Tiburón: el monstruo que aprendimos a querer

En 1975 se estrenó Tiburón, de Steven Spielberg, y muchas cosas dejaron de ser lo mismo: ir a la playa, meterse en el mar y hasta pensar cuánto sabíamos realmente sobre esos temibles depredadores. Anécdotas y relatos de todo tipo alimentaron una especie de mitología popular que dio lugar a conversaciones desopilantes. Recuerdo una en particular. La memoria visual es difusa, pero algunas palabras sueltas de vecinas inquietas, conversando con mi madre, daban cuenta del terror que les había provocado una versión teatral de Drácula estrenada en 1980 bajo la dirección de Sergio Renán —el regreso a sus casas, por calles oscuras, había sido una pesadilla— y la experiencia más reciente de haber visto la película de Spielberg. Vivíamos en Mar del Plata, era invierno, y ya anticipaban que ese verano no pisarían la playa. Yo era menor de edad. Al escucharlas logré visualizar ambas historias, las imaginé antes de verlas años más tarde.

Se cumplieron cincuenta años de aquel acontecimiento cinematográfico, y el realizador Laurent Bouzereau logra captar en el documental Tiburón, la historia de un clásico (2025) la verdadera magnitud del fenómeno. Un fenómeno que se despliega en capas: la fílmica, la social, la cultural, la comercial, la popular y hasta la ambiental. Organizado principalmente como un mosaico de testimonios —de esos que transmiten más pasión que compromiso—, el documental nos sumerge en la aventura a través de imágenes y palabras que intentan transmitir la fuerza y la vigencia de un clásico: una película hecha en el momento justo, con los actores justos y con el joven Spielberg al mando, capaz de levantar el mundo con sus propias manos. Sin esa energía, sin esa convicción, la película nunca habría sido posible.

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Hay dos testimonios que elijo particularmente, dos momentos consagratorios en la medida en que se acercan al núcleo emotivo de la cuestión, al carácter universal de la historia. El primero le pertenece al hijo de Robert Shaw, Quint en la ficción. Él dice: “fue un caos que se transformó en una sinfonía”. El documental confirma sus palabras: da cuenta de ese proceso, de un trabajo que partió de la pesadilla de la incertidumbre y concluyó en la más absoluta felicidad, sobre todo para quienes seguimos disfrutando, una y otra vez, de sus secuencias inolvidables. Basta con volver a ver —y entregarse al placer— el inicio: ese mar, ese atardecer, la primera víctima y todo lo que nuestra imaginación empieza a proyectar. Spielberg, como los grandes maestros de la narrativa popular, traduce visualmente nuestros miedos primarios y los transforma en arte puro, sin prejuicios ni demandas. Tiburón no envejece y perdura porque nació de una pasión motora, de una sabia confluencia de fuentes literarias y cinematográficas que supo asimilar. Su persistencia es la de Moby Dick, El viejo y el mar y tantas otras historias en el mar. Al mismo tiempo, se constituyó en un faro para infinidad de películas posteriores, donde instintos bestiales vuelven a acechar a los humanos.

El otro testimonio es del propio Steven Spielberg. Cuenta que su creación fue tapa de dos revistas: Time y Mad. A pesar de la importancia de la primera en términos de repercusión, confiesa preferir la segunda. Este gesto lo ubica del lado del club de los perdedores, es decir, de quienes guardamos las películas en el corazón antes que en la cabeza. Spielberg es hoy un realizador multimillonario que, a veces, se pone serio y sacrifica su intuición en favor del mensaje, pero hay en él una llama sagrada que parece no extinguirse. La referencia a la icónica revista humorística y la mención de una emisión del mítico programa Saturday Night Live —creado el mismo año en que se estrenó Tiburón— donde se parodiaba a la bestia marina, son maneras de correrse de los marcos de respetabilidad en los que, con frecuencia, quedan atrapadas las películas, como si solo fueran síntomas de algo o metáforas de otra cosa. Alguna vez Francis Ford Coppola dijo que El padrino era una metáfora del capitalismo. Hoy, pocos la recuerdan por ese motivo. El documental recupera, en algunos tramos, este tipo de lecturas —necesarias, por cierto, pero nunca restrictivas—: se habla de Vietnam, de Nixon y de otras noticias que componían el caldo de cultivo de la época. Incluso se relata una jugosa anécdota con Fidel Castro, quien veía en la novela de Peter Benchley una alegoría del imperialismo.

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Como todo clásico, la película logró que la isla de Martha’s Vineyard, en Massachusetts, se convirtiera en un lugar mítico. No solo fue el espacio de rodaje, sino también una pequeña patria cuyos habitantes se vieron reflejados en la pantalla y así pasaron a la inmortalidad. El cine, arte de lo espectral, además de fabricar estrellas, permite que los rostros anónimos —los del pueblo— se vuelvan eternos. Por eso, en el documental algunas voces relatan también esa experiencia: la de verse como en un espejo después de tantos años, niños que hoy son adultos y adultos que recuerdan con la mirada de la infancia.

Las otras cabezas parlantes se reparten entre técnicos, científicos y especialistas de diversa índole. Todos aportan su grano de arena, pero quienes verdaderamente se destacan son los directores, empezando por el propio Spielberg. Su mirada, a la distancia, permite revelar algunas perlitas, correr la cortina para mostrar los trucos, explicados y puestos en contexto. Hay que decir que una pátina de melancolía envuelve inevitablemente cada testimonio, sobre todo porque hablamos de una época en la que los desafíos despertaban la imaginación en una dirección artesanal que el lenguaje del cine iría perdiendo, en favor de la comodidad y la tecnología. Los segmentos dedicados al armado mecánico de la criatura no tienen desperdicio; tampoco aquellos que exploran las tensiones dentro del set entre el trío protagónico y cómo estas potenciaron la credibilidad del episodio de la cacería.

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James Cameron, Steven Soderbergh, Cameron Crowe (algo más deslucido) y Jordan Peele no pueden disimular su admiración, ya sea al recordar líneas de diálogo o escenas memorables. Incluso destacan signos fetichistas, como remeras usadas por ellos mismos o incorporadas en algunas de sus películas. Quien mejor capta la fuerza de Tiburón es Cameron, acaso por compartir con Spielberg un sentido similar de la espectacularidad y la narración. Es él quien subraya la universalidad del “We're gonna need a bigger boat”, pronunciado por Martin Brody (Roy Scheider) tras un extraordinario encuentro con el enemigo. Que ese momento haya pasado a la posteridad se debe a un flujo narrativo que, para ese punto, ya se había ganado al espectador.

Cincuenta años han pasado. Los clásicos son así: los guardamos en el bolsillo, los escondemos bajo la almohada, son presencias insomnes que nos recuerdan que también estamos aquí para soñar. Del otro lado de la pantalla tenemos la ventaja de hacer catarsis, de dejar que otros jueguen con nuestros miedos y nuestros deseos. Cada vez que piso una playa, cada vez que me meto en el mar, no puedo evitar sonreír. Es parte de la religión. El cine nos da eso, y nosotros lo tomamos. Spielberg nos legó una historia para siempre: el viejo relato del hombre enfrentándose a la naturaleza y poniendo en juego su desmedida ambición. Enfrente, un monstruo que, como en la mitología, viene a advertirnos que algo estamos haciendo mal. Con el paso de los años terminamos queriéndolos. Porque, como la gloriosa música de John Williams, ese monstruo ya es parte de nosotros. Y celebrar su presencia es también celebrar el poder del cine. De eso se encarga este documental.

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Federico Minchaca Sanjuan
Federico Minchaca Sanjuan
 · 15 de julio de 2025
Yo era muy joven entonces (10 u 11 años) cuando vi Tiburón, fue el pretexto perfecto de mi padre para llevarnos a mi hermana y a mi al cine (El Cine Ferrocarrilero), fue aterrador durante semanas no pude dormir con la luz apagada, pensando que un gigantesco Tiburón iba a entrar por la ventana y tragarme, años y traumas después lo asociaría con "Moby Dick" de Melville y "El Viejo y el Mar" de Hemingway ambos libros que relatan la lucha del hombre con la Naturaleza, te has ganado mis puntos.
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graciela dato
graciela dato
 · 18 de julio de 2025
Me encantó tu relato,voy a ver el documental.La película la vi muchas veces...es un clásico!
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cinejuanita
cinejuanita
 · 17 de julio de 2025
Qué homenaje tan lindo! Me encantó especialmente lo de Spielberg eligiendo Mad en vez de Time. Dice mucho del cineasta que fue (y sigue siendo).
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Rubén Negri
Rubén Negri
 · 16 de julio de 2025
Muy linda tu reseña. Provoca una nostalgia estimulante. Gracias.
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jonathan stabilito
jonathan stabilito
 · 16 de julio de 2025
Ha Sido la mejor película recordada tantos años ,un clásico creo que el estilo igual a su época , antiguo en estos momentos pero tiene una inversión en tecnología como en tiempos modernos.. el tiburón muy realista, creo que ahora con tantas tecnología ,no se ve aún un tiburón tan real. Antes con menos hacían más . Aparte una trama que te atrapa ..
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antonieta lebed
antonieta lebed
 · 16 de julio de 2025
Muy buen anAlisis!!
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Rodrigo Etchegaray
Rodrigo Etchegaray
 · 16 de julio de 2025
Qué recuerdos!! Excelente análisis!
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Jeroo Casco
Jeroo Casco
 · 15 de julio de 2025
La vi de chico en VHS con mi familia en los 90s (algo bastante común de los padres esto de mostrarles películas traumatizantes a nenes de 5 años por lo que veo) y varios años más tarde arranqué natación. El trauma fue tal que a veces cuando abría los ojos en la pileta "veía" tiburones. Say no more...
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