Tenés que seguir. Dejá de vivir del pasado,
y mirá lo que tenés delante de tus ojos"
Bill a Jo. 1996.

Recuerdo como si fuera ayer ir al cine y en una misma semana sentir algo adentro del pecho que solo reconocía de mi propia infancia. Nunca antes lo había sentido (o al menos ahora no lo recuerdo) a través de la ficción. Sí jugando con amigos, o descubriendo novedades propias de aquella etapa maravillosa de la vida. Era siempre en el terreno de lo lúdico donde solía sentirme así. Y sin embargo, hubo una semana donde esperando el comienzo de otra película en el cine, los avances de las que estaban por estrenarse me dejaron boquiabierto. Por un lado, una película en la que un ovni enorme tapaba por completo y llenaba de sombras las más grandes ciudades del mundo, y así como así, las hacía explotar en pedazos. La imagen era descomunal. Nubes de fuego que devoraban no solo las calles de New York, sino que parecían a punto de destrozar la pantalla e inundar el cine en el que estaba. Y por otro lado, una película que también ponía en ese momento en jaque la representación de lo espectacular en el cine. El relato sugería rutas, zonas rurales, y tormentas tan destructivas como un ataque alienígena. En dichas tormentas, aparecía un elemento visual que, sobre el que al menos yo, un niño de 10 años de la Ciudad de Buenos Aires, nunca había escuchado hablar. Un torbellino terrible, gris, cargado de rayos, destructor, indomable. La primer película mencionada acerca de la invasión alienígena es Día de la Independencia. Y pese a saberla poco profunda, absolutamente proyanqui en el peor de los sentidos, y tantísimos otros adjetivos propios de la actualidad relativista e hipersensible, su impacto en mí como espectador me obliga a pensarla como una de mis 20 películas preferidas. La segunda película mencionada, es Twister. Es probable que ambas sean las películas que más vi en mi vida, y sin embargo es hasta el día de hoy que cada vez que las veo casi que puedo sentirlo como una primera vez. De Día de la Independencia hasta llegue a ver con muchísimo placer una versión extendida. En el año 2016 salió una penosa (muy penosa) segunda parte, que mi cerebro afortunadamente bloqueó. Y en el caso de Twister, el 11 de julio de este año se estrenó Twisters, una suerte de reboot de aquella primera espléndida e histórica entrega.
¿Contexto?
No sabía del todo como titular aquello que tiene que ver con la observación de lo que sucede en torno a la película. Por un lado, investigar acerca de su realizador o realizadora. Así encuentro que su nombre es Lee Isaac Chung, y que no he visto sus películas anteriores. Por un lado se que ha dirigido un capítulo de The Mandalorian, y de entre sus largometrajes reconozco Minari, un melodrama que tuvo 5 nominaciones a los Oscars 2021 y el premio a mejor actriz de reparto de Youn Yuh-jung. El realizador, incluyendo Twisters, tiene siete largometrajes en su carrera. Leo los argumentos de los mismos, las descripciones, el género en los que son catalogados, y comprendo que el realizador tuvo siempre una conexión con los relatos melodramáticos. Podría decir, de alguna manera, que ha sido su especialidad y su zona de interés. Y eso mismo, todo ese camino recorrido, lo lleva a Twisters: una película propia del cine catástrofe.
Considerado un subgénero que navega, en general, entre los géneros trágicos, épicos y el melodrama, el cine de tragedia es y será inagotable. Codeándose también con el subgénero de la distopía y lo apocalíptico, expone al espectador al miedo al final de su vida y del orden de las cosas tal cuál las conocía. La tragedia siempre será una tragedia. La muerte, será siempre un hecho universalmente incomprensible y terrible. Ahora, el tono para contar aquellas tramas, será la huella de su autor. Bayona, por ejemplo, ha encontrado en Lo imposible y en La sociedad de la nieve, una manera muy personal de narrar incluso hechos reales. Roland Emmerich, guionista y realizador de la arriba mencionada Día de la Independencia, aún habiendo hecho películas insalvables, también tiene un estilo personal dentro de la fórmula del cine catástrofe (Moonfal, Godzilla, 2012, Stargate, El día después del mañana).
Lee Isaac Chung llega luego de su derrotero personal al cine de catástrofe sumamente industrial, y su Twisters rinde una amable batalla entre el cine de fórmula, el homenaje, y su propia huella personal. En el centro de esa batalla, sucederá una película correcta, aceptable, y más bien olvidable.

La película
Twisters, como antes se mencionó, es una nueva versión de la primera entrega, pero con la libertad de no ser tratada y considerada como un remake.
Recupera ciertos estereotipos de personajes y de conflictos del relato de la primer película, y los reversiona. La tecnología está perfectamente al servicio de la necesidad de una película como ésta y se exprime al máximo la evolución de los efectos especiales y la fotografía. Por otro lado el tratamiento de la subramas vinculares, tiene mayor seriedad y dramatismo en el tratamiento de la situaciones y los conflictos. Quizás por la tendencia de su realizador, casi todas las escenas son conducidas hacia la expresión de su conflicto, y sus personajes al servicio del drama que involucra dicho conflicto. Desde ya que los resultados catastróficos de un tornado, o incluso la muerte de personajes aunque fueran poco conocidos para nosotros, deben ser tratados con seriedad. Sin embargo los diálogos, la dirección actoral naturalista pero de peso constante, terminan balanceando la épica hacia colores más parecidos a los del melodrama que a la de la épica que tuvo la primer película.
A su favor, se ocupan de resignificar las mismas tramas y la misma estructura de la primera. Una confrontación entre los cazadores con más tecnología y más dinero y más estudios universitarios , contra los los corajudo valientes divertidos. Estos últimos, además, tienen un canal de YouTube, son populares, pero usan dicha popularidad al servicio de una humanidad devastada por los azotes de las tormentas.
Existe un híbrido en el código actoral que por momentos queda expuesto. Es tan curiosa como interesante la decisión de mezclar el estereotipo de los personajes retratados con un código de intenciones más bien naturalistas. El resultado, pese a ser valiente y riesgoso, y sumado al dramatismo de las escenas, por momentos se siente extraño y hasta desatinado. La intención de ser respetuosos y honrar a la original, mientras se modifican los tonos de las escenas, llevan a personajes que por momentos quedan a medias tintas de una historia por naturaleza más bien épica y de una fórmula de antes. Ciertas decisiones de dirección actoral hacen ruido aún sin saber uno que son ellas las responsables de las fracturas de las escenas y de la totalidad. En otras palabras, siendo valorable el intento de adaptar su realizador aquella antigua fórmula a su estilo, cae igualmente en un terreno en el medio que no beneficia la totalidad de la película.
Glen Powell, el protagonista junto a Daisy Edgard-Jones, no es un actor sumamente dotado o virtuoso, y alcanzan en él a verse casi todas sus decisiones actorales. Sin embargo, las hace bien, las hace con gracia, y consigue alivianar a veces el peso poco atractivo del relato.
En pocas palabras, la nueva edición de la original Twister, entretiene por la naturaleza del conflicto central, pero es una película que se acelera hacia la confrontación con los tornados, y en las pocas escenas que consigue detenerse para que el espectador respire y conozca a sus personajes, igualmente se sigue hablando de las tormentas y siempre con la solemnidad de la obvia gravedad de los asuntos. Quizás el logro inevitable de las películas de catástrofes (más aún cuando no son basadas en terribles hechos reales), basándose en la historia misma del subgénero y las demandas tradicionales del espectador, es el de ser ofrecida la trama con algo de liviandad. Con descansos cómicos, o personajes menos moralistas y más patéticos (como en la Twister original lo era el gran Philip Seymour Hoffman). Como diría el personaje tan memorable del Joker de Heath Ledger, habría que hacerle sencillamente una pregunta a la película y a su ejecución: “Why so serious?”.
Chesi
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