Sede vacante. Esa es la expresión que se utiliza para referirse al período de tiempo que va desde el fin del gobierno de un Papa, por muerte o renuncia, hasta la elección del siguiente. A la reunión de los cardenales de la Iglesia Católica para elegir a ese sucesor se le denomina Cónclave (cum clave, es decir, con llave, bajo llave, bajo encierro).
Tal vez 1216 pueda ser señalada como la fecha en la que se produjo el primer cónclave de hecho. Muerto Inocencio III en Perugia, se dice que los cardenales presentes en la ciudad se encerraron para elegir al nuevo Papa (algunos sostienen que básicamente se guarecieron para no ser atacados por la población). Otra fecha posible es la de 1268, cuando los magistrados de Viterbo pusieron “bajo secuestro” a los cardenales hasta la elección del Pontífice, reduciéndoles incluso sus raciones de agua y pan.
En definitiva, fue la bula Ubi periculum, de 1274, promulgada por Gregorio X, la que estableció formalmente que los electores permanecieran recluidos durante el cónclave, tomando parte de lo sucedido en Viterbo como inspiración y enseñanza. En la Capilla Sixtina, propiamente dicho, el cónclave inaugural se dio en 1492, oportunidad en la que fue electo Alejandro VI. De todos modos, este lugar, capilla del Palacio Apostólico del Estado de la Ciudad del Vaticano, residencia oficial del Papa, comenzaría a ser utilizada como sede fija para su elección recién a partir de 1878.
Allí, y en la Casa de Santa Marta, donde se alojan los cardenales para comer y dormir entre votación y votación, es donde concentrará su acción Cónclave, filme al que podríamos catalogar de thriller político-religioso en clave dramática pero con tintes telenovelescos.
En el cine, como en el arte en general, los temas se reiteran. Pueden ser abordados con mayor o menor rigurosidad, con mayor o menor sensibilidad, pero lo que define su calidad como obra, lo que define su poder de comunicación es la forma. El arte es la forma. Esto es algo que parece tener muy claro Edward Berger (Wolfsburgo, Alemania, 1970; Jack, 2014, Sin novedad en el frente, 2022) al encarar este proyecto; un proyecto que se sostiene, y de manera sólida y contundente, por las formas elegidas para desarrollarlo.
En esta elección de un nuevo Papa, a la que remite toda la trama de Cónclave, Berger pretende -y en buena medida lo logra- ser preciso, exacto, minucioso en la recreación de las tradiciones de la fe católica por las que se lleva a cabo el proceso eleccionario. Berger refleja ese proceso con fidelidad y respeto -por qué no agregarlo-: la destrucción del anillo papal luego de su muerte, la clausura del apartamento donde residía con una cinta carmesí y un sello especial de cera, el anuncio oficial de “sede vacante”, la convocatoria al cónclave -usualmente para dos semanas después del fallecimiento, aquí serán tres- el oscurecimiento y bloqueo de puertas y ventanas de la Capilla Sixtina para resguardar el secreto de la elección y sus vaivenes internos, el secuestro de los cardenales en Santa Marta, la entrega de todos los dispositivos electrónicos, incluyendo teléfonos móviles, por parte de quienes convivirán hasta la obtención del nuevo nombre, la clausura temporal de la red wifi de la Ciudad del Vaticano y la obturación de señales inalámbricas, etcétera, etcétera, etcétera.
Berger prestará atención a todos los detalles, salvo por uno importante: la presencia de un cardenal -el último en arribar- nombrado in pectore por el Papa fallecido y su actuación durante el cónclave, algo que no está permitido por las leyes de la Iglesia si el pontífice muere sin publicarlo oficialmente. In pectore (“en el pecho”, “en el corazón”) es un procedimiento que permite realizar una acción, elaborar un documento, tomar una decisión en secreto. En general, se lo utiliza cuando un Papa nombra a un miembro del Colegio Cardenalicio sin anunciarlo públicamente. Esa decisión, ese nombramiento expira si al morir el Papa el anuncio oficial no se ha concretado. Quienes han leído la novela homónima sobre la que está basada Cónclave, sostienen que su autor, Robert Harris, lo resuelve ficcionalmente de buena manera; sin embargo, aquí en el filme, Berger nunca lo explica.
Estos nombramientos in pectore, muy poco habituales por otra parte, en general se realizan con la finalidad de proteger al individuo o a la comunidad de la que forma parte de posibles persecuciones o represalias de alguna índole. En este caso, el cardenal Benítez (un correcto Carlos Diehz), el cardenal secreto, es el arzobispo de la diócesis de Kabul, en Afganistán. Talibanes mediante, todos podemos suponer fácilmente los riesgos que correría su persona ante tal nombramiento.
Su llegada al cónclave en el postrer momento previo al enclaustramiento total de los cardenales, será uno de los primeros giros dramáticos a los que comenzará a recurrir Berger como forma de construcción del relato, una forma de sorprendernos, de mantenernos alerta y de sostener en constante tensión su historia. Varios de estos giros se presentarán hábilmente y surtirán su efecto, otros se podrán deducir con facilidad y no generarán más que curiosidad; uno, la vuelta de tuerca final, será tan inesperado como impactante. Un golpe de efecto liberal que no logrará convencernos a todos y que empañará de corrección política todo el elaborado y eficaz andamiaje montado.
El prólogo de Cónclave nos dirá de la sorpresiva muerte del Papa, de lo querido que resultaba para algunos de los cardenales más cercanos, de su afán reformista y su legado, de una última reunión con uno de sus posibles sucesores, de lo poco que se sabe de ella y de lo importante que podría resultar conocer su contenido. También sabremos que la responsabilidad de llevar adelante el claustro eleccionario recaerá en uno de sus cardenales más queridos, el cardenal Lawrence (un brillante Ralph Fiennes) y del peso que esto significará para él. La cámara de Berger ubicada a sus espaldas, a la altura de su nuca y de sus hombros, desde el comienzo mismo del filme, dirá de la carga que portará -y soportará- el cardenal Lawrence. Su tensión -una de las tantas a las que nos someterá Berger- será evidente desde la secuencia inicial, y no lo abandonará hasta casi comenzar los créditos finales.
Thomas Lawrence es el decano del Sacro Colegio Cardenalicio, el consejo de más alta jerarquía eclesiástica, integrado por todos los cardenales proclamados. Como el cardenal obispo de mayor edad, es el segundo en orden de prelación luego del Papa. Su función no solo es la de convocar el cónclave o supervisar las reuniones diarias de los cardenales, es también el jefe temporal de la Iglesia Católica mientras la Sede se encuentre vacante; detalle nada menor, ya que es el único momento en el que posee autoridad real sobre el resto de los cardenales. Lawrence asumirá sus funciones con compromiso y responsabilidad, no solo atendiendo a su Iglesia y el trance que atraviesa o tomando en consideración el cargo que ocupa, también como muestra de amor al pontífice fallecido. Se mostrará atento, bien dispuesto, comprensivo, pero, sin importar lo que suceda, en todo momento permanecerá fiel a su fe y sus convicciones político-religiosas. Aun en el error.
Al igual que Lawrence sostendrá sobre sus hombros buena parte del peso del cónclave, Ralph Fiennes hará lo propio con el andamiaje creado por Berger. En ambos casos con éxito. Cuando las circunstancias lo requieran, Lawrence será tan firme y riguroso como considerado y flexible, se comportará de manera amable y condescendiente por momentos, o podrá hacerlo de manera ruda e implacable en otros; Lawrence dudará -incluso de la institución de la que forma parte-, tendrá tiempo para bromear, se lamentará y llorará, se enfurecerá y perderá los estribos, pedirá disculpas, podrá ser tanto quien encienda la mecha como quien corra tras el balde de agua más cercano. En definitiva, y he aquí lo más importante: será humano y se sabrá humano, sin importar el rol que ocupa. La solidez de Ralph Fiennes para llevar adelante cada uno de estos matices resultará conmovedora.
Buena parte de la verosimilitud del planteo de Berger se sostendrá en actuaciones como las de Ralph Fiennes, John Lithgow (el cardenal Tremblay), Isabella Rossellini (la hermana Agnes), de contadas pero contundentes y arrebatadoras apariciones, Stanley Tucci (el cardenal Bellini), aunque muy elogiado por muchos, algo excedido y displicente para el gusto de este comentador, o Lucian Msamati (el cardenal Adeyemi). Ellos lograrán otorgarle seriedad y solemnidad a una historia diseñada con ese talante -que lo merecía por tema y entorno en el que se ubica-, pero que perfectamente pudo haber naufragado por exceso de golpes de efecto, o intentos de, y de giros argumentales de tono telenovelesco, cuyo cenit se halla en el sinsentido de la vuelta de tuerca final; algo que otros tal vez señalen como desafiante y revulsivo, vale reconocerlo. Arriesgado es en cualquier caso y por ello vale destacarlo también.
Afortunadamente, Cónclave es mucho más que una sucesión de quiebres argumentales y revelaciones removedoras. Cónclave es un filme que se basa en el sostenimiento de una tensión constante; tan constante como aguda y fascinante. Berger lo logra desde las actuaciones -como fue dicho-, pero lo logra antes aún desde una banda sonora nerviosa, inquietante, pletórica de intriga, desafiante, de poderosa presencia y vuelo dramático (Volker Bertelmann merece verse nombrado), y desde un diseño sonoro que se permite los silencios necesarios, las campanadas precisas, los coros angelicales de resonancias celestiales y el aprovechamiento de los amplios espacios para acrecentar el retumbo de ciertos sonidos, el eco de ciertas voces, la estridencia de ciertos pasos.
A su vez, lo logra a través de una fotografía cuidada, delicada, elegante, por momentos arrogante, tan arrogante como el poder que intenta reflejar, y que alterna la profundidad de campo necesaria con primeros planos y primerísimos primeros planos que reparan en detalles que destacan tanto la pompa y el ornamento del acontecimiento y el lugar, como la trascendencia de los gestos, actos y sucesos que allí se desarrollan. Una fotografía que refleja a cabalidad el claustro de nuestros protagonistas, que casi no se permite los espacios abiertos, y que emplea con inteligencia y garbo los clásicos colores de los atuendos de la curia católica: el rojo, el negro, el blanco, y que asimismo utiliza sabiamente los espacios para transmitir la solemnidad y sofisticación de los hechos, los lugares y la institución a la que remite su historia. Algunas escenas, por otras parte, se presentan como una estilizada coreografía, lo que otorga aún más belleza y refinamiento al planteo de Berger.
En este marco transcurre la elección papal, con sus juegos políticos, sus intrigas palaciegas, sus negociaciones, alianzas y traiciones; atestiguando ambiciones personales, pecados del pasado, excesos con el alcohol, simonía (venta de cargos eclesiásticos, posiciones u objetos sagrados), también el enfrentamiento entre las diversas concepciones de Iglesia presentes; considerando normas y rituales... y señalando en todo momento la silenciosa misoginia, tan arraigada como las tradiciones representadas. En el fondo, muy en el fondo, hay un remedo de la fe, de la espiritualidad y de la religiosidad que deberían conducir el credo y el dogma. Allá a lo lejos quizá se logre divisar la presencia de Dios en la tierra a través de su Hijo, sus enseñanzas y ese hálito divino que debería inspirar la actuación de estos hombres.
Cónclave es esto y mucho más. El lector-espectador juzgará. En definitiva, la construcción del relato y la tensión alcanzada, tanto como la reconstrucción de procedimientos y espacios, es tan lograda, rigurosa y detallada como el enclaustramiento, la historia y la herencia representadas. Es así que Cónclave logra elevarse como el humo que surge de la Capilla Sixtina luego de cada votación. Y al final, a fin de cuentas, el resultado es blanco.

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Ficha técnica
Título original: Conclave
Reino Unido/EE.UU., 2024, 120 min.
Dirección: Edward Berger
Producción: Alice Dawson, Robert Harris, Juliette Howell, Michael Jackman, Tessa Ross
Guion: Peter Straughan
Fotografía: Stéphane Fontaine
Música: Volker Bertelmann
Edición: Nick Emerson
Elenco: Ralph Fiennes (Lawrence), Stanley Tucci (Bellini), John Lithgow (Tremblay), Lucian Msamati (Adeyemi), Isabella Rossellini (hermana Agnes), Sergio Castellitto (Tedesco), Carlos Diehz (Benitez), Jacek Koman (Wozniak), Roberto Citran (Lombardi)