¿Qué es lo que hay tan maravilloso y poético en ver a los nazis más influyentes siendo masacrados en una sala de cine frente a la cara de la venganza judía? Siempre me lo he preguntado pero nunca he dudado de que de una manera u otra Bastardos sin Gloria no solo me hizo enamorarme del cine, sino que también me hizo darme cuenta de lo ridículo pero interesante que puede llegar a ser la sátira histórica y cómo el retratar las tragedias más grandes de la humanidad no tiene que necesariamente ser triste, sino hermoso.
Tres o cuatro años atrás me encontraba en una búsqueda desesperada de conocer más cine, de ver esas películas de las que todo el mundo habla y critica pero de las que nunca tuve la valentía suficiente de sentarme a ver durante tres horas con la excusa de estar viendo “cine de culto”. Empecé con Tarantino como instinto primitivo, y mi sorpresa fue la fascinación rotunda que sentí al ver esa primera escena de apertura en una película que ni el nombre me importaba ni la sinopsis sabía. Quedé sorprendida, sentía esa pasión y alegría que no sentía desde que a los 7 u 8 años veía películas con mi mamá y resolvíamos sin problema algún caso de cualquier película de Denzel Washington que dieran por la televisión. Es ahí cuando me di cuenta lo que era el cine, y lo supe solamente cuando lo sentí, cuando sentí la mirada de Christoph Waltz como Hans Landa atravesando mi alma con solo sentarse y sonreír, con sacar su pipa y jugar un juego que sabía perfectamente que ya tenía ganado.
Para mí, Bastardos sin Gloria es la demostración perfecta de humanidad, una humanidad que rechazamos por ser muy cruel pero que está inherente a nuestra naturaleza animal. Una que busca venganza a pesar de los dilemas morales y una a la que no le importa matar a sangre fría con tal de seguir y serle fiel a su ideología, de serle fiel a los suyos. Shoshanna nos enseña como la rabia y el dolor contenido puede impulsarnos a actuar de maneras que nunca pensamos posibles, de idear y accionar en pro a esa parte de nosotros que guardamos por ser tan insana frente a la sociedad. Aunque su caso es especial por las distintas circunstancias históricas que conocemos, sigue explicando el comportamiento humano cuando está agonizando de dolor emocional. Y eso es algo que adoro sobre esta película, a nivel de producción no solamente es maravillosa (dejándole múltiples premios, incluso un Oscar a Christoph Waltz) sino que es simplemente un poema épico sobre el conflicto y sobre los que hacen el conflicto.
Bastardos sin Gloria me marcó porque desde el primer momento en el que escuché “The Verdict” de Ennio Morricone incrementando su volumen mientras venían los oficiales nazis motorizados a la casa del señor LaPadite, supe que había encontrado la razón por la cual somos tantos lo locos y las locas que algún día soñamos con hacer cine, porque de alguna forma que es compleja de explicar, se siente como estar en casa, se siente una paz, una tranquilidad y una sensación de permanencia que no importa si estas viendo cómo explotan un teatro, como muere gente en un bar o como le marcan sin piedad y a pulso ese símbolo que será recordado por siempre como el símbolo de la barbarie y la tragedia, siempre nos brindará gozo porque refleja lo que somos, seres humanos en medio del caos que nosotros mismos creamos.
Sin nada más que agregar,
¡Au Revoir, Shoshana!
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