Final Destination: Bloodlines: una necesaria vuelta de tuerca 

Dar nueva vida a una larga y sobresaturada franquicia no es tarea fácil, pero parece haber sucedido. Destino final (o Final Destination) comenzó con su primera entrega en el 2000 a raíz de un guion escrito originalmente para la serie X-Files. Este se convirtió en una película que giró alrededor de un interesante concepto: luchar contra el tiempo y la muerte. Luego de cinco entregas estrenadas en un plazo de 11 años la saga pareció haber concluido en 2011. Catorce años después, Zach Lipovsky y Adam B. Stein le dieron una nueva película a la saga, Final Destination: Bloodlines, con muy buenos resultados.

El film tiene ya un comienzo diferente al usual inicio de esta franquicia: en vez de transcurrir en la actualidad, ocurre en un pasado reciente, a fines de los sesenta, con el alto edificio Skyview Restaurant Tower recién inaugurado. Allí, Iris, junto a su prometido, asiste a su fiesta de apertura. Poco a poco, el desastre que es marca de la saga se va cocinando a fuego lento hasta estallar. Pero quien se despierta de aquella premonición no es la chica que protagoniza la secuencia, sino una joven en la actualidad. El espectador se va enterando de que es la nieta de quien vivió la premonición, y ahora debe intentar salvar a toda su familia.

La premonición del comienzo de la película es heredada.

Era necesario dar una vuelta de tuerca a un concepto explotado y sobreexplotado en todas las películas previas, y esta obra encontró una manera de refrescar la narrativa, al centrarse en toda la descendencia salvada de la muerte por Iris y que ahora corre peligro. De esta forma, el núcleo de la película es la familia y su subtexto más potente es el intento de quebrar con la herencia impuesta a través de los lazos sanguíneos, como se referencia en el título.

Y así como la protagonista es consciente del peso heredado, la película también es consciente de dónde se apoya y de todo lo que vino antes de ella. Juega de manera constante con los clichés y los tropos tantas veces utilizados con anterioridad y que ya se tornaron predecibles para el espectador. Los personajes impiden muchas veces de manera repentina y con humor aquellas pequeñas acciones que, concatenadas, terminan en el desastre. Entre este elemento, y el hecho de que hay personajes enmascarados que en verdad no deberían morir, se genera en la película un ritmo atrapante e impredecible.

El núcleo de la película es la familia.

No está demás decir también que el efecto mariposa de las diferentes cadenas de catástrofe está bien planteada. Si hay algo en lo que las entregas de Destino final se caracterizan, más que grandes guiones o direcciones, son las secuencias en las que la muerte se manifiesta bajo las formas más absurdas y gore, disparadas por lo más pequeño, y esta película no es la excepción. Hay objetos como la moneda de 1 centavo que tienen un papel transversal a la película, y que como un buen arma de Chejov, son mostradas en un primer momento para luego tener un efecto fundamental para el final. En el caso de la moneda, causó el desastre original y también el final. Hasta su uso es de alguna manera poético.

Dentro de este efecto concatenado, hay también una unión orgánica con las anteriores películas, sin necesidad de repetir explícitamente personajes principales. Si bien no hay una referencia explícita a los accidentes de entregas previas, la explicación que se da del hecho que da génesis a la obra podría explicar tranquilamente y de manera orgánica todos los desastres de la franquicia. Y por otro lado, la decisión de darle una historia pasada, vinculada a Iris en la película, al ya icónico William Bludworth (a quien ella salvó de la muerte cuando era niño), interpretado por Tony Todd, es más que acertada. Funciona como un sentido homenaje y una despedida al actor, que murió el año pasado.

La entrega funciona también como un homenaje y despedida a Tony Todd.

Es inevitable recordar a la reciente The Monkey en este contexto, que tomó de alguna forma la lógica de Final Destination (a pesar de que el cuento original de King es de años antes) y la hizo propia, con un muy buen manejo entre el humor y el drama. En ese sentido, la última entrega sale bien parada, ya que como la obra de Perkins, equilibra ambos tonos y los conjuga bien entre sí.

Final Destination: Bloodlines es, a fin de cuentas, una última y sólida gran entrega de la franquicia. Dio a la saga una necesaria vuelta de tuerca y una dosis de inventiva y frescura luego de una franquicia que llegó a su punto máximo de saturación, luego de años de entregas consecutivas. Es consciente de dónde está ubicada y sabe para dónde orientar las siguientes películas, si se busca continuar.


Nota por Alex Dan Leibovich | Periodista | Redactor en Clarín, Peliplat y Erramundos.


Publicado el 14 de mayo del 2025, 4.30 PM | UTC-GMT -3.


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