
En 2025, ya no quedan dudas: los Monty Python cambiaron para siempre la manera en que entendemos la comedia. Y aunque sus nombres quedaron grabados en la historia de la cultura pop, no está de más volver la vista atrás, especialmente ahora que se cumplen diez años de la última vez que se reunieron públicamente. Fue en 2015 cuando los cinco miembros sobrevivientes (Graham Chapman había fallecido en 1989) volvieron a subirse juntos a un escenario, después de décadas. Las funciones, realizadas en Londres, agotaron entradas en cuestión de horas y despertaron un entusiasmo que parecía dormido pero seguía intacto. También ese mismo año, Terry Jones dirigió Absolutely Anything, una comedia en la que los Python pusieron las voces a un consejo de extraterrestres que le conceden a Simon Pegg el poder de hacer absolutamente cualquier cosa, en teoría para mejorar la humanidad. El resultado, como siempre con ellos, fue un disparate glorioso.

Y como si el regreso no alcanzara, Los caballeros de la mesa cuadrada cumplía cuarenta años. Para celebrarlo, lanzaron Sacré Graal: la comedia musical, una edición cantada e inédita del clásico, con una introducción nueva, absurda, inesperada, deliciosamente innecesaria: puro espíritu Python. Mirando desde hoy, cuesta creer que hubo un tiempo sin ellos. Pero así fue. El 5 de octubre de 1969, la BBC emitió por primera vez Monty Python’s Flying Circus, un programa inclasificable, escrito y protagonizado por seis jóvenes que no solo entendían el humor como nadie, sino que también sabían que había que romper las reglas para reinventarlo todo.
Graham Chapman, John Cleese, Eric Idle, Terry Jones, Michael Palin y Terry Gilliam (el único estadounidense del grupo) venían de distintas universidades y recorridos, pero compartían algo esencial: el deseo de hacer un humor que no se pareciera a nada. En una Inglaterra donde el absurdo era casi una tradición, ellos llevaron todo un paso más allá. El primer episodio lo dejaba bien claro: un hombre harapiento emerge del mar, camina hacia la cámara, dice con esfuerzo “It’s…”, y desaparece. Suena una fanfarria y aparece el título larguísimo del programa —Monty Python’s Flying Circus— que inmediatamente es aplastado por un pie de querubín sacado de una pintura renacentista.

La elegancia y el grotesco, el arte y la tontería, la inteligencia y el disparate, todos en el mismo plano.
Los años sesenta estaban marcados por una ebullición cultural: los Beatles, los Stones, la psicodelia. Y en medio de ese torbellino, seis jóvenes empezaban a escribir sketches que nadie más se habría animado a firmar. Así nació uno de los grupos más influyentes de la historia del entretenimiento. En el origen del grupo hubo una especie de choque académico. Por un lado, la dupla de Oxford: Terry Jones y Michael Palin, graduados en literatura e historia respectivamente. Por el otro, los intelectuales de Cambridge: John Cleese, estudiante de derecho —a quien le gustaba decir que su color favorito era “el pez”—, Graham Chapman, aspirante a médico, y Eric Idle, el más joven, que se preparaba para enseñar inglés. Cada uno escribía a su manera, garabateando ideas sueltas en los márgenes de alguna hoja.

Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, el sexto Python, Terry Gilliam, cursaba ciencias políticas en California. Pero pronto abandonó todo para dedicarse a lo suyo: la historieta, la animación y esa mezcla irrepetible entre lo lisérgico y lo medieval que después impregnaría el universo Python. Con esas cabezas, no sorprende que hayan imaginado cosas como un partido de fútbol entre filósofos: alemanes (Nietzsche, Schopenhauer, Kant, Hegel) contra griegos (Aristóteles, Platón, Sócrates, Epicuro). Un desfile de bigotes, túnicas, ceños fruncidos… y una pelota rodando en el medio de la abstracción. Los cinco británicos empezaron a destacar en 1966, escribiendo para The Frost Report, un programa conducido por David Frost que les dio espacio para mostrar su talento. Al año siguiente, Chapman y Cleese escribían y actuaban en At Last the 1948 Show, emitido por la BBC. En paralelo, Idle, Jones, Palin y Gilliam creaban Do Not Adjust Your Set para la cadena ITV, un programa pensado para chicos que se volvió un pequeño fenómeno.

El éxito fue tal que ITV les ofreció a esos cuatro creadores la posibilidad de desarrollar su propio programa. Casi al mismo tiempo, la BBC hacía lo mismo con Chapman y Cleese. Pero Cleese no lo tenía tan claro: dudaba en seguir trabajando con Chapman, cuyo carácter impredecible era, digamos, difícil. Sin embargo, recordaba con afecto su experiencia con Michael Palin, y decidió invitarlo. Palin aceptó y propuso sumar a Jones e Idle como guionistas. También a Gilliam, para que se ocupara de las animaciones. Así, casi por una combinación de afinidades, recuerdos universitarios y el impulso de la BBC, nació lo que sería, sin saberlo, uno de los grupos más influyentes del siglo.
El “boy band del humor” dio sus primeros pasos y creó Monty Python’s Flying Circus, que se emitió entre 1969 y 1974. El origen del nombre sigue siendo un misterio. Algunos dicen que “Monty” era un homenaje al general Bernard Montgomery, héroe de la Segunda Guerra. Otros juran que era el apodo de un habitué de bar que solía embriagarse con frases como “¡les voy a volar la cabeza!”. En cuanto a “Python”, Cleese decía que le encantaba lo traicionero de la serpiente. Algo de eso hay en el humor que destilaron desde el primer sketch.

Dentro del grupo, todos escriben. Cada uno con su estilo. Cleese y Chapman disfrutan elaborando diálogos cargados de agresividad e ironía. Gilliam se encarga de las animaciones surrealistas que conectan los sketches con una lógica que solo existe dentro de su cabeza. Eric Idle, por su parte, juega con el lenguaje, como en ese sketch memorable del carnicero que intercala insultos y fórmulas de cortesía con la misma soltura. Palin y Jones se especializan en introducir lo improbable en situaciones cotidianas. Basta recordar al repugnante señor Creosote, en El sentido de la vida, un hombre grotescamente obeso que, tras ser alimentado hasta el hartazgo, literalmente estalla en mil pedazos, cubriendo de vísceras a todos los presentes. Inolvidable.

Cuando el programa televisivo llega a su fin en 1975, los Monty Python ya se habían aventurado en el cine. Ese mismo año estrenan Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores (Monty Python and the Holy Grail), una (muy) libre adaptación de la leyenda del rey Arturo. Fue codirigida por Jones y Gilliam, y desde los títulos iniciales ya deja claro su tono: es “la película que hace que Ben-Hur parezca un tráiler”. Hay un conejo asesino, golondrinas africanas, campesinos anarco-sindicalistas, un caballero que sigue peleando después de perder las extremidades… y una corte de guerreros sin caballo que imitan el trote con cocos.
Divertida de ver, pero no tanto de hacer. Eso aprendieron Jones y Gilliam durante una producción llena de contratiempos: cámaras que se rompen, vestuarios que desaparecen, un clima hostil. Graham Chapman, además, comenzó a sufrir episodios de delirium tremens durante el rodaje. Fue un proceso tenso, accidentado, pero a pesar de todo lograron terminar la película y hacer historia.

Después de aquella cruzada medieval, los Python decidieron cambiar de época y atacar directamente al dogma: en 1980 llega La vida de Brian, ambientada en los tiempos de Cristo. Pero Brian no es el Mesías, aunque muchos estén dispuestos a seguirlo como si lo fuera. El resultado: una serie de malentendidos y persecuciones que terminan, claro, con una crucifixión coreada alegremente con un “Always Look on the Bright Side of Life”. Una sátira implacable que aún hoy provoca risas, escándalo y admiración por igual.
En 1983 estrenan El sentido de la vida, probablemente su obra más oscura. Una mirada desopilante y a la vez incómoda sobre las distintas etapas de la existencia, del nacimiento a la muerte, pasando por el absurdo sistema educativo, la religión, la guerra y la rutina. Aunque fue un éxito tanto de crítica como de taquilla, no alcanzó la estatura icónica de sus predecesoras. Idle dijo alguna vez que esa película fue “una reescritura de la perfección”. Fue también el último proyecto que reunió a los seis integrantes. En 1989, Graham Chapman falleció de cáncer en la garganta y la médula espinal. Tenía apenas 48 años.

Después de la disolución del grupo, cada miembro siguió su rumbo. Terry Gilliam se consolidó como un cineasta inclasificable, autor de obras tan personales como Brazil, Pánico y locura en Las Vegas, El imaginario del Doctor Parnassus y Zero Theorem. John Cleese y Michael Palin volvieron a cruzarse en la celebrada comedia Un pez llamado Wanda (1988), mientras que Terry Jones combinó la ficción —Erik el Vikingo, El viento en los sauces— con una sólida producción documental centrada en la Edad Media. Eric Idle, por su parte, mantuvo una presencia intermitente en televisión.
Tras la muerte de Terry Jones en 2020, los Python restantes han seguido en actividad, aunque por separado. Cleese adaptó su emblemática serie Fawlty Towers al teatro, con estreno en el West End londinense en 2024, e Idle lanzó una gira musical en solitario titulada Always Look on the Bright Side of Life, Live!, en la que repasa canciones, sketches y materiales inéditos.
El legado del grupo, sin embargo, no se limita a los escenarios. En 2022 apareció un juego de rol de mesa —Monty Python’s Cocurricular Mediaeval Reenactment Programme— que permite adentrarse en el delirante universo del sexteto. Y desde 2018, buena parte de su filmografía está disponible en plataformas de streaming, lo que ha permitido que nuevas generaciones descubran su humor absurdo y provocador. A más de medio siglo de su debut, los Monty Python siguen siendo una anomalía brillante.

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