Los Simpson: Lisa the skeptic (1997): el día que fui Lisa

Es muy difícil elegir un capítulo de Los Simpson (The Simpsons), especialmente entre sus comienzos y fines de los 90’s, cuando la serie atravesó un período de creatividad imposible de superar. Cada semana era sentarse frente al televisor para sorprenderse con alguna genialidad, que apretaba innumerable cantidad de chistes buenos en poco más de veinte minutos, pero además alcanzaba algunas reflexiones súper estimulantes sobre diversos asuntos. Todos los temas fueron contenidos en la serie creada por Matt Groening, convirtiéndose en una referencia ineludible para pensar la cultura popular de aquellos años: economistas, sociólogos, teólogos y especialistas en muchas otras disciplinas han publicado sus textos y libros sobre Los Simpson, generando un hipertexto en el que finalmente parece atrapada la vida misma. Entre los muchos temas que atravesaron la serie uno de ellos fue la religión, particularmente a través de personajes como Ned Flanders o el reverendo Alegría, pero también a través de Lisa, la hija del medio, la que tiene una mirada distante de la institución religiosa y que es la principal protagonista de Lisa the skeptic (Idem), uno de mis episodios favoritos, el octavo capítulo de la novena temporada. Mi gusto por ese episodio no tiene que ver tanto con mi cercanía a Lisa, que es un personaje un poco antipático para mi gusto, sino más bien porque al fin de cuentas yo mismo me sentí Lisa esa vez, especialmente en el momento en que se resuelve el truco pero donde la sugestión gana, que es cuando ella le aprieta la mano a Marge, su madre, mientras el ángel que descubrió habla con voz gruesa y se eleva hacia el cielo.

Expliquemos. Lisa the skeptic es el capítulo que comienza con la familia yendo hacia la comisaría, en el que Homero creyó haberse ganado una lancha, para descubrir que en verdad fue embaucado y todo se trató de una argucia para que finalmente pague una serie de multas de tránsito que adeudaba. Homero paga la deuda y refunfuña: “Tienen suerte que estacioné en doble fila”. Excelente línea de diálogo, que es una de las tantas que se pueden encontrar en este maravilloso capítulo. En definitiva, como casi siempre en la serie, esa secuencia no tendrá nada que ver con el resto del episodio y será sólo la excusa para avanzar sobre la premisa: aquí, Lisa descubriendo que están construyendo un centro comercial sobre tierras donde podría haber todavía restos fósiles, por lo que termina consiguiendo que la escuela organice una excavación arqueológica para detener la construcción de ese edificio. A partir de ahí, lo que ya sabemos: Lisa descubre el esqueleto de lo que parece ser un ángel y la ciudad se convulsiona ante la presencia de esta figura mística entre ellos.

Lisa the skeptic no sólo es perfecto y muy cómico y lleno de esos minichistes que acumulados vuelven todo una gran comedia, sino que integra algunas de las variantes que definíamos anteriormente: por ejemplo, habilita un debate riquísimo sobre la espiritualidad, la relación entre la religión y el negocio, la representación del capitalismo como una forma reconstrucción material de la fe, pero también sobre cómo se construye el escepticismo y el lugar un poco paternalista en el que ingresan las personas más cínicas, como si creer o tener fe fuera sólo un motivo de ignorancia y se debiera mirar con altanería. Hay muchos momentos notables en ese sentido, y todos muy humorísticos, empezando por Homero robándose el esqueleto del aparente ángel y montando un emprendimiento en el garaje de la casa: todos los vecinos van hasta ahí para ver el esqueleto y hasta le pagan entrada. La movida de Homero incluye unos grasosos bastones fluorescentes del ángel y hasta ceniceros. El espectáculo de la fe en todo su esplendor, como esos stands que se montan en las procesiones que vemos por la televisión, donde Cristo se convierte en remera. Sin embargo mi pasaje favorito es aquel en el que la muchedumbre enardecida (y siempre hay muchedumbres enardecidas en Los Simpson) se dirige a museos y centros relacionados con la ciencia para destruirlos, como una forma directa de resolver el conflicto entre ciencia y religión. Si todo aquello en lo que no creemos es destruido directamente no existiría. Una demostración simplificada y efectivamente graciosa de fascismo a cargo de Groening y sus muchachos. Obviamente en su apetito destructivo, la muchedumbre enardecida sufrirá las consecuencias de su propia destrucción, y así cuando alguno de los integrantes de la horda termine lesionado pedirá a gritos la ayuda de algún médico que lo cure. En contrapartida es muy divertida la participación del científico Stephen Jay Gould, quien hace una versión de sí misma bastante desinteresada en la búsqueda de la verdad que propone Lisa. El chiste de cuando llega corriendo al garaje, donde esperamos que brinde un veredicto sobre el ADN que le realizó al esqueleto cuando en verdad sólo está apurado por ir al baño, no sólo es perfecto, sino que es también una suerte de reconversión de los clichés de este tipo de historias donde alguien salva las cosas en el último segundo. Lisa the skeptic propone que la sociedad embrutecida irá indefectiblemente contra la ciencia, algo que luego abonaría la premonitoria Idiocracia (Idiocracy) de Mike Judge, pero a su vez muestra que la ciencia puede ser un poco distante y desinteresada en esos asuntos que preocupan al ciudadano medio.

Indudablemente que Lisa the skeptic es sumamente gracioso, pero hay otros pasajes en los que deja atrás la comedia para ponerse más reflexivo y profundo, que es donde además se desarrolla el principal conflicto del capítulo: la relación entre Lisa y Marge. Lisa puede mostrarse todo lo escéptica del mundo que desee, pero cuando su madre le confiesa en la cocina que ella cree en los ángeles y que hay algo más allá del mundo material que habitamos, el universo de la niña se desarma en un instante. Ella no podrá creer que su madre, a la que considera inteligente y sensible, crea en los ángeles, de la misma manera que la gente no puede entender cómo otro ser humano que aprecia pueda tener ideas tan opuestas a las suyas. Tal vez por aquel entonces ese conflicto no nos parecía tan importante, pero en estos tiempos de redes sociales, de exceso de comunicación entre las personas, donde todos opinan sobre todo -todo el tiempo-, y las personas van sesgando cada vez más su punto de vista hasta convivir sólo y exclusivamente con los que piensan igual, es indudable que la relación entre Marge y Lisa en este episodio se vuelve más real y cercana. Hay dos universos que colisionan en esa escena y que se resuelve con la hija tratando de forma paternalista a su madre y diciéndole que realmente siente pena por ella.

Esa salida tal vez demasiado cínica de Lisa, encuentra un espejo humanizante en la última escena, donde la pequeña y su madre resuelven sus diferencias de una manera absolutamente empática entre ellas. Atrás quedó el ángel, atrás quedó el descubrimiento de que se trataba de una argucia comercial de un shopping nuevo, atrás quedó la muchedumbre, que pasó de fanática religiosa a compradora impulsiva (sólo faltó Smithers corriendo atrás de la nueva Stacy Malibú con el sombrerito). Allí la madre le dará la razón a la hija, respecto de todo fue nada más que un fraude, pero a la vez habrá sinceridad respecto de que Lisa se sugestionó bastante cuando el ángel emitió unas palabras y levantó vuelo. Y si bien ambas seguirán en la misma postura que estaban, se tomarán de la mano y bajarán una colina, alejándose del centro comercial en el que se metió todo el pueblo. Un final precioso y justísimo, que más allá de tomar o no una postura sobre si es posible o no que haya un ángel entre nosotros, piensa primero en encontrar una forma de acuerdo entre dos miradas divergentes en exceso. Más noble no se consigue.

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