"Interferencia en el Umbral" II: El Algoritmo de los Caídos

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Elías apenas dormía. Desde el incidente con la figura en los servidores, su mente no hallaba descanso. Sus días se mezclaban con noches turbias, y las pantallas parecían mostrar más de lo que deberían. Comenzó a estudiar textos antiguos de demonología, energía residual y simbología digital oculta. Descubrió un patrón: en muchas culturas, ciertos entes parasitarios aparecían en momentos de transición tecnológica o grandes crisis sociales. .

Pero aquí, lo sobrenatural estaba fusionado con los impulsos eléctricos.

Fue entonces cuando, una madrugada, diseñó un programa que analizaba microinterferencias en los sistemas eléctricos del edificio, buscando patrones que pudieran revelar una inteligencia subyacente. Lo que encontró no fue una sola señal, sino tres frecuencias distintas, como voces solapadas dentro de una distorsión.

Primero se manifestó Velgorith, “el Transductor del Cansancio”. Cada vez que su señal se activaba, una sensación de agotamiento extremo recorría los pisos superiores. En los registros, coincidía con aumentos de licencias médicas y errores de sistema. Elías rastreó su presencia hasta una caja de distribución enterrada detrás de un muro falso en el sótano. Al abrirla, sintió como si su energía fuera drenada.

Pero reaccionó rápido: activó un emisor de pulsos ultra bajos basado en antiguas frecuencias de purificación utilizadas por monjes tibetanos. El entorno vibró y un grito inhumano resonó en los cables antes de que Velgorith se disipara en una nube de chispas.

El segundo se reveló más difícil. Zhar’Muk, “el que Interrumpe”. Este demonio interfería con la percepción del tiempo. Afectaba grabaciones, reescribía segmentos, manipulaba recuerdos. Durante una sesión de análisis, Elías notó que su programa de revisión de cámaras repetía un segmento del 17 de marzo de forma diferente cada vez: en una, él bajaba las escaleras con una linterna; en otra, simplemente desaparecía al llegar al tercer peldaño.

Cuando reprodujo una secuencia en cámara lenta, vio a Zhar’Muk: una forma amorfa, como humo digital que salía de un servidor y envolvía su imagen proyectada.

Elías diseñó un entorno de realidad virtual para atraerlo, conectando los servidores a un simulador inmersivo que proyectaba un circuito cerrado simulado. El ente, al ser atraído por la distorsión, quedó atrapado en un loop sin salida. Al ejecutar el cierre abrupto del sistema, Zhar’Muk desapareció con un chirrido como vidrio molido.

Pero el tercero… no era como los otros.

Kalkhaer, “el Eterno del Espejo”, no se alimentaba de energía ni interferencias, sino de reflejo humano. Había logrado replicar emociones, actuar como una sombra digital, y en las últimas semanas había comenzado a aparecer en cámaras internas de los pisos superiores... adoptando la forma de los empleados. En un video de seguridad, Elías vio a su reflejo moverse con un retraso mínimo, luego separarse del patrón original y caminar por su cuenta. Sincronizó diez pantallas y vio cómo distintos “dobles” de empleados se cruzaban en pasillos donde no había cámaras, donde lo real y lo imitado se fundían.

Este demonio se manifestaba a través de superficies reflectantes: pantallas en modo negro, cristales oscuros, incluso charcos. Para enfrentarlo, Elías usó una técnica de sellado combinando antiguas runas nórdicas proyectadas en patrones binarios a través del sistema de luces de emergencia.

Alguien observando desde fuera solo habría visto un parpadeo irregular en los pasillos, pero él sabía lo que hacía. Cuando la señal se completó, los “reflejos” comenzaron a paralizarse, y una figura, idéntica a él pero sin pupilas, se derritió en un charco de bytes frente a su monitor.

Tras vencerlos, algo cambió. El sótano dejó de vibrar. Las cámaras permanecían estables. Pero Elías no se sentía aliviado. Una carpeta había aparecido en su equipo. No la había creado. Se titulaba:

“Fase 2 - Autómatas de Carne.” Dentro, grabaciones de él dormido, de cosas moviéndose solas en su apartamento, y una frase escrita en hexadecimal:

“Ellos eran sólo la entrada. Ahora estamos en ti.”

Y al fondo, un eco que no venía de los altavoces, ni de sus sueños. Un susurro real, que se confundía con el zumbido de los cables: "Lo que derrotas afuera, crece por dentro."

Por Aneudy Valdez R.

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