PRESENCIA | Escalofriante nuevo thriller de Steven Soderbergh 

Si la campaña publicitaria alrededor de Presencia, nuevo estreno local, hubiese ocultado quien estaba detrás de la misma, seguramente muchos hubiesen adivinado de todas formas que se trataba del nuevo proyecto del director Steven Soderbergh, y no precisamente porque sus antecedentes previos estén relacionados con el género, sino porque estamos ante un experimento formal tan arriesgado y creativo que solo puede venir de la mente de uno de los realizadores más modernos, brillantes y sorprendentes que nos ha dado el cine estadounidense - tal vez en toda su historia.

Rupturista desde su primera película, Sexo mentiras y video, con la que inesperadamente ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes, Soderbergh jamás le tuvo miedo a los desafíos artísticos en detrimento del éxito comercial: las películas que siguieron a ese logro artísticos fueron osadas y supieron dividir las aguas tanto en la opinión de los críticos como la del público, quienes no acompañaron esas primeras vueltas del realizador. Esas decepciones comerciales parecen haberle ayudado a hacer un click dentro de su visión del negocio y llevarlo por un camino mucho más lucrativo, haciéndose famoso entre sus colegas por mantener el mantra de que siempre hay que hacer ‘una película para ellos (los grandes estudios) y una para ti (las búsquedas personales del director)’. El método ha sido imitado muchas veces, con mayor o menor talento, pero lo que pocos pudieron absorber de esa frase es que el cineasta, en el fondo, siempre se mantuvo fiel a sí mismo, incluso haciendo ‘una película para ellos’.

Y es que seguramente Soderbergh comprendió que podía existir un punto medio entre sus pretensiones artísticas y las que requiere un gran estudio, y a partir de Un romance peligroso, notable comedia romántica con toque comercial que pone a los taquilleros George Clooney y Jennifer Lopez a declamar los extensos diálogos de Elmore Leonard, pudo sacar adelante una filmografía que coquetea con el cine comercial sin caer en la banalización que suelen tener adjudicadas esas películas. Y luego de su consolidación total con dos éxitos de crítica como Traffic y Erin Brockovich, que además lo convirtieron en uno de los pocos realizadores en la historia en ser nominado al Oscar a Mejor director por dos películas a la vez - ganó por la primera -, la trilogía La gran estafa terminó haciendo claro y reedituable el mantra mencionado: si haces una para los grandes, ellos te dejan hacer una que pueda permitirse el fracaso: en medio de cada éxito protagonizado nuevamente por Clooney, Soderbergh hizo películas más pequeñas en escala o abiertamente experimentales (las casi totalmente desconocidas Full frontal y Bubble, o la fallida Intriga en Berlín) que lograron ampliar su experiencia en el mercado y también volverlo uno de los cineastas más dúctiles y productivos del siglo 21: Presencia es la película número 35 de su carrera, y también su primera incursión en el género fantástico, aunque no debería ser una sorpresa considerando que el director anteriormente circuló por el terror psicológico con Perturbada, divertido film protagonizado por Claire Foy.

Presencia nos presenta la historia de una familia psicológicamente rota que se muda a un nuevo hogar a fin de huir de una tragedia que involucró a la mejor amiga de la hija menor. Rápidamente advertimos que la situación de la chica es muy frágil emocionalmente, pero no es muy distinta a la de sus padres, quienes no encuentran la forma de conectar entre sí y mucho menos con ella. Además, la relación de la chica con su hermano, un adolescente exitoso en los deportes y, al parecer, muy popular en el colegio, parece cada día más afectada por el comportamiento de ella, escalando en una fricción constante. Hasta ahora, parece un drama común y corriente, pero hay un atractivo extra: en la casa hay un fantasma que acecha constantemente a los personajes, y toda la película se cuenta a través de su punto de vista, siendo la cámara la visión del fantasma y volando continuamente sobre los protagonistas. A medida que se desarrolla la acción todos comienzan a advertir la presencia paranormal en la casa, pero mientras intentan recomponer los vínculos entre ellos, tratan de descubrir si el fantasma intenta herirlos o tiene algo más para transmitirles.

Teniendo a Steven Soderbergh detrás de cámaras, uno podía esperar que Presencia tuviera un toque distinto, y ya la premisa cumple con esas expectativas: la ingeniosa forma visual permite que el director (quien también es director de fotografía bajo el pseudónimo Peter Andrews) se deleite con una puesta en escena creativa y en constante movimiento, la cual no abandona del todo el minimalismo usual de sus cintas pero ayuda a la hora de inyectar energía al relato. A su vez, la economía de recursos también permite un sobrio y elegante trabajo de edición (también obra del estadounidense bajo pseudónimo), con cortes precisos que ayudan a crear un conjunto dinámico, ágil en ritmo y totalmente efectivo en narración, avanzando de forma experta en un cuento que no tiene fisuras ni se siente apresurado a pesar de su breve duración.

El concepto del terror elevado ha sido usado mucho en los últimos años como modo de “separar” el terror que vale del que no vale, y si bien es cierto que mucho cine de género suele ser prescindible o menor, la realidad es que muchas películas, sin tener altas pretensiones, han logrado explorar con mucho acierto los peores traumas de sus personajes sin necesitar un alto vuelo poético o una definición propia. Y si bien uno podría esperar que el realizador tratara de ingresar de lleno a ese concepto, la realidad es que Soderbergh siempre disfrutó de hacer cine popular: su paso por la acción dejó una pequeña obra maestra, La traición, en donde no se le caían los anillos a la hora de hacer un clásico cine de matinée protagonizado por la ruda Gina Carano; a su vez, La estafa de los Logan era una gozosa comedia que volvía a jugar con el mainstream al mejor estilo de La gran estafa, y la mencionada Perturbada era un thriller abiertamente ‘clase B’ que apelaba a todos los trucos posibles con el solo propósito de entretener a los espectadores. En esta ocasión, el experimento formal puede hacerla pasar por otro caso de terror elevado, pero la realidad es que Soderbergh está más interesado en un drama familiar con toques de thriller clásico que se oculta bajo la máscara del terror: tal vez la mejor forma de pensar en Presencia es imaginando que los complejos vínculos presentados en un film como Gente como uno, aquella olvidada ganadora del Oscar dirigida por Robert Redford, fueran filmados por el fantasma de A ghost story, mística fantasía romántica de David Lowery.

Pero el film no queda únicamente en un experimento de estilo, sino que lo que relata es profundamente desgarrador e incluso actual, centrándose en las consecuencias de la falta de comunicación entre adultos y adolescentes dentro de un contexto social que los invita constantemente al peligro. Si hay un villano en esta excelente película no es el fantasma que persigue a la familia, sino el peso de las cosas sin decir y la apatía que crece dentro de un núcleo familiar que, a pesar de no estar solos en su casa, están profundamente abandonados en el día a día; solamente eso ya la hace más escalofriante que muchas otras cintas dentro del género.

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