No soy queer, soy incorpóreo

Luca Guadagnino transforma la controvertida novela de William Burroughs en un trabajo cinematográfico que no solo adapta el texto, sino que lo reinterpreta a través de su mirada personal.
Y es que el director de Call me by your name hace rato quería llevar a la pantalla la novela del célebre escritor maldito.

Escrita en los años 50 pero publicada décadas después, Queer, captura el aislamiento y las contradicciones del deseo a través de un protagonista que se enfrenta al rechazo y a su propia vulnerabilidad. Guadagnino preserva esta esencia, pero también la expande. Su visión cinematográfica no solo captura la alienación del protagonista, sino que la vuelve más palpable, más visceral.

Si bien el final de la novela es abrupto, el director italiano, en conjunto con el guionista Justin Kuritzkes (Challengers), amplían el desenlace con un tercer acto y un epílogo que son poesía visual con pinceladas autobiográficas, transformando así el cierre en un espacio donde lo ficticio y lo personal se entrelazan.

El protagonista es William Lee (que funciona como alter ego del autor tanto en Queer como en su novela previa Yonqui), un hombre que deambula ociosamente por la ciudad de México de principios de los años 50, de quien no conocemos prácticamente nada de su vida previa a los acontecimientos del film. Lee, un Daniel Craig entregado totalmente a una interpretación, sin lugar a dudas, magistral, es un personaje con una psicología compleja, adicto a todo tipo de vicios terrenales, en búsqueda de una conexión significativa. Su nueva adicción toma forma de un jovencito, también americano como él, ávido de experiencias nuevas y satisfacción inmediata (Eugene Allerton, interpretado por Drew Starkey, pasivo, etéreo y efímero objeto de deseo).

La obsesión de Lee con Allerton no es solo un impulso romántico o sexual; es una manifestación de su profunda necesidad de conexión y validación, exacerbada por su estado emocional frágil. La obsesión, más que un deseo, actúa como un mecanismo de escape que le permite evitar enfrentar su propia soledad y culpa. Sin embargo, como ocurre con muchas obsesiones, la búsqueda de satisfacción termina siendo infructuosa y perpetúa su sufrimiento que poco a poco adquiere niveles metafísicos.

Su búsqueda lo va a llevar a la selva amazónica, tras una sustancia psicoactiva que los nativos llaman Yagé (también conocida como Ayahuasca) que supuestamente incrementa la capacidad comunicativa a un nivel "telepático". Allí ambos experimentan un momento de total comunión con el otro donde lo individual se desintegra para fusionarse en un solo ser, sin principio ni final, como el ouroboros que presagia la dolorosa comprensión de que está atrapado en un ciclo perpetuo de obsesión y autodestrucción, ya que el amor que siente es unilateral.

La alienación que define a William Lee (y a Burroughs) también está inscripta en el espectro completo de la palabra "queer", que podemos interpretar como "raro" o "extraño" y encapsula esta condición de otredad. Para él, ser queer no es solo una cuestión de orientación sexual, sino un estado existencial: el rechazo y la desconexión lo atraviesan en todos los aspectos de su vida.

La banda sonora incorpora este concepto a través del uso de música de los 90s como Nirvana o New Order para capturar esta sensación de rechazo y de no encajar dentro de los parámetros de la sociedad que definen al personaje. Aunque anacrónica, esta elección subraya ese sentimiento de desencanto generacional de la generación Beat en los 50s y el grunge de los 90s.

Es probable que el visionado se nutra de la lectura del autor y un poco de conocimiento sobre su vida, que la película logra integrar en un epílogo ambiguo y surrealista, cargado de simbolismos que hacen referencia a la vida de Burroughs y el fatídico episodio que llevó a la muerte de Joan Vollmer, su esposa, en un contexto de excesos. Dicho evento marcó al escritor profundamente, convirtiéndose en el catalizador de su carrera literaria y en una sombra que lo acompañaría durante toda su vida. La culpa, el desarraigo y la alienación que surgieron tras la tragedia se reflejan en sus obras.

Esta película es, sin dudas, una obra profundamente personal y arriesgada para Guadagnino, que polarizará opiniones pero no dejará a nadie indiferente.

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