De chica, Lilo & Stitch me parecía solo una peli linda. Stitch era el personaje gracioso, el que armaba lío y hacía reír. Me encantaba su energía salvaje, sus movimientos torpes, su voz extraña. Pero lo que no sabía, es que ese “monstruo adorable” iba a enseñarme mucho más con el tiempo.
Crecí. Y volví a ver la película. Esta vez, no como una historia infantil, sino como un reflejo de muchas emociones que no supe poner en palabras cuando era chica. Porque Stitch, en realidad, no es solo un extraterrestre. Es una criatura rota, sin pertenencia, creada para el caos, diseñada para no encajar en ningún lado.
Stitch no tiene una familia. No sabe comportarse. No entiende cómo relacionarse sin destruir. Pero en el fondo, sufre. Está perdido. Se siente solo. Y eso, al crecer, lo entendí de otra forma. Porque todos, en algún momento, nos sentimos Stitch: raros, inadecuados, distintos. En una tierra que no es nuestra, con personas que no nos comprenden, haciendo lo mejor que podemos… aunque a veces lo mejor no alcance.
Y entonces aparece Lilo. Una nena también fuera del molde, también incomprendida, también emocionalmente intensa. Lilo no quiere “domar” a Stitch. No quiere cambiarlo. Quiere acompañarlo. Lo abraza, incluso cuando él no sabe cómo recibir afecto. Le enseña lo que es pertenecer, sin pedirle que deje de ser quien es.
Esa relación me tocó muy profundo. Porque al crecer entendí que el amor no se trata de “arreglar” al otro. Se trata de mirar a alguien en su rareza y decidir quedarse. De mostrarle que incluso lo que más le cuesta, lo que más oculta o lo que más teme… también puede ser amado.
Stitch no se convierte en un héroe perfecto. No deja de tener su caos. Pero encuentra un lugar donde ese caos es aceptado, contenido, querido. Donde puede ser él mismo sin tener que disimularlo.
Y eso, de grande, me hizo llorar.
Porque todos necesitamos un lugar así. Una persona así. Un vínculo que no nos pida que seamos menos intensos, menos raros, menos nosotros. Solo un “ohana”. Una familia real. De esas que no se eligen por la sangre, sino por el alma.
Una familia que diga: “Nadie se queda atrás. Ni se olvida.”
Stitch fue, para mí, el monstruo que vino a recordarme algo que durante años me costó entender: no tengo que cambiar para ser querida. No tengo que encajar para ser valiosa. Solo tengo que ser yo. Y encontrar a quienes puedan ver eso… y quedarse.
Y si alguna vez me vuelvo el monstruo en la historia de otro —intensa, torpe, incomprendida— ojalá también encuentre una Lilo que me abrace sin miedo.
Porque Lilo & Stitch no es una película infantil. Es una declaración de amor a lo diferente. Un canto a la inclusión emocional. Un abrazo a todas nuestras partes imperfectas.
Y Stitch…
Stitch es ese amigo monstruoso que, con sus ojos grandes y su forma rara de decir “ohana”, me recordó que todos merecemos ser elegidos tal como somos.
¡Comparte lo que piensas!
Sé la primera persona en comenzar una conversación.