Seguirle el rastro a Bob Odenkirk es buena señal; el actor de Better Call Saul es un referente. Desde luego, hay otras maneras a través de las cuales llegar a Undone, la serie creada por Raphael Bob-Waksberg y Kate Purdy; pero, se sabe, si está Odenkirk hay un grandioso punto a favor. La dupla responsable de Undone lo fue también de la serie animada BoJack Horseman, y la animación viene a cuento, porque Undone está trabajada a partir de la rotoscopía, técnica que anima sobre el registro live-action de la cámara, con actrices y actores. De este modo, el resultado ofrece una mixtura realista y sin embargo fantástica, una especie de umbral que los buenos artesanos saben cuándo y por qué utilizar. Aquí, por supuesto, vale citar a los maestros creadores del asunto, los hermanos Max y Dave Fleischer, quienes tempranamente dieron al cine (no solo animado) ésta y otras invenciones, utilizadas con el Payaso Koko, Betty Boop, Popeye y Superman. Y también, claro, al que es uno de sus máximos artífices: Ralph Bakshi, autor de films memorables como Coonskin (1975), The Lord of the Rings (1978) y American Pop (1981) (a Bakshi lo admiro, le debo una buena y extensa nota).

Pero volvamos a Undone (2 temporadas, 2019-2022). En ella, la conflictuada Alma (la estupenda Rosa Salazar) se descubre manteniendo conversaciones con su padre difunto (Bob Odenkirk). Cuida de niños, discute con su madre, mantiene una relación un tanto tirante con su hermana (pronta a casarse), y envuelve cada vez más a su novio en estas visiones. Visiones que, al fin y al cabo, ella entiende por ciertas. El padre, parece, está en algún lugar, en cierto limbo, y han sido sus investigaciones en vida las que, a través de Alma, podrían devolverle la vida. Para ello, hay que alterar el tiempo, viajar en él, descubrir dónde cambiarlo. ¿Quién no quisiera oportunidades así?
Entre la lucidez engañosa y la locura al acecho, Alma progresivamente desdibuja y entorpece los vínculos con su grupo familiar y amistades. Todo sea por devolverle la vida a papá. No le juega a favor -si así puede decirse- ser la “inestable” de la familia. Y suma un detalle, nada menor, que oficia como una “marca” de guion brillante, que la termina de perfilar como el gran personaje que es: el audífono. De alguna manera, Alma es la “incompleta” del título (Undone), la que no termina de cuadrar en ningún lugar: ni madre ni esposa -no le preocupa-, es la hija a medias, la que extraña al padre, abandonada por éste y para siempre en una extraña noche de Halloween. Un accidente fatal lo explica, pero la herida por mucho que sea el tiempo transcurrido, no cierra. Allí, entonces, el descubrimiento de las habilidades temporales. ¿Ciertas? ¿Delirios?
Ahora bien, si Alma está loca o no, ¿qué importa? La cuestión está en creer, y el cine lo permite (aunque sea una serie, Undone tiene más cine que muchas películas). Sus experiencias sensoriales parecen ciertas, las imágenes que Alma ve son, de hecho, las que la serie ofrece y el espectador disfruta. De no creerse en ellas, ¿cómo seguir el derrotero del personaje? De este modo, Alma (y los espectadores con ella) indaga como una detective del tiempo, pero también como la hija que quiere saber sobre el padre. ¿Qué pasó realmente, quién era él, qué historias escondía?
En este sentido, la rotoscopía aparece como la elección precisa, por la plasmación permeable que ofrece entre vigilia y sueño; así, animación y acción real se entremezclan, y las técnicas digitales exploran la relación de maneras intensas. En esta línea, un reconocido ejemplo contemporáneo lo ofrece el cine de Richard Linklater, entre cuyas películas con rotoscopiadas figuran Despertando a la vida, Una mirada a la oscuridad y Apolo 10 y ½; en ellas participa el productor Tommy Pallotta, presente también en Undone. Con aquellas películas, la serie comparte una afinidad estética, de relación inmanente con lo que requiere la historia. Es decir, la rotoscopía es un recurso que pide la puesta en escena, destinado a abrumar al espectador en un sueño vívido (Despertando a la vida, Apolo 10 y ½), la alucinación por ácido (Una mirada en la oscuridad) o la locura rayana (Undone). De igual modo en Dream of a Thousand Cats (ese episodio memorable de la serie Sandman), con dirección de Hisko Hulsing, quien -nada casual- está a cargo de la dirección de todos los episodios de Undone.

El impacto de la primera temporada es ejemplar: es brillante en la consecución de su resolución, de una ambigüedad que abre preguntas e impactan hondo en Alma (¡ah!, ese nombre…, qué notable es el guion en su atención a cada personaje). ¿Será que todo lo vivido no hizo más que hundirla en un dolor que no sabe cómo reparar? Tal vez así sea. Pero, a partir de la segunda temporada, Undone casi que parece dar la impresión de ofrecer otro rumbo. Como si ahora, y de pronto, reordenadas las cartas de acuerdo a los deseos de Alma, se pudiese proseguir una vida “normal”: por allí nos arroja el argumento inicial de la segunda tanda de capítulos. Ahora, y por fin, todo es como se deseaba lo fuera. Papá vive. O nunca murió. Y solo ellos dos saben lo que pasó. O eso parece. De esta manera, los tiempos paralelos, las vidas revividas y vueltas a decidir, redirigen el asunto hacia la mezcolanza temporal que invade hoy a tantas ficciones, con el ejemplo mayor (y no menos absurdo que tantas películas -buenas y malas- de superhéroes) que significa Todo en todas partes al mismo tiempo.
Ahora, en esta nueva temporada, ya no se tratará de la vida del padre de Alma, sino de la madre (Constance Marie). Es la pregunta por su pasado la que asoma. En estos episodios, se establecerá la simetría con la temporada anterior -el escenario para la vida del padre era el de Estados Unidos; para el de la madre, México; las dos, caras fundantes de esa vida inquieta que es Alma-, en un camino algo parecido y también un tanto más previsible. Pero el saldo es notable, porque allí cuando todo parece o podría encarrilarse de acuerdo al capricho (el de Alma, pero también el de la supuesta necesidad de una segunda temporada), lo que surge es la toma de consciencia de lo que se negaba: la aceptación de la pérdida.
Llegado ese momento, Undone logra un círculo perfecto, con el Aleph puesto en el desenlace de la primera temporada. Hacia allí se vuelve, como en un loop. Es tan fuerte la solución (ambigua, como dijimos) de esa primera temporada, que sustraerse a ella no hará más que, invariablemente, volver a ella. Las peripecias del argumento no fueron más que una excusa, necesaria al desarrollo de la acción, con momentos sublimes (con referencias al surrealismo y Escher), destinados a un punto de equilibrio en su vida. En este sentido, si en Alma la ausencia del padre significa de manera densa, sin resolución fácil a la vista, ¿quién no puede encontrar ejemplos personales y similares con los cuales completar por igual?
Así se escriben las grandes ficciones, con quienes miran jugando con las mismas cartas que los personajes. No siempre se gana, no siempre se pierde. O, mejor, se vive como se puede. En un equilibrio que, a veces, puede ser delicado. A Alma, por eso, la queremos. Y Undone, por si no quedó claro, es una de las mejores series de los últimos tiempos.
Leandro Arteaga
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