El final es, en definitiva, el destino de toda película. Algunos guionistas incluso piensan primero en el final y luego arman todo el camino previo. Cada vez que aparece un giro inesperado queda grabado en la memoria de cinéfilos y cinéfilas. En este artículo repasamos algunos de estos desenlaces icónicos y por qué fueron tan sorprendentes.
Primero que nada, ¿cómo se compone un final?
Al “final” le llamamos técnicamente desenlace, porque es este el momento en el que todo lo construido durante el desarrollo se desarma. Todo ese nudo o conflicto avanza hacia su punto máximo de crisis. Podemos reconocer que ese es el momento en el cual es inminente el fin del conflicto, para bien o para mal, ya no hay más lugar para dar vueltas y todo va a concluir.
Esto de “para bien o para mal” es importante porque el final “feliz” no es la única opción que pueden explorar los films, sino que hay por lo menos tres tipos de resolución: la forma satisfactoria en la que el protagonista tiene éxito en su peripecia y logra lo que buscaba.
Por ejemplo El método Tangalanga (Mateo Bendesky, 2022) en donde el protagonista Jorge Rizzi (Martín Piroyansky) tiene una timidez extrema que le impide desenvolverse normalmente en el trabajo y en el amor. Para resolverlo, en el camino atraviesa la hipnosis y emerge una doble personalidad que solo aparece cuando agarra un teléfono, el Dr. Tangalanga. En este caso, el desenlace será entonces el momento en el que al fin pueda trascender la timidez y pueda resolver lo que antes no.
O también podemos ver este tipo de resolución en Mentiroso Mentiroso (Tom Shadyac) en donde Fletcher (Jim Carrey), tiene demasiados problemas por mentir al punto de poner en juego la relación con su hijo. Pero luego de pasar por una especie de hechizo que no le permite decir mentiras por un día entero, aprende las consecuencias de sus engaños en quienes ama y así puede obtener una nueva oportunidad de ser un buen padre.
También existe la resolución no satisfactoria en la que no se consigue lo deseado, las cosas terminan mal o el mal es el que triunfa, un ejemplo simple es Avengers: Infinity War (Anthony Russo, Joe Russo) en donde Thanos es el que logra su objetivo, chasquea los dedos y los héroes no pueden hacer nada al respecto.
y por último la resolución inconclusa que coloquialmente es conocida como “el final abierto” en el que se presenta una ambigüedad. Un ejemplo icónico es El Origen (Christopher Nolan) en donde, más allá de las pistas que podemos interpretar, queda sin responder concretamente la pregunta de si el protagonista logró o no logró su objetivo.
En las resoluciones satisfactorias hay un elemento que se da después de ese momento de crisis y que seguramente van a reconocer. Se trata de un reajuste y una vuelta al estado inalterado de las cosas. En la mencionada Mentiroso Mentiroso, la película comienza con un cumpleaños triste y termina con un cumpleaños feliz, de esta forma tan sencilla el guionista nos muestra la vuelta a la normalidad pero esta vez con un cambio, una mejora. En La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock tenemos un comienzo caluroso, sofocante y para el desenlace tenemos una vuelta a una temperatura normal que marca que todo se ha acomodado.

Los mejores finales, los que nos dejan boquiabiertos
Hay que decir que no siempre el final es intrigante, a veces sabemos desde que comienza cómo va a terminar la historia y lo que más nos importa es el recorrido de la aventura. Pensemos en Un detective suelto en Hollywood: Axel F (Mark Molloy). Allí es esperable que el héroe logre lo que se propone, sería atípico para ese tipo de películas proponer una resolución no satisfactoria, y eso no está mal, es solo una forma de afrontar la estructura que no busca alterar al espectador sino ofrecer disfrute.
Pero como mencionamos en el primer párrafo y según nos convoca este desafío cinéfilo, los finales con una vuelta de tuerca son los que nos dejan boquiabiertos. Mientras más radical sea el giro en el desenlace, más queda grabado a fuego en la memoria cinéfila.
Este es el caso de Sexto sentido (M. Night Shyamalan) en donde todo se presenta como una película terror paranormal con un niño que puede ver espíritus de personas muertas de forma traumática. Malcom Crowe (Bruce Willis), su psicólogo, busca en Cole (Haley Joel Osment) los motivos de estas visiones. La clave para que la vuelta de tuerca sea impactante es que el espectador debería estar concentrado en algo muy puntual a tal punto que no se percate de las pistas que se dejan en la puesta en escena y cuando se revela que el psicólogo también es un fantasma, la sorpresa nos deja totalmente desconcertados.
Otro gran ejemplo es La isla siniestra (Martin Scorsese). Todas estas son casos en los que la magia completa sucede en el primer visionado. Y luego se ven por segunda vez para descubrir que todo estuvo ahí dicho desde un principio. Cuando las volvemos a ver todo parece obvio y evidente, ¿cómo pude no darme cuenta? Es la pregunta. Y es que justamente la trama distractora es tan potente que nuestra atención acepta lo que está viendo como la única verdad de la película.

Pero el gran desafío para los directores y directoras es, justamente, poder poner pistas durante toda la película para que cuando el espectador vuelva a verla, no sienta que la vuelta de tuerca sale de la nada, sino que pueda verificar que tiene total sentido aunque él mismo no se haya percatado.
Las dos películas mencionadas antes son ejemplos extremos que funcionan de maravillas. Pero hay otros casos en los que el objetivo de la puesta en escena no es distraer sino que el giro es verdaderamente sorprendente y una nueva interpretación de todo lo visto antes. Como por ejemplo Los otros de Alejandro Amenábar.
Aquí el drama de la familia en una casa invadida por fantasmas tiene sentido y sólo mediante la escena del clímax donde se ve la sesión de espiritismo, podemos entender que todo cambia si cambiamos el punto de vista. Todo lo sucedido antes no es un distractor sino el punto de vista de la madre que desconoce lo que está viviendo hasta que no tiene otra opción más que asumir que ellos son los fantasmas que espantan a las familias sin quererlo y por desconocer su condición y negar su pasado traumático.
Algo interesante de las últimas películas mencionadas es que usan el terror como un género que llama la atención popular pero contienen en el corazón de su trama un verdadero drama. Muertos que no quieren aceptar su destino, personajes que no pueden perdonarse errores del pasado o cuya mente les juega una mala pasada producto de un trauma.
Así como en el caso de Arrival (Denis Villeneuve) se usa la ciencia ficción y una pequeña trampa en hacernos creer que esas visiones eran flashbacks en lugar de escenas del futuro. Al igual que en El club de la pelea (David Fincher) en donde la acción se apodera del relato para solapar el thriller psicológico. En estos últimos dos ejemplos lo que sucede es que encontramos unos buenos minutos para explicarnos la lógica de los sucesos, mientras que en las otras películas con un simple disparador ya podíamos conectar nosotros mismos todos los elementos.
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