Hace unos días me pasó algo impensado: conocí a una persona de ochenta años gracias al inmensurable amor que ambos tenemos por el cine. El día anterior a nuestro primer encuentro habíamos hablado por teléfono, concretando un lugar y horario para dicho "meeting". Minutos después de iniciada la charla (y con dos cafés con leche de por medio) me di cuenta de que este hombre anotaba datos en un cuaderno como lo hacía yo hasta no hace mucho. Pero la coincidencia más notoria, y seguramente inusual para muchos de ustedes, fue que dos días antes yo había visto la serie de la cual se estaba hablando desde La Quiaca hasta Ushuaia, y noté un detalle en la misma, o más bien una frase, que resonó bastante en mí gracias a este pequeño auto descubrimiento.

“Lo viejo funciona”, dice el personaje del Tano Favalli después de darse cuenta que lo analógico, o mejor dicho, lo “no tan moderno”, puede ser la solución en el medio del apocalipsis. En el caso que nos compete, más precisamente en el apartado de su realización propiamente dicha, resulta bastante diferente, ya que tanto lo “viejo” (la forma en la que utilizamos la argentinidad en nuestros relatos, el mismísimo Darín con 68 grandiosos años a sus espaldas) como lo nuevo (la tecnología virtual production para los efectos visuales), se nutren uno del otro funcionando a la perfección. Tal como puede resultar la charla entre dos voces generacionales que entrelazan dichos y opiniones con el objetivo de entenderse mutuamente.
De esta manera, y vagamente explicado, a su vez dialoga con nosotros ‘El Eternauta’, la adaptación que hasta hace un par de años parecía maldita, casi imposible de realizar, tal como la épica ‘Duna’ de Frank Herbert. ¿Cómo se habla de una obra audiovisual basada en un fenómeno cultural con tanto peso social y político como lo es la creada por Héctor Germán Oesterheld hace casi setenta años? Publicada en 1957 dentro de un convulsionado contexto sociopolítico en la Argentina, ‘El Eternauta’ pudo haber sido, en aquel entonces, tranquilamente interpretada por el pueblo argentino como la resignificación o el equivalente de lo que fue la primera aparición de Superman en Estados Unidos.
Pero claro, en este país, a diferencia de la voladura mental de los yankees, nosotros siempre tuvimos los pies más prendidos a la tierra que flotando en el cielo. Será por la historia misma, por la lucha inagotable, o porque todo nos cuesta más. Es el egoísmo envasado en un eterno conflicto moral interno disfrazado con el concepto de la “figura del bien”, versus la sabiduría de entender que sencillamente los problemas no se resuelven solos.

Adentrarme en esta discusión en la que me estoy enredando sólo no tendría sentido, pero la idea es contraponer inicialmente estos dos “estandartes” para hacer una reflexión de porqué la adaptación en formato serie a cargo de Netflix (una megaempresa estadounidense) y en conjunto con K&S Films (una de las productoras más importantes de nuestro país) resulta ser tan importante para nuestro inestable panorama audiovisual, y porqué parece haber caído, tal como la maldita nieve en el inicio de esta historia, del cielo en el momento más necesario de nuestra historia audiovisual.
Juan Salvo es nuestro Clark Kent reducido al ciento por ciento en superpoderes que se sumerge, al igual que el hijo de Krypton, en un viaje espiritual, y hasta cósmico podría decir. Es la suma de todas las características que nos reflejan como hijos de esta hermosa porción de tierra latinoamericana. The Buenos Aires's Son. Y quien mejor para interpretarlo que Ricardo Darín. Jugada de marketing, sentido de pertenencia, "argentinismo", llámese como quiera. Su sola presencia, aunque en esta ocasión opacada de a ratos por la de Favalli u otros personajes secundarios por una cuestión entendible de la propia dinámica narrativa, es indicio de grandeza.

Pero primero, una reflexión sobre mi posición al respecto de esta serie. O de su primera temporada en tal caso. En fin. Quiero aclarar desde el vamos que pertenezco al grupo de seres humanos que no politizan todo. En realidad, no politizo nada. Lo interesante es que una de las tantas lecturas que se pueden hacer de esta adaptación puede resultar sumamente política, pero agregado a esto también puede ser vista como un hermoso acto de valentía y en todos los sentidos de la palabra, un mensaje de positivismo extremo en tiempos de negativismo y, ¿por qué no? una declaración de intenciones que sobrepasa cualquier ideología. Mi relación con el material de origen era (y sigue siendo) nulo: hasta hace menos de un año ni siquiera sabía QUÉ era El Eternauta, que significaba para nuestro país y cómo lo había cambiado todo en su momento. Pero eso cambió.
Tranquilamente podría haberme comprado la historieta al otro día de haber finalizado la serie, pero decidí mantener la relación en un estatus lleno de misterio. Muchas de las preguntas que me dejó la primera temporada siguen flotando en mi cabeza como la nieve, pero contra todo pronóstico, me siguen transportando a un mundo que no logró descifrar pero que a su vez me mantiene en un constante estado de fascinación. ¿Qué es este extraño comportamiento en los humanos? ¿cuál será el futuro de esta inminente invasión? ¿qué significan las visiones premonitorias de Juan Salvo? Podría seguir por un largo rato.

La historia es conocida, y aunque sé que ha sido levemente modificada en la serie, su esencia se mantiene y nunca está de más mencionarla. En la serie todo arranca con tres jóvenes que están despidiendo a una de ellas que se va a vivir a otro país dentro de unos días. Están en una lancha a un par de kilómetros de la ciudad, y de repente las luces de los edificios detrás de ellas se apagan. Una aurora boreal junto a una espesa neblina se acerca. La única que sobrevive es Clara, hija de nuestro Juan Salvo. Un copo de nieve cae mientras Clara observa desde dentro de la lancha. En paralelo y a diferencia de la amistosa escena anterior que termina en tragedia, Juan junto a su amigo “El Ruso” se dirigen a la casa de otro amigo con un tercer invitado sorpresa que es Omar, cuñado del Ruso que volvió de Estados Unidos después de veinte años. Unos se van…y otros vuelven.
“Me fui con cacerolazos. Vuelvo 20 años después, me reciben con cacerolazos.” La queja de Omar refleja un estado anacrónico y a su vez constante del ciudadano común argentino. El encuentro se da entre risas (la escena del truco ya es parte de nuestra historia e iconografía audiovisual) y tensión por la inesperada llegada de Omar. Sabemos que algo pasó, pero no sabemos qué. Cuando todo lo eléctrico/digital se muere, florece tanto lo positivamente humano como así también sus peores miserias. El viaje de Salvo y compañía no se alimenta de lo épico o grandilocuente. ‘El Eternauta’ contiene visuales dignas de aplaudir y una lenta construcción de la atmósfera como en los mejores relatos de ciencia ficción, pero en su corazón emana la lucha interna por sobrevivir en sociedad. Por contener la esperanza y aferrarla contra la tentación de lo oscuro.

Hay algo grande en el aire. Hay algo que me dice, y espero tener razón, que estamos ante un antes y un después. Hay algo que me llena el cuerpo de emoción, de alegría. Una sensación de que, así como muchos que decidimos quedarnos en nuestro país, las cosas van a mejorar. Sin mirar al otro con recelo, con odio. Estamos juntos. Es nuestra patria. Hay talento, hay ganas, pero sobre todo hay HAMBRE DE GLORIA. De querer comerse el mundo. De querer, de una vez y para siempre, demostrarles a todos que Buenos Aires también puede ser esa Nueva York catastrófica, pero también puede ser el faro de esperanza que tanto anhelamos.
POR JERÓNIMO CASCO
Publicado el 7 de MAYO del 2025 | 14.24 PM | UTC-GMT -3
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