Peter Pan: dueño mis primeras veces

Tenía 10 años cuando entré por primera vez en una sala de cine. En compañía de mi familia fui a ver Peter Pan, la gran aventura, estrenada en las salas de cine venezolanas en el año 2004.

El “Yo creo en las hadas, creo, creo”, es una de las frases que más me ha impactado en la vida y con 31 años sigo creyendo en la magia del universo.

Precisamente para celebrar mis 31 años, este año, me hice el primer tatuaje, y ¿cómo no? En mi brazo izquierdo descansa para siempre un Peter Pan, realizado con líneas finas, en compañía de su querida amiga Campanita, para recordarme eternamente que la imaginación no tiene límites.

Un recuerdo, de por vida, que al contrario de la creencia popular, me enseñó a crecer, mantener mi inocencia y disfrutar la niñez, además de enseñarme a entender la aventura de crecer y convertirme en una persona con sueños y esperanzas, pero con los pies en el suelo y pues claro, con la cabeza en las estrellas.

El país de Nunca Jamás es como una burbuja de cristal, pero no en el mal sentido, sino en el sentido de que, por más que quieran e intenten hacerte daño, puedes afrontarlos y con tu niño interior superarlo.

Desde esa primera vez en el cine, mi madre y yo compartimos una frase que nos guio por muchos años: “Segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer”; eso es lo que me digo todos los días y ahora que ella no está en este plano terrenal, esa es una frase demasiado hermosa para tenerla presente siempre.

Quizás esa era la enseñanza de esta película, ¿no? Que entre el cielo y una estrella, ¿tal vez haya un mundo en donde nos volvamos a ver?


Pensándolo bien, creo que esta película me marcó más de lo que había podido pensar antes de escribir este texto. Escribiéndolo, acabo de recordar algo que estaba en lo profundo de mi mente; como un flashback vino a recordarme el cómo salí de esa sala de cine: enamoradísima de Jeremy Sumpter.

Después de tantos años, sigue siendo uno de mis primeros amores platónicos cinematográficos. Es que cuando fruncía el ceño, era la locura; y no me critiquen: tenía apenas 10 años y decía: «de grande quiero uno así».


“No dejes nunca de soñar. Solo quien sueña aprende a volar”, esa era y ha sido mi mantra, porque me recuerda que los sueños no son solo cosas de niños; son el motor que me da fuerzas para seguir en este mundo, un mundo donde persiste el morbo, la maldad, la infelicidad.

Mis sueños han sido la mayor fuente de inspiración para vivir en paz y con alegría conmigo misma, aun sabiendo de esos días tristes en los que vivo arropada por la nostalgia; y eso lo aprendí gracias a Peter Pan, Campanita y los niños perdidos.

Esta película es una invitación a seguir creyendo que tras las nubes el cielo siempre es azul —como diría Cris Morena—, a seguir soñando por un mundo mejor, y a seguir viviendo aventuras inolvidables.

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