La residencia (2025): el whodunnit está de moda 

¿Fue Kenneth Branagh quien puso de moda nuevamente el whodunnit a partir de sus homenajes a la obra de Agatha Christie y sus tres adaptaciones cinematográficas: Asesinato en el Oriente Exprés (Murder on the Orient Express), Muerte en el Nilo (Death on the Nile) y -la mejor- Cacería en Venecia (A haunting in Venice)? ¿O fue Rian Johnson con Entre navajas y secretos (Knives out), la comedia policial protagonizada de Daniel Craig, el que devolvió el interés en el subgénero? Tal vez no sea uno ni el otro, sino más bien una confluencia entre las producciones que ambos llevaron a la pantalla. También, es verdad, a lo mejor el whodunnit nunca se fue del todo, pero lo cierto es que las antes mencionadas nos hicieron recordar que hay en estas historias de crímenes a resolver, con detectives sagaces y una catarata de sospechosos, que resulta no sólo entretenido, sino además lúdico, participativo, término fundamental en estos tiempos donde las lógicas narrativas entre diferentes expresiones del arte tienden a fundirse y confundirse: la interacción, el involucramiento del espectador desde una postura vivencial que se da a partir de jugar a descubrir al asesino para, una vez terminada, decir: “¡Ja, tenía razón!”. En este contexto, La residencia (The residence) es una miniserie de Netflix que encaja perfectamente en las necesidades de la industria audiovisual actual, pero -oh sorpresa- hay aquí elementos de valor que la vuelven tan apasionante como recomendable.

La residencia es una producción de Shonda Rhimes, experimentada productora con créditos tan exitosos como la inoxidable Grey’s Anatomy (Idem), pero además otros títulos que han pasado con suceso por la televisión y las plataformas como How to get away with murder (Idem), Inventando a Ana (Inventing Anna) o Los Bridgerton (Bridgerton). Es decir, tenemos no sólo a alguien con conocimiento de cómo se debe construir una producción para la pantalla chica, sino además que entiende lo que el público de cada tiempo busca o necesita o pretende. Por lo tanto, La residencia contiene algunos elementos que funcionan con el viento de época y la agenda, como cierta mirada cuestionadora de conductas masculinas, un poco subrayadas en los primeros episodios y progresivamente fluyendo mejor con la trama, pero entiende que eso es una actualización necesaria aunque nunca el fondo: si hay una capacidad que las producciones de Rhimes exhiben es esa posibilidad de construirse sobre estructuras preconcebidas para jugar, algo que impacta perfectamente en la lógica del whodunnit. Hablábamos de Branagh y sus adaptaciones de Christie y de Johnson y su homenaje en sorna al subgénero, y La residencia apuesta desde el título de sus capítulos a un ida y vuelta de absoluto metalenguaje: The fall of the house of Usher (Idem), Dial M for murder (Idem), Knives out (Idem) o The third man (Idem) por mencionar algunos. Si hasta un personaje aparece leyendo un libro de Agatha Christie y otros hablan de esa película en la que Daniel Craig hace de detective.

La residencia tiene entonces algunos elementos de evidente modernidad: autoconsciencia, algo de cinismo, aplicación a la agenda. Sin embargo, hay algo fundamental que nunca olvida: tiene algo que contar, pero además tiene una idea bien clara acerca de cómo contar eso que quiere contar. Fondo y forma fluyen a la perfección. Y además es muy graciosa, porque es una gran comedia en la que el trabajo con el montaje sobresale como un elemento no sólo fundamental para el andamiaje narrativo, sino también para la construcción de su humor: varios chistes funcionan a partir del montaje y son sólo posibles por el efecto cómico de la transición entre imágenes. En La residencia la premisa es, claro que sí, un asesinato. En una noche donde la Casa Blanca recibe una comitiva australiana, que incluye una referencia muy graciosa a Hugh Jackman y la presencia de la gran Kylie Minogue, y se realiza una gran fiesta, el jefe de servicio del emblemático edificio aparece muerto, en lo que parece a simple vista un suicidio. El personaje, A.B. Wynter, fue interpretado por el gran Andre Braugher, pero su pronta muerte generó cambios en la producción y en la versión que se estrenó finalmente está a cargo de Giancarlo Esposito, lo que resulta divertido pensar cómo Wynter sería diferente a partir de las características de ambos actores. Seguramente el Wynter de Braugher hubiera sido más elegante, mientras el de Esposito es un poco más distante y quirúrgico, en una versión un poco más amable del Gus Fring de Breaking bad (Idem).

Como decíamos, tras la muerte de A.B. Wynter hay gato encerrado. Y si bien todos creen que lo más lógico sería declarar rápidamente el suicidio, la llegada de una detective letal pone las cosas patas para arriba y hace andar el mecanismo del whodunnit elevado a la enésima potencia: los personajes son incontables (se dice que en la Casa Blanca trabajan más de 150 personas) y los sospechosos, también. La detective se llama Cordelia Cupp y es un gran nombre de detective, no sólo porque tiene la gracia del juego lingüístico, ese leerse como de corrido, a lo Hércules Poirot o Benoit Blanc, sino porque además tiene presencia, fuerza y se pega como imán, algo que es clave para el subgénero. Una peculiaridad de Cordelia es que es avistadora de pájaros, y no sólo sirve para varios chistes altísimos sino también para darle una condición al personaje que la vuelve sumamente paciente ante todo lo que sucede. Cordelia Cupp está interpretada por Uzo Aduba, actriz conocida por Orange is the new black (Idem) y que hace poco apareció en Medicina letal (Painkiller), una miniserie horrible en la que interpretaba a Edie Flowers, un personaje insufrible, del que Cordelia tiene algunas características similares que la vuelven densa, como por ejemplo un dejo de superioridad, pero que la comedia vuelve otro elemento dispuesto a la risa.

Si hablamos de comedia, La residencia tiene además un elenco de intérpretes secundarios y muy efectivos, empezando por el gran Randall Park en un personaje incómodo, constantemente maltratado por Cordelia. Pero también está Ken Marino como un hombre de influencias políticas, un villano graciosísimo, y en breves participaciones Jason Lee (¡estaba vivo!), Eliza Coupe, Jane Curtin y tantos más. La forma en que la serie integra a los personajes es virtuosa, con un montaje que trabaja el flashback de una manera hiperbólica, en lo que parece solamente un elemento puramente estilístico pero que termina haciendo sistema. Y detrás de todo ese ruido, donde el último capítulo explota desde la autoconciencia la lógica de los relatos detectivescos que se resuelven a puro diálogo y explicación, termina encontrando un elemento distinguido que funciona como una superficie debajo de la premisa. Y es la historia de las personas que trabajan en ese lugar, en este caso la Casa Blanca, con sus historias de vida y sus vínculos humanos hechos desde el intercambio de experiencias profesionales. En eso sobresale el capítulo The adventure of the engineer’s thumb (Idem), donde se cuenta el romance entre Elsyie (Julieth Restrepo) y Bruce (Mel Rodriguez), una gran historia de amor que termina dándole sentido a todo lo que pasa, a mil por hora, a lo largo de sus ocho episodios. Seguramente, como Entre navajas y secretos, La residencia tenga combustible como para estirar la experiencia en secuelas. Si pasa como con el film de Johnson, les diríamos que por favor, dejen todo como está que salió bien.

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