8 1/2 (1963). Director: Federico fellini

Carl Gustav Jung desarrolló el concepto del "inconsciente colectivo", teoría psicológica alejada de las desarrolladas por Freud años antes y que trataba sobre la existencia de una base primitiva (una especie de lenguaje) soportada en símbolos y arquetipos de los que la humanidad se alimentaba .

A esta sabia profunda sólo se puede acceder si se profundiza en el yo, si uno se retira de la línea marcada por el consciente (dejándose llevar por la sensación de estar perdido) para adentrase en las profundidades de las sensaciones arcaicas sin significado, puras, aún más reales que nuestra propia existencia. Fellini abrazó esa teoría como suya, ya que en ella encontró la interpretación a esa necesidad de evadirse de su "yo" en el plató cinematográfico siendo poseído por el "otro"". Si su cine había versado sobre ese enfrentamiento entre realidad y sueño, con Jung ambos conceptos se conjugan: les hace formar parte de una unidad; así, ya no hay traición a la obra pasada, ni tan siquiera adscripción al movimiento "neorrealista", sino un natural avance lógico en busca de esa fuente interior cargada de simbolismo.

"8 1/2" con su título indica que no es más que otra película de Fellini: la octava y media. Por ello, Fellini sitúa como protagonista a un director de cine, Guido (Marcello Mastroianni) que no es más que una proyección ficcional de su propia persona (el director: Fellini). Guido está abierto a la indagación de ese inconsciente felliniano, sin cortapisas, dando el Fellini creador la misma validez a "lo real" de las imágenes simbólicas que a las visualizadas en el consciente. De este viaje hacia terrenos arcaicos de la mente, cual espejos que encierran su imagen y la proyectan infinitamente, Guido acepta la existencia del “espectáculo del mundo”, donde todos los seres, reales, pasados, simbólicos, bailan unidos al son de la música que es puerta de unión entre el inconsciente y la conciencia.

Lo que en el film parece ser la materia de desarrollo: el bloqueo mental de Guido y su dispersión en el mundo real perdiéndose en los recuerdos, pasa a convertirse en un proceso natural de conocimiento del inconsciente, un abandono intencionado de la acción consciente (el bloqueo), para dejarse perder en el día a día (el trabajo, las conversaciones, las relaciones sentimentales), alejarse del contacto con lo objetivo (la dispersión) y sumergirse en un mundo oculto (que existe en su propio yo) cargado de simbolismos. Gracias a la música de Rota, como lo hacía Proust con el sabor de una madalena, se desvela ese rizoma al que Guido (Fellini) se ha aproximado: espacio común del hombre en todas sus épocas, naturaleza pura, indescifrable, que existe activa y expectante, como si fuera parte de un espectáculo circense.

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