Bird (2024): Observando lo inalcanzable, una meditación sobre el vacío.

Londres es ese lugar que las películas nos venden como la síntesis del buen vivir: ordenada, elegante, con los parques siempre verdes y los relojes perfectamente sincronizados. Es la capital donde todo tiene un lugar, y si algo no lo tiene, se disimula bien. La ciudad del Big Ben y las cabinas rojas, de reyes y reinas, donde la corrección social se convierte en una especie de religión. Pero, ¿qué hay debajo de esa fachada tan bien pulida? ¿Qué pasa con la Londres de las casas deterioradas, los barrios que no salen en las guías turísticas y las vidas que no encajan en las postales?

El cine británico, a pesar de sus aires solemnes, lleva décadas obsesionado con esa otra cara de su sociedad. Kes (Ken Loach, 1969) nos habló de una infancia obrera llena de desencanto; Trainspotting (Danny Boyle, 1996) nos llevó a los excesos de una generación sin brújula; y Fish Tank (Andrea Arnold, 2009) retrató los márgenes desde una adolescencia en pie de guerra. Arnold pertenece a esa tradición, pero con una sensibilidad más atmosférica. Mientras otros cineastas desmenuzan lo social desde la crudeza, ella lo hace con una poesía visual que encuentra lirismo hasta en un charco de lluvia.

Arnold tiene un ojo clínico para los personajes que parecen haber nacido al margen. Lo suyo no es solo contar historias de vidas periféricas, sino construir una experiencia sensorial que nos sumerja en esos mundos. En American Honey (2016), por ejemplo, siguió a un grupo de jóvenes nómades que vendían revistas y buscaban algo parecido a un propósito. En Wasp (2003), su corto ganador del Oscar, una madre soltera lidia con sus deseos y las necesidades de sus hijos en una secuencia de imágenes desgarradoramente simples. Lo que caracteriza a Arnold es cómo enmarca sus narrativas: siempre hay un lugar para la contradicción, un vaivén entre lo crudo y lo hermoso. Con Bird (2024), lleva este enfoque al límite, apostando por una fusión entre lo realista y lo mágico.

Bird - MUBI

En Bird, Arnold entrelaza el realismo mágico con el coming-of-age como si fueran dos lenguajes que ya se conocían, aunque nunca se habían hablado directamente. Por un lado, el realismo mágico, que tiñe la película con una atmósfera donde lo cotidiano se transforma en extraordinario; por otro, el coming-of-age, que sigue a un personaje mientras lidia con una infancia que le queda chica pero una adultez que no entiende. Arnold no fuerza esta combinación; en cambio, la deja fluir de manera que lo sobrenatural apenas se insinúa, pero pesa sobre la narrativa como una brisa.

Hay algo inquietante en la forma en que Bird encuentra belleza donde no debería haberla. Es una película que te obliga a mirar de cerca, a encontrar un orden en el caos y una delicadeza en lo que parece tosco. Esa incomodidad —porque no es una película cómoda— es su mayor hallazgo: una invitación a revisar nuestras propias ideas sobre lo que vale la pena mirar.

Bird nos introduce a Bailey (Nykiya Adams), una niña que intenta navegar una relación complicada con su padre, Bug (Barry Keoghan), mientras encuentra un inesperado refugio emocional en Bird (Franz Rogowski), un extraño y disfuncional personaje que a pesar de su adultez, esta tan perdido como ella. La madre de Bailey (Jasmine Jobson) también ronda en esta narrativa como un fantasma que nunca termina de materializarse del todo. Con un tono íntimo y actuaciones que son todo menos artificiosas, Arnold construye un microcosmos de tensiones familiares, secretos y pequeños escapes imaginarios.

Estrenada en la Competencia Oficial de Cannes 2024, Bird llegó rodeada de expectativas, en parte por el nombre de Arnold y en parte por su propuesta. La recepción fue un tanto polarizada: mientras algunos elogiaron su mezcla de estilos, otros criticaron su ritmo y su inclinación hacia lo abstracto. Sin embargo, la película encontró rápidamente hogar en MUBI, donde su público más específico podrá saborear el detalle. Filmada principalmente en locaciones del sur de Inglaterra, Bird reafirma a Arnold como una cineasta que no teme incomodar para emocionar.

Bird es una película que parece surgir de los márgenes del realismo, donde lo absurdo y lo cotidiano se entrelazan sin que nada de lo que ocurra se sienta realmente sorpresivo. Arnold no busca redimir a sus personajes ni ofrecerles una salida fácil, sino que, más bien, los coloca en un espacio donde la magia y el sufrimiento se asumen con igual seriedad. Y es precisamente esa contradicción la que otorga un aire de inestabilidad a la película.

Bailey, la protagonista, podría haber sido solo otra joven más que intenta sobrevivir a las carencias emocionales de un hogar disfuncional, algo que ya hemos visto y mucho. Sin embargo, la película la convierte en una suerte de heroína accidental, cuyo único poder parece residir en una mirada que, lejos de buscar respuestas, se limita a observar el caos a su alrededor. De hecho, la clave está en su celular, que usa todo el tiempo, con el cual registra todo lo que le parece interesante, que no solo captura aves, sino que nos recuerda, a través de su pantalla, lo que siempre está fuera de alcance. La vida de Bailey es eso: una continua proyección de lo que no puede ser tocado, un refugio de ilusiones más que de certezas.

Bird - MUBI

El personaje de Bird, por otro lado, es una aparición fugaz, un espectro de esos que aparecen solo cuando menos los esperamos. No es un héroe, ni siquiera un antihéroe, sino un reflejo de un vacío más grande. La forma en que su vida se cruza con la de Bailey es un recordatorio de que en este mundo nada parece tener sentido, pero de alguna manera todo encaja. Su encuentro no es romántico, ni dramático, sino casi clínico, como si ambos personajes estuvieran condenados a vivir una eternidad en un espacio suspendido entre lo posible y lo imposible.

El diseño de producción es minimalista, pero no por eso menos significativo. Las habitaciones desordenadas, las paredes cubiertas de graffiti, la sucia calle por la que los personajes caminan, son el perfecto reflejo de un mundo donde todo es provisional. Arnold no se conforma con mostrarnos el exterior; se dedica a revelarnos el interior de sus personajes a través de lo más banal. Cada objeto, cada espacio, está impregnado con una melancolía silenciosa que no deja de resonar en cada fotograma. En sus primeros planos, Arnold logra capturar esa sensación de desolación que casi nunca se verbaliza, pero que se siente en el aire.

Es curioso cómo la directora se atreve a incluir elementos de lo fantástico sin nunca perder de vista lo terriblemente realista. Las aves que Bailey graba no son solo un símbolo de libertad, sino una especie de recordatorio constante de que lo que uno desea nunca llega a ser realmente alcanzable. El celular, por más que intente ser una ventana a otros mundos, solo refuerza el aislamiento de los personajes. Al igual que la vida de Bailey, los pájaros no son más que sombras en una pantalla.

Bird - MUBI

Y es que Bird no es una película sobre el viaje de un personaje hacia su redención. Ni tampoco sobre el encuentro entre dos almas perdidas que se curan mutuamente. No, Bird es más una meditación sobre la imposibilidad de encontrar respuestas, sobre cómo lo único que podemos hacer frente al caos es aceptar que, en última instancia, nada tiene sentido. Es una película que no deja de jugar con nuestra expectativa de que algo, en algún momento, cambiará. Pero nada cambia. Nada importa. Y, sin embargo, seguimos adelante, como Bailey, como Bird, grabando aves en el celular, atrapando lo inalcanzable.

Lo fascinante de Bird es que, en lugar de entregarnos la catarsis que tanto esperamos, nos ofrece algo mucho más radical: la aceptación de que no hay nada más allá de lo inmediato. Los personajes no buscan más allá de lo que pueden tocar, y esa misma limitación es lo que da forma a la película. En lugar de resolver el sufrimiento de sus personajes, Arnold lo amplifica, lo convierte en algo casi poético, porque al final no hay nada que sanar. Solo queda la observación, la espera de algo que nunca llega.

Bird - MUBI

En términos de lo visual, la fotografía de Bird refuerza esta sensación de estancamiento. No es una película que nos invite a la acción, sino que nos obliga a quedarnos mirando, a observar como una especie de voyeur en un mundo donde las reglas del tiempo y del espacio parecen no existir. No hay huellas de optimismo ni de esperanza, pero tampoco hay desesperación total. Es como mirar un atardecer sin sol: un instante que se diluye sin que podamos detenerlo, sin que podamos hacer nada al respecto.

Bird es una película que no promete respuestas, que no busca consuelo, y que, sin embargo, se instala en la mente del espectador como un zumbido persistente. Arnold no tiene miedo de adentrarse en lo que podría haber sido un melodrama, pero, en lugar de eso, lo convierte en un estudio de personajes con un enfoque casi antropológico, sin juicios, sin explicaciones para sucesos completamente aleatorios, extraños, mágicos. La pregunta no es qué nos quiere decir, sino qué estamos dispuestos a escuchar. Y en esa incertidumbre, Arnold hace de Bird una obra que, más que ofrecer respuestas, plantea las preguntas más incómodas sobre nuestra propia capacidad de entender lo que nos rodea.

Bird - MUBI

Puntos de luz

Ilumina y aumenta su visibilidad — ¡sé el primero!

Comentarios 2
Tendencias
Novedades
comments

¡Comparte lo que piensas!

Sé la primera persona en comenzar una conversación.

130
2
0
2