Blancanieves — "El octavo enano"

Blancanieves vivía feliz en el castillo. O al menos, eso le hacía creer a todos.

El príncipe la había rescatado con un beso y derrotado a la malvada reina. El reino prosperaba, las flores crecían en los jardines y el sol brillaba sobre las torres doradas. Todo debía ser perfecto.

Pero cada noche, Blancanieves despertaba empapada en sudor, su corazón martillando en su pecho. Las pesadillas siempre eran las mismas.

Ella volvía a la cabaña de los enanos, pero algo no cuadraba. El comedor estaba cubierto de polvo, las camas desordenadas… y había una octava cama al fondo de la habitación. Más grande. Más oscura.

Y ella oía una voz. Una voz grave, áspera, que susurraba su nombre desde las sombras.

"Blancanieves… ¿por qué me olvidaste?"

Al principio, pensó que era solo un mal sueño. Pero una noche, la voz no se detuvo al despertar.

La siguió hasta el espejo de su habitación. El mismo espejo que la reina había dejado atrás. Pero ya no reflejaba su rostro.

En su lugar, vio un bosque oscuro y una figura encorvada. Un enano.

Su barba era más gris que blanca, sus ojos hundidos brillaban como brasas. No se parecía a ninguno de los siete.

—¿Quién eres? —susurró ella, temblando.

El enano ladeó la cabeza. Su sonrisa era todo menos amable.

—Soy el que dejaste atrás. El octavo. El olvidado.

Blancanieves sintió que el corazón se le detenía.

—Eso no es posible. Eran siete. Siete enanos.

El reflejo dejó escapar una risa seca y cruel.

—¿Estás segura? Piensa bien, Blancanieves. ¿Por qué crees que había una octava silla en la mesa? ¿Por qué la última cama siempre estaba vacía?

Los recuerdos brotaron en su mente como espinas. La mesa tenía ocho platos, no siete. Y a veces, al despertar, juraba escuchar una respiración más profunda, más ronca que la de los demás.

—No… —susurró.

—Me abandonaron —gruñó el octavo enano—. Tú me abandonaste. Mientras dormías, enterraron mi nombre, me borraron de sus canciones. Me dejaron en las sombras para que me pudriera con la reina.

Blancanieves sintió lágrimas en sus ojos.

—No sabía que existías…

El enano dio un paso hacia ella desde el otro lado del espejo. El cristal crujió, como si fuera agua a punto de romperse.

—Lo sabes ahora. Y voy a asegurarme de que nunca me olvides de nuevo.

La imagen se desvaneció.

Blancanieves corrió al dormitorio del príncipe, temblando. Tenía que contarle.

Pero cuando llegó, encontró su lado de la cama vacío.

Y en la pared, grabadas con arañazos profundos, vio unas palabras:

"Una vez hubo ocho."

A la mañana siguiente, el reino despertó sin su princesa.

Los guardias buscaron por todo el castillo, el bosque y las montañas. Nunca la encontraron.

Los siete enanos volvieron a su cabaña al escuchar la noticia.

Cuando entraron, sintieron que algo estaba mal. La habitación estaba helada. El polvo cubría todo como si nadie hubiera vivido allí en años.

Y en la mesa, había ocho platos.

La octava silla estaba ocupada.

Nadie vio quién estaba sentado allí. Solo escucharon una risa áspera y profunda.

"Al fin estamos todos juntos."

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