Un momento no tiene sentido sin la construcción de todos los elementos. Un momento es el umbral que cruzamos cuando todo adquiere sentido en la historia. Cuando lo que se construía en las sombras de nuestra mente como un rompecabezas descubre su pieza perdida y nos encontramos ante la imagen que nos revela el significado detrás de la obra. A veces podemos ponerle palabras; otras, simplemente nos dejaremos llevar por las emociones que despierta ese MOMENTO. ¿Para eso es, no? Para que nos inunde de significado.
Primera parte. «Estamos tan atados por el tiempo, por su orden»
Cuando uno ve una película, cree que la está ‘‘leyendo’’, confía en el montaje, en su propia percepción del tiempo como espectador. Piensa que, así como se despierta, hace su rutina, trabaja y llega el momento de dormir, día a día, en lo que parece un avance lineal hacia un horizonte indefinido; esos mismos patrones se repetirán en todas las obras que ve. Y lo cierto es que muchas películas están construidas de esa manera.

Al ver los primeros minutos de Arrival, sin haber leído el cuento en el que está basada, creemos entender al personaje de Louise Banks, interpretado por Amy Adams: una madre que cuidó de su hija hasta verla fallecer, y cuya vida se colmó de una neblina gris. Vemos una rutina solitaria, un ambiente ausente de cualquier luz, una mujer que deja que la vida le pase sin hacer absolutamente nada, como ir al colegio al otro día a pesar de que el país haya declarado emergencia nacional. Esa clase de reacción nos habla de alguien atormentado por su pasado.
Entonces, ellos llegan.

Louise Banks es convocada a poner sus conocimientos como lingüista para comunicarse con esta raza alienígena que ha llegado a la Tierra en enigmáticas y minimalistas naves, dispersas en diferentes partes del mundo, poniendo la dinámica global en un completo caos y pánico. ¿Son enemigos, aliados, amigos? ¿A qué vienen? ¿Qué esperan de la humanidad?
A medida que la película avanza y Louise convive más con los alienígenas, ahora llamados heptápodos, pensamos que la fuerza emocional de estas experiencias, totalmente ajenas a la realidad, le hacen recordar su atormentado pasado. Vemos fragmentos de la vida de una niña: los detalles delicados de sus manos de bebe, su inocente risa y unos ojos azules; después, a una adolescente rebelde y furiosa. Luego, su cadáver, mientras Louise la acoge y arrulla por última vez.
En una película, el espectador, lo crea o no, esta entrenado para identificar al protagonista e ir detrás de él, tratando de averiguar su vida y acompañando su camino mientras nuestra mente se sumerge en un montón de teorías sobre cuál es la razón detrás de su realización. Pensamos que la película tratará, tal vez, sobre cómo estos alienígenas cambiarán la vida de Louise, o bien sobre cómo los recuerdos de su pasado serán las herramientas que le ayuden a dar forma a su presente y resolver el enigma de los heptápodos. ¿Así es como funcionamos, no? Usamos nuestro pasado para darle forma al presente y, con ello, a construir nuestro futuro. Esta película es consciente de esa percepción: nuestra condición humana de percibir el tiempo.

Y la actuación de Amy Adams como Louise Banks refuerza esa visión: su personaje mantiene un semblante ilegible y sombrío, probablemente marcado por los recuerdos de su hija muerta. Es un dolor que se percibe auténtico y más allá de eso, profundamente reconocible. Porque eso es lo que hacemos en las películas, de forma consciente o no: buscamos identificarnos con los protagonistas para acompañar su viaje. De lo contrario, solo seríamos observadores distantes y la película no lograría tocarnos. El cine funciona y se basa en la comunicación. Y la comunicación es un riesgo que exige total entrega. Si dos seres completamente diferentes no logran verse enteramente en lo que son, serán incapaces de comunicarse y de sentir algo el uno por el otro.
La película avanza y Louise descubre una forma de comunicación visual que le permite hablar con los heptápodos. Juntos crean un símbolo mítico de contacto y comprensión entre especies que hemos visto en múltiples películas: ambos extienden sus manos hacia el cristal, intentando encontrarse más allá de las barreras. Todo se orienta hacia la pregunta: ¿cuál es su propósito en la Tierra?
Louise les enseña el idioma mientras lidia con las limitadas y rigurosas visiones del gobierno estadounidense. Conoce a Ian, el físico matemático que se convierte en su apoyo. A lo largo de este proceso, la película despliega información y dudas sobre el lenguaje de los heptápodos, piezas sueltas de un rompecabezas mental que trataremos de armar con tal de ver la imagen completa. Como espectadores, tomamos lo que podemos. La información sobre la escritura no lineal y en logogramas de los heptápodos nos lleva a suposiciones intrigantes: ¿ellos deben saber lo que dirán antes de escribirlo? ¿Así es como piensan? Vemos cómo Louise se sumerge por completo en este nuevo lenguaje, mientras las imágenes de la niña aparecen con más frecuencia.
El panorama mundial, en contraste, se vuelve cada vez más hostil. La falta de certeza siembra el pánico y la violencia estalla en distintos países ante la ausencia de comunicación sobre los hallazgos de cada uno respecto a los heptápodos. Algunos soldados incluso intentan atacar la nave alienígena. La tensión escala y los heptápodos ascienden en el cielo, alejándose de los impredecibles humanos.
Louise, en cambio, empieza a soñar en el nuevo lenguaje, y la película nos plantea la idea: de como un lenguaje puede transformar la forma de pensar, como si instalaras o desinstalaras un chip en la mente.
Aquella neblina que cubría la base militar cuando vimos por primera vez la nave—una bruma espesa que se tragaba las montañas y se deslizaba como tentáculos de pulpo por el valle— ahora se aclara. Nosotros, igual que Louise, parecemos comprender mejor a estos seres de otro mundo y nos sentimos más ajenos frente a nuestra propia especie, que recurre a la guerra cuando algo le resulta incomprensible.
Segunda parte. «Ofrecer arma»
China decide tomar acciones bélicas contra las naves de los heptápodos luego de que varios países reciben como respuesta a la pregunta fundamental sobre el propósito de los extraterrestres: «Ofrecer arma». Esta revelación fragmenta la ya frágil comunidad internacional, polarizando y dividiendo aún más a los países. Louise, que aún no sabe la respuesta, comprende que la división no es la solución y que, contra todo pronóstico y la historia misma de la humanidad, tal vez los heptápodos solo buscan unirnos para que trabajemos en conjunto. Una visión, claramente, inconcebible para el mundo.
Ante este escenario, parece que la única estrategia que le queda a los heptápodos es comunicarse directamente con Louise para explicarle, de una vez por todas, qué está ocurriendo realmente. Es así como ella entra a una pequeña nave y se encuentra con ellos en su blanquecina y nebulosa estancia. En ese momento, surgen más imágenes de la niña.
—«No entiendo, quién es esta niña?»—pregunta Louise.
La frase nos desconcierta como espectadores. Empezamos a hilar los eventos mientras los heptápodos insisten en hablarnos de su propósito en la Tierra: «Louise ve el futuro». Pero no es suficiente. La película debe validar esa visión. La verdad es solo una sombra que podemos intuir, pero no tocar. Y la necesitamos; como espectadores necesitamos tocar esa verdad. Louise nos revela entonces sus pensamientos, en ese espacio blanco y luminoso que exhibe todos sus rasgos, en contraste con la atmosfera lúgubre que domina casi toda la película.
Los heptápodos regresan a Louise a la Tierra, pero esta vez las imágenes la abruman: ahora sabe que esa niña llamada Hannah será su hija en el futuro y también comprende quién es el padre. Entiende finalmente que el regalo de los heptápodos no es un arma, sino un regalo. Y no es algo tangible, es el lenguaje. Lo que ocurre dentro de nosotros cuando logramos entender ese lenguaje circular, sin principio ni fin.
¿Qué ocurre entonces cuando asimilamos esta información? ¿Cuándo, en lugar de usar solo los elementos del pasado, usamos nuestros recuerdos del futuro para construir —o más bien para experimentar— un presente lleno de certeza? Es, al menos en nuestra condición humana, imposible, porque no podemos ver el futuro. (Tal vez podemos soñarlo, pero saben a lo que me refiero)
Con esta nueva información, Louise regresa lista para actuar. Sin embargo, la discordia mundial le plantea un escenario difícil y la obliga a recurrir a métodos más radicales que atentan contra las reglas internacionales. Porque no basta con saber la verdad. Nunca es suficiente en el cine. Lo que importa es qué se hace con la verdad.
Louise deja de preguntar y sugerir. Actúa, pues dentro de poco tiempo las consecuencias serán irreversibles para la humanidad. Es ahí cuando ella tiene una visión de una futura celebración, donde se ven las banderas de los países y de los heptápodos colgadas en el fondo. Sabe lo que debe de hacer. Llama al General Shang, la persona que lidera el inminente ataque contra los heptápodos, y es aquí donde el espectador entiende mejor la nueva capacidad de percepción del tiempo de Louise… pero aún faltan respuestas. En esa reunión del futuro, el General Shang le entregará su número telefónico con las últimas palabras de su difunta esposa, que —para quien no lo sepa— fueron: «En la guerra no hay ganadores, solo más viudas». Todo en un montaje alucinante de tensión y revelación.

A través de distintas pantallas de noticias, sabemos que el ataque contra los heptápodos se ha detenido y que la cooperación internacional se vuelve prioridad. Las gigantes naves ascienden y son devoradas por la neblina, como si nunca hubieran estado allí.
Lo impensable se ha logrado. Pero para nosotros, como espectadores, aún nos falta algo. Como mencioné antes: no nos basta con saber la verdad, necesitamos ver qué más va a hacer Louise con ella.
Parte tres. El momento. «A pesar de conocer el viaje y hacia donde conduce, lo abrazo y doy la bienvenida a cada momento del mismo».
Ocurre algo que vulnera nuestros sentidos: un hermoso montaje de imágenes acompañado de la melodía On the Nature of Daylight de Max Ritcher. El mundo se ha salvado, los heptápodos han cumplido su objetivo en la Tierra, pero es Louise y aquellas imágenes en su mente, lo que nos ha cautivado desde el principio. El problema no es saber el camino; la pregunta es: ¿ella lo aceptará?
Louise ve a Ian. Por fin somos capaces de leer y entender su mirada de un modo que no podíamos. Vemos primeros planos de sus rostros: miradas que ya no tienen el velo de la responsabilidad humana. El paisaje de fondo es un hermoso amanecer. Solo son ellos dos; el fin que es el inicio de su verdadera historia. La sombra en los recuerdos del futuro adquiere forma: es Ian.
Louise lo contempla, no como lo que es en ese momento, si no lo que será en el futuro. Ella ya lo ama por las cosas que aún no han vivido. Le pregunta si, al ver su vida de principio a fin, cambiaría algo, pero él no lo niega. En cambio le contesta:
—«He tenido mi cabeza inclinada hacia las estrellas desde que puedo recordarlo. Pero ¿sabes que fue lo que más me sorprendió? No las estaba encontrando a ellas. Te estaba encontrando a ti.»
Hay algo de melancolía en su mirada, también alegría. Sobre todo, hay aceptación. Sabe que las cosas seguirán su curso, y de alguna manera, aún duda. ¿Ella será capaz de continuar ese camino? ¿Escogerá ese sendero que tiene belleza, pero también pérdida? La respuesta es sí: ella va a aceptar toda esa vida, y también toda esa muerte.

Así, la pantalla se torna negra. El espectador piensa: «Entonces, ¿no es el pasado lo que vimos al principio de la película? ¿Es el futuro?». El futuro es lo que ha construido el presente de esta historia. Es inquietante, ¿no? Ver los créditos y preguntarte: «¿qué acabo de ver? ¿por qué, de repente, todo tiene sentido?». Algo cambia en el ambiente de nuestra cotidianidad. Un significado nos atraviesa como olas del mar, queriendo arrastrarnos a caminos insospechados. También hay algo de engaño: todas las pistas estaban ahí, ¿cómo no lo vimos? Esos momentos solo se entienden cuando vemos la película completa.
Tiempo, todo se trata sobre tiempo.
Esto me recordó a algo que aprendí en la escuela. No hubo clase de cine en la universidad donde no nos instarán a leer el libro del cineasta ruso Andréi Tarkovski, Esculpir el tiempo. Era un libro que teníamos que estudiar de derecho y al revés, y entre más lo leías, más te perdías. ¿Esculpir el tiempo? ¿Qué significa eso? Bueno, aquí cito lo que dice Tarkovski:
«¿Cuál es la esencia del trabajo de un director? Podríamos definirla como la de esculpir el tiempo: así como un escultor toma un pedazo de mármol y consciente en su interior de los rasgos que tendrá su obra ya terminada, elimina todo aquello que no sea parte de la misma, así también el cineasta, a partir de un pedazo de tiempo hecho de una enorme masa de hechos vitales, corta y deshecha lo que no necesita, dejando solo aquello que formará parte de la película terminada, aquello que resulte parte integral de la imagen cinematográfica».
Bastante parecido a la forma en que Louise ve y entiende el tiempo, ¿no? El tiempo en el cine es nuestro y podemos moldearlo como queramos para contar lo que sea que queremos transmitir. Que el inicio sea el fin, que el fin sea el inicio; que unos segundos sean miles de años o que dos horas se conviertan en tres días, o un segundo se expanda hasta su más completo detalle. El cine no se construye de la misma manera que la vida, sino como una compleja masa de subjetividades y detalles que seríamos incapaces de percibir y apreciar en la realidad.

Lo que me fascina de este hermoso momento es el engaño con el que Denis Villeneuve construye la historia, recordándonos que las películas siempre van a engañarnos, nos van a manipular, esconder secretos y, aun así, seguiremos confiando en ellas una y otra vez. Usarán nuestros conocimientos y percepciones en nuestra contra para revelarnos ese momento cumbre que parece divino en su esplendor. Y está bien que las películas nos mientan, siempre y cuando al final nos revelen la verdad. Las perdonamos, y entenderemos que a veces no apreciamos la verdad de la forma más directa. Necesitamos historias que se concentren y se liberen dentro de nosotros cuando todo parezca perdido y nos sintamos solos o tristes; para ver las cosas con otros ojos, aunque solo sea momentáneamente.
¿Debemos sentirnos estafados por estos trucos de percepción? No, en absoluto. El cine nos permite ampliar la experiencia de nuestros sentidos. Entre más grande el engaño de una película, mayor será su impacto. Extrañamente, las películas que más irrumpen nuestra forma de ver las cosas, que exponen nuestra visión equivocada de las reglas y las preconcepciones, son las que más se quedan con nosotros al final.
Y esa es una de las razones por las que creo que Arrival se ha ganado su lugar en la historia del cine, con momentos que jamás olvidaremos. Especialmente en el género de la ciencia ficción, donde estamos acostumbrados a escenas de acción, historias heroicas y alucinantes efectos especiales, esta película nos ofrece un momento íntimo que conecta el presente de posibilidades de Louise e Ian con el hermoso y trágico futuro que les espera. Arrival nos permite, a través de reflexiones sobre el lenguaje, la ciencia y gigantescos seres de 7 patas, explorar nuestra propia condición humana.

Muchas cosas que externar.
En primer lugar, desconocía que el filme estuviera basado en un cuento, eso lo vuelve más interesante (lo checaré) y gracias por el aporte.
Asimismo, es una de mis películas de ciencia ficción favoritas, y la mejor de la filmografía de Denis (La narrativa, la dirección y los efectos están de 10).
Me encantó que tocaran de una manera muy 'visual' el tema de la comunicación, y es que más allá de imaginar que interactuemos con alienígenas, la cinta nos está tratando de decir que nunca es: "lo que decimos, sino CÓMO lo decimos", y esa frase la aprendí en el mundo de las ventas, porque la forma en que entendemos a su vez un mensaje, puede desatar guerras o pacificar al planeta, cuando adquirimos la habilidad de saber 'interpretar' la transmisión correcta del mismo.
El personaje de Amy es admirable por lo anterior (y su valentía). Ahora, a mí me volvió loca (en buen sentido) la ejecución del concepto del 'tiempo', o sea, visualizar las líneas temporales como un cassette de vídeo, es magistral en cualquier plano que se analice.
Finalmente, el cine es una escuela (estudies o no), ya que nos enseña incluso que siempre habrá más hilo de dónde jalar, justo con eso que se esconde (o nos engaña) y que mira, aquí nos tiene averiguando sus secretos... sus enseñanzas, porque eso lo vuelve arte: un aprendizaje nuevo que percibir y descubrir hoy.
No te había visto, y ya te sigo. Se nota que tienes conocimiento especializado. Saludos.
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