras justas, lacónicos y precisos. El punto de vista del relato priva al narrador de las elucubraciones internas hasta que se hacen efectivas.

Ricardo Darín personifica a Hernán Blanco, exintendente de Santa Rosa, capital de La Pampa, ahora Presidente de la República Argentina. Blanco viaja a Chile como el resto de sus pares, a una cumbre que pretende discutir la creación de la Alianza Petrolera Sur, una agrupación que nuclee a los países de Sudamérica, impulsada por Brasil, que busca garantizar la autonomía energética de la región. En las mismas jornadas, se dirimirá el rol de la APS, la apertura hacia mercados extranjeros, y medidas regulatorias y/o proteccionistas, como ser la posibilidad de vínculo con capitales privados.

Los intereses en juego son muchos y, cómo era de esperarse para estas latitudes, Estados Unidos huele sangre y quiere su parte. Entonces la película avanza en dos planos concretos: el burocrático, diplomático, que tiene a Cancillería peleando con Jefatura de ministros, en una disputa bien lograda entre Hoffmann (Héctor Díaz) y Castex (Gerardo Romano), el primero respondiendo a México y el segundo a Brasil. Blanco, a quien el periodismo llama el hombre invisible, en silencio y solitario, juega su juego mientras su figura es seguida minuciosamente por la prensa en esta primera gran prueba.

Paralelo a este plano, se teje una trama más compleja que atraviesa y pone en jaque al Gobierno Argentino: la hija de Blanco, Marina (Dolores Fonzi) llega a la cumbre por pedido de su padre, dado que su expareja está amenazando la estabilidad de su gobierno. Algo pasa, algo pasó. Marina no está bien, el proceso de separación es largo y hay hijos en el medio, pero no por eso pierde autoridad a pesar de que la comunicación con su psiquiatra desde la oficina presidencial sea constante. Todo este problema lo tiene a Blanco un poco ido, lejos de atender con profesionalismo sus quehaceres presidenciales y las cosas están lejos de resolverse: Marina sufre un brote, un shock, que le quita el habla por un tiempo y recurren a un especialista para sacarla de ese estado. Desiderio Garcia (Alfredo Castro) es un psiquiatra que apela a la hipnosis para dar con el porqué del asunto. Aparecerán recuerdos en plena sesión y será difícil que Marina salga de allí. Acá hay un quiebre en el film y al margen de los cuestionamientos que el guión no pretende aclarar, puertas adentro será una cosa, pero puertas afuera el show debe continuar. ¿Es él un hombre común o el asesino que su hija de dice que es? Fonzi retoma desde la mirada y el silencio algo del papel que había hecho en Paulina (la versión de Mitre sobre La Patota, el film de Daniel Tinayre).

El guión es espeso, tiene una trama intrincada que por momentos requiere de esos silencios para tomar un respiro y pensar de cara a la cordillera como hacen sus personajes. La información es parcial, proporcionada de a partes o vedada por recuerdos confusos que una vez evocados no son fáciles de quitar.

La película fue una gran producción, el reparto y los profesionales intervinientes tienen que ver con eso porque además del resto del elenco: Christian Slater, Daniel Gimenez Cacho, Esteban Bigliardi, Paulina García, entre otros, se sumó el trabajo de varios especialistas en cada área. Una de estas es la dirección de fotografía, que estuvo Javier Juliá (Che, Relatos Salvajes) y es brillante la manera que se buscó de incluir a la cordillera en el film, de manera tal que fuese un tópico más: no es locación, es presencia pura, abrumadora e imponente; ruge en silencio mientras los autos la recorren, hace lo propio cuando los aviones la cruzan. Es gigante pero parece invisible como un recuerdo que se pierde en la memoria pero puede nublarlo todo cuando aparece.

Cuando se estrenó se habló mucho del final y yo no hacía más que recordar al personaje de Roque (Lamothe) de El estudiante y el cierre que se le dió al film del 2011. Y así como lo fue aquella vez, también acá se nota el trabajo de investigación porque está bien logrado todo lo circundante a la figura presidencial, desde la secuencia de apertura y la Casa Rosada en silencio hasta el modo en que la información le llega al presidente. Las diferencias entre el Hernán Blanco público y su figura opuesta en la intimidad, sumadas a cómo tratar los dramas familiares para lograr que no afecten a su vida profesional.

Es un thriller político, atemporal, con el sello de Mitre y bien actuado. Un guión detallista que va en concordancia con la atmósfera del film, fotografía y música (Alberto Iglesias) acordes al clima que atraviesa. Curiosamente aburrió a más de uno pero acá se lo celebra.

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