Desde giros argumentales que sorprenderían al mismísimo Hitchcock, al humor más absurdo y desfachatado. De las composiciones fotográficas más coloridas y orgánicas, a los cromas más ridículos y alevosos.
Misterio, melodrama, costumbrismo argentino, identidad de género, atuendos gauchescos y vestidos victorianos: Las Corredoras lo tiene todo.
Néstor Montalbano regresa a la pantalla grande con esta obra fresca y potente. Lo acompañan en esta aventura una troupe de pesos pesados de la actuación: Carola Reyna , Alejandra Flechner y su aliado de siempre, Diego Capusotto , que como si fuera poco se da el lujo de interpretar nada menos que cuatro personajes (!)
Todo comienza cuando una serie de eventos desafortunados irrumpen en la vida de Mabel, (Carola Reyna) nuestra protagonista. Como funcionaria del Ministerio de Agrociencia debe acudir inmediatamente a un pueblo en el interior de Buenos Aires para negociar la compra de unos terrenos pertenecientes al peculiar Mirko Antonovich.
Los sucesos que tienen lugar desde su llegada al pueblo, se enroscan en una espiral argumental que hace que nadie pueda ni quiera despegarse ni un segundo de la pantalla.
Todo en Las Corredoras tiene doble fondo o está sumido en un halo misterioso que podría pertenecer al género policial Noir. Pero paradójicamente, toda la película está inundada de secuencias de humor absurdo que van escalando de lo inofensivamente ridículo, hasta la irrefrenable carcajada. Montalbano fusiona estos dos lenguajes con maestría de alquimista, y les da sazón con un ingrediente distintivo: el melodrama almodovariano.
Los personajes se nos van presentando en toda su profundidad con un tempo casi perfecto que se va complementando con el uso de pinturas y dibujos. La importancia del recurso del arte plástico hace de contrapeso con la idea del riesgo, la carrera y la velocidad.
Cuando elijo utilizar el término fresco para definir a Las Corredoras, no lo hago por capricho.
Aunque el tono de la película tiene esa elocuencia que nos resulta familiar, el cine argentino no está acostumbrado a la dirección de arte, a la dinámica, ni a la temática que plantea la obra de Montalbano, como tampoco al diálogo que entabla la película con la tradición de los grandes maestros del cine. Este diálogo se da a la vez como un homenaje y una parodia, como algo que está corrido de su lugar habitual. Y ese sí es un idioma que los argentinos sabemos reconocer y hablar: el idioma de lo bizarro.
El cartelito de YPF, el paisaje del interior de Buenos Aires de los 50’s, los nombres de los personajes (y sus referencias a personalidades destacables), y hasta la reivindicación del automovilismo como deporte central, son algunos de los elementos sutiles que van apareciendo como piezas simbólicas que reconstruyen parte de la esencia del ser nacional.
Por último, y no por eso menos importante, como una buena película lo requiere, la música está hecha a medida de las escenas y tiene esa ambigüedad que nos aleja del tedio de adivinar lo que va a suceder.
El cine argentino venía pidiendo lo que Montalbano logra con creces.
El problema con Las Corredoras va a ser superarla.