1956, una Argentina en crisis
Podemos decir que toda película responde a un momento socio histórico particular, que cada obra se encuentra bordeada por aquellos eventos discursivos, políticos y culturales que acontecen, es decir, que no podemos pensar una imagen desligada de su contexto. Si decimos que una película fue estrenada en 1956, hay que preguntarse por sus condiciones de existencia. En el terreno estrictamente audiovisual, desde la década anterior ya se venían adaptando dramas y se prevalecía la mirada hacia el afuera, hacia el exterior, ubicando una perspectiva de cine de exportación, no tanto pensando en la idiosincrasia de los habitantes del país. En términos de , no hubo directores emergentes en los años previos y era casi siempre la misma gente la que dirigía. Se carecía de innovación técnica, y por ahí si pensamos en los máximos exponentes vamos a encontrar a Hugo Del Carril.
La dictadura de la revolución Libertadora del 55 generó una alteración enorme en todas las esferas políticas y económicas cuyos efectos todavía persisten. La industria cinematográfica estaba paralizada. No había mucha producción y finalizaron muchos fomentos, también hubo divisiones entre productores y directores. En el 56 se sanciona la Ley de fomento de la actividad cinematográfica nacional, que propone al cine como ente autárquico, se busca profundizar la difusión del cine y se encargaba entre otras cosas de definir la duración de las películas, la calificación, y también ahí ya se expresaba la creación de la cinemateca nacional. De todas formas la ley no se cumplió y el año siguiente no hubo muchos estrenos. Los trabajadores de la industria cinematográfica se unen entonces en la Unión del Cine Argentino para hacer frente a esta crisis.
Ayala, un narrador de vanguardia
El cine, particularmente en esa época era un cine de vanguardia, con profunda formación estética. Fernando Ayala, cuyo film marca el motivo de este escrito, junto con Leopoldo Torre Nilsson fueron dos realizadores audiovisuales que se desplazaron un poco más allá del cine comercial, revisando narrativamente la idiosincrasia argentina. A partir de 1958, el entrerriano Fernando Ayala comienza a producir sus propias películas, en una época de mucha censura y prohibición ideológica, Ayala cuidaba sus posicionamientos políticos, aunque sus películas decían mucho de la ética de una época, intentando hacer un retrato de la vida burguesa, muchas veces a pedido, retrato de un buen estar económico determinado ligado a un malestar angustioso, melancólico, encerronas trágicas. Este es el caso de Los Tallos Amargos (1956), una historia espectacular, su primer película realizada bajo la firma de Artistas Argentinos Asociados en donde estaban Lucas Demare, Mario Soffici, Hugo Fregonese, entre muchos otros, empresa que en 1958 dejó de producir. Sobre Los Tallos Amargos, este policial asombroso con un héroe frustrado, es una adaptación de una novela de Adolfo Jasca, en esa época como decía se hacían muchas adaptaciones. En ella, el personaje de Carlos Cores trabaja como periodista y traductor hasta que conoce a su socio, un yankee, ayudando a traer a sus hijos y esposa de Europa, junta dinero de la escuela de periodismo en el que el yankee lo mete para colaborar con el viaje del hijo de su socio, hasta que empiezan ciertas dudas, dudas que son casi paranoicas, respecto a la integridad de su compañero. Lo curioso es que desde un comienzo la música pasa a ser una protagonista vital en la historia, marcando un ritmo de suspenso y dando un manto de sospecha a lo que estamos viendo, anticipando giros, movimientos, actos donde algo terrible está por suceder. Tanto es así que continúa repitiéndose esta marca en toda la película en esas escenas que son delicadas y significativas, como el sueño que tiene Gasper, como la escena de definición de la duda, donde este personaje se calma al resolver el conflicto, al menos momentáneamente.

Es una película que se encarga de relatar un presente que ya aconteció, donde el protagonista, Gasper (interpretado por Carlos Cores) habla desde su voz en off recordando hechos anteriores. Por tanto, como espectadores intentamos ir detrás de pisadas que acaso ya fueron borradas. La voz omniprescente es aquella que también nos marca la posición enunciativa y un modo de entender lo que está aconteciendo, que acaso no si Esa voz en off le habla a este amigo yankee, reflexionando sobre el momento en que se conocieron. Este último le promete un negocio que le va a traer dinero y bienestar y, con ello, ayudarlo a traer a su familia a la Argentina. Uno de los tantos personajes anónimos pero con mirada incisiva -un compañero de trabajo de Cores- le dice: “vos tenés una misión, la obligación de obedecer, a napoleón, a magno, a alguien grande”. Acaso este señalamiento nos dé la pauta respecto al rumbo de la película; una misión, una oportunidad de hacer el bien, pero a costas de realizar un trabajo que Gasper podría calificar como poco digno.

Acontecimientos en las penumbras
Alfredo Gasper tiene unas pesadillas brillantes ante esa posibilidad de trabajo cuanto menos ilegal. Son sueños con códigos y claves de lectura, inteligentes, llenos de temores más bien morales. Pero a pesar de este negocio donde plagiaban textos e imitaban estilos de otros periodistas, la idea de ayudar a otro era una instancia superadora para él, más que el hecho de ganar dinero con mayor soltura. Algunas pistas van insinuando -desde la perspectiva del protagonista- que todo es una gran mentira, como cuando Gasper lo lleva al yankee a quedarse en su casa y le dice que el teléfono no anda, “no importa, no tengo a nadie a quien llamar y nadie me va a llamar a mí”, ¿cómo es eso? Sin embargo, pareciera que, al menos la voz en off de Gasper no lo registra hasta un tiempo después, aunque opera como estofa para la duda posterior. A partir de ello, comienza a espiarlo, a observar sus rastros detenidamente en busca de una pista. Lo persigue, intenta escuchar sus conversaciones, interpreta lo que quiere en relación a esa verdad que busca, y con eso hace de esa sospecha una certeza. Ante esa fundación de una verdad se lo empieza a ver muy afectado físicamente, aquejado, nervioso, con su cuerpo desencajado. El personaje de Gasper idea un plan para poder deshacerse de todo este engaño, gestando una situación muy intrincada, oscura. Encuentra en el bolsillo del yankee una carta mojada, con su escritura mojada, ya casi perdida, una prueba quizás de la veracidad del decir de este socio respecto a la existencia de su familia.

¿Qué razones tenía él para dudar de esta propuesta y de esta misión? ¿por qué esa actitud descreída y esa resolución tan grandiosa y macabra? Es una película que hace de la ambigüedad de los personajes su fuerte. De la psicología de los personajes, si se quiere, un motivo de reflexión. Los pensamientos y sus actos envueltos en una complejidad incomprensible propiamente humana. Cuando alguien lo nota raro, es porque está introspectivo, luchando con sus propios pensamientos, allí dice que simplemente está cansado. Y claro, es el acto de sostener una mentira hasta las últimas consecuencias, incluso aunque esto implique una fragmentación del propio cuerpo, descompuesto por ir en contra de los hechos. Esa mentira se vuelve tan grande que, para poder seguir existiendo, debe realizar el mismo acto otra vez, porque ya no hay forma de ocultarse a sí mismo en la oscuridad, y su error ha sido tan grueso que sólo queda hacer que el mundo deje de existir.
Cuando comenzamos a notar que la mentira está por dejar caer su velo, resulta insoportable de ver. Se debe mirar para otro lado, es incómodo, insostenible, siniestro. Una narración extraordinaria que juega con la realidad y su contracara, para terminar por destruirlo todo.