“Es como tener al Ayer, el Hoy y el Mañana, todos en la misma habitación. No se sabe lo que puede pasar”.
Con esta abstracta pero fascinante frase cierra “I'm Not There” (2007), el ensayo fílmico dirigido meticulosa pero poéticamente por el genial Todd Haynes. Se basaba, en cierto modo, en la figura del mítico cantautor norteamericano, Bob Dylan, pero no en forma de biografía ni nada por el estilo. Tomando como tesis audiovisual una frase contundente que pudo o no haber sido suya ("Lo único que puedo hacer es ser yo, quien sea que sea ese"), la película toma realidades y fantasías para intentar abordarlo, siendo el recurso más original aquel que un total de seis distintos actores personifiquen a Dylan en distintas etapas de su vida.

Sinceramente, siendo yo un gran fanático suyo, en ese momento pensé que esta era la única y mejor manera de encapsular a un artista con semejante legado, con decenas de canciones cuyas letras podrías ser talladas en piedra o por el amplio abanico de géneros musicales con los que fue experimentando. Alguien que ha sido tan camaleónico con su obra, que incluso cuando hacía música tradicional (el ayer) parecía mirar al futuro (el mañana), pero en el presente (el hoy) continúa componiendo nutriéndose de las raíces del rock & folk norteamericano. Una manera de cerrar el ciclo, siendo clásico y contemporáneo al mismo tiempo.
Y si la ficción ya era demasiado arriesgada, inspirando a Haynes a realizar un excelente film surrealista y musical, solo nos quedan los documentales, siendo los mayores referentes “Don't Look Back” (D.A. Pennebaker, 1967) y “No Direction Home” (Martin Scorsese, 2005). El primero se enfoca exclusivamente en la más importante transición musical de Dylan, mientras que el otro, mucho más extenso y anárquico, repasa más etapas de su vida. Scorsese, muchos años después, sí se atrevió a jugar con la realidad y la ficción en “Rolling Thunder Revue" (2019), un simpático experimento también recomendable.

Entonces, nos quedan los discos de Bob Dylan, libros y las entrevistas que puedan encontrarse en Internet como para intentar conocerlo más. ¿Y eso es todo?
No, afortunadamente, porque cuando se pensaba que era imposible hablar de semejante artífice creativo sin traicionar su esencia que, en si misma, es compleja de descifrar; llegó un más que capacitado realizador como James Mangold para entender que la mejor y más innovadora manera de contar algo sobre Bob Dylan, era dejar al ícono de lado y resignificarlo a través del cine. Es decir, hacer el intento de olvidarnos del mito para hacerlo nacer en pantalla. ¿Y saben qué? Lo lograron.
El mayor mérito que tiene “A Complete Unknown” (2024) es que va contra lo esperado de la mayoría de las biopics. Esto sería buscar a un actor que se parezca lo suficiente a la persona real, hacerlo interpretar una seguidilla de momentos verídicos y, obviamente, desfilar una selección de canciones como si fuera un Greatests Hits. Esta película sí trabaja con estos elementos pero no de un modo trillado, sino con una intención genuina: la de crear un personaje que exista frente a nuestros ojos, olvidándonos de quién se basa.

El cine tiene por obligación hacer eso. Nada tiene sentido si solo dependemos de conocer su rostro, sus canciones o su historia para entender la película. Debemos creernos que ese personaje existe, que siente, que realiza cada acción por motivos bien definidos y cuyo arco narrativo fluya coherentemente sin la noción de que esta predeterminado por los sucesos reales. Yo doy fe que esta empresa es exitosa porque conozco lo suficiente la obra de Bob Dylan como para asegurarles que lo olvidé por completo, porque estaba viendo una historia de ficción desarrollarse.
Que Mangold es un excelente narrador lo sabemos, y sino, solo chequeen su filmografía: “Copland” (1997), “Identidad” (2003), “El Tren de las 3:10 a Yuma” (2007), “Logan” (2017), “Ford vs. Ferrari” (2019) y nada menos que la última “Indiana Jones” (2023). Se trata de un auténtico artesano del cine, que toma cualquier género y sabe comandarlo, poniendo la historia y los personajes por delante. Apegándose a una puesta en escena clásica que no se desvíe en ejercicios de estilos. No olvidemos tampoco que no su primera incursión en la biopic musical, siendo uno de sus títulos más conocidos “Walk The Line” (2005), sobre el leganderio músico country rock, Johnny Cash.
El material de base es el libro que registra los primeros años de fama de Dylan. Desde 1961 hasta 1965, que pasó de consolidarse como el gran representante de la música folk en Estados Unidos, especialmente por sus canciones de protesta, hasta que desata la polémica entre los puritanos del género cuando utiliza instrumentos de rock en sus presentaciones y posteriores discos. Tal cuál lo dice el libro: “Dylan goes electric!”. La película es concisa en el retrato de esos años, centrándose obviamente en el músico, pero también incursionando en secundarios de la época, como un conmovedor Edward Norton como Pete Seeger, la revelación de Monica Barbaro como Joan Báez y una breve pero fantástica aparición de Boyd Holbrook como Johnny Cash.

La elección de Timothée Chalamet para interpretar a Bob Dylan no fue, como ya hemos mencionado, una cuestión de parecidos. Quizás si cerráramos los ojos y nos dijeran ambos nombres podríamos imaginarlo, pero solo hay que ver los primeros minutos y el momento en que el actor interpreta “Song to Woody” para entender por dónde viene la mano. Chalamet no hace de Bob Dylan, ni siquiera lo imita. Lo reinterpreta por completo. Es él cantando y tocando la guitarra. Las melodías son las que conocemos, pero las estamos escuchando nacer a través de su voz.
Gracias a que Mangold toma la inteligente decisión de no retratar los momentos musicales como “¡miren, miren, aquí llega el momento de esta canción!”, sino que muestra cómo el músico las compone, susurrándolas, masticándolas, o las estrena en el escenario en un contexto justificado dentro de la historia, el impacto es mucho mayor que simplemente escuchar la versión original y que el actor haga la mímica. Lo repito, por si no quedó claro, acá estamos viendo a un personaje de cine, no una pantomima.

Es por eso que “A Complete Unknown” resulta ser un film tan apasionante. Hay interés en el camino de autodescubrimiento de Bobby, hay emoción cada vez que alguien lo escucha cantar por primera vez y hay una consagración dramática en la conclusión, cuando da el paso eléctrico que cambió su carrera para siempre. Dylan tendría varios cambios más en las décadas que vendrían, pero ya eran de esperarse, porque este fue el primero. Nadie esperaba lo que iba a suceder, pero el film cumple en narrar que era lo único que debía pasar.
El concepto del cambio y el hallazgo de la identidad están presentes en la estupenda manera que abre y cierra la película. Cuando vemos a Bob por primera vez, está viajando acurrucado en la parte de atrás de una camioneta, escribiendo letras en su anotador, rodeado de las valijas de quienes lo levantaron por la ruta. Está literalmente, siendo llevado de un lado a otro, por necesidad. Aún es un capullo. Pero hacia el final, cuando ya demostró que nadie puede encasillarlo y toma la decisión que se le plazca, cueste lo que le cueste, lo vemos conducir su motocicleta a toda velocidad (justo en dirección contraria a cómo iba el auto de la primera escena) para cerrar en un primer plano del Bob Dylan que conocemos: parco, enrulado y de anteojos negros.
Del niño al hombre. De la promesa a la certeza. De la realidad a la leyenda. Y hay mucha historia por contar, pero hasta aquí llegamos.

Es una película redonda porque solo esta interesada en contar este momento de la vida de un personaje llamado Bob Dylan, que tocaba canciones de otros con su guitarra acústica y empezó a mostrar “algo que había compuesto”.
Como aquellas canciones originales que ya ni recordamos quién las cantó por primera vez, existen esos covers que elegimos porque nos gustan cómo están interpretadas por otros.
Bob Dylan hay uno solo, sí, real e inabarcable. Pero también hay un Bob Dylan que nació en una película y, por dos horas y media, nos hizo creer que existe también. ¿Cuál es el real entonces?
La respuesta, amigos, está flotando en el viento.




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