El Jockey (2024): Una fábula sin identidad. 

La nueva película del argentino Luis Ortega no es ni cerca lo que uno podría esperar luego de El Ángel (2018), puesto que aunque la película coquetea con ciertas decisiones tanto narrativas como estilísticas que el director tomaba para contar la historia de Reboledo Puch. El Jockey (2024) se siente como una obra totalmente diferente, fresca, nueva, arriesgada. Por momentos demasiado arriesgada, y por momentos se regodea en exceso de su afán por ser novedosa y fresca.

El Jockey habla de la historia de Remo Manfredini (Nahuel Pérez Biscayart), un jockey legendario que pasa sus días en las inmediaciones del Hipódromo de Buenos Aires, y que ha caído en desgracia a causa de su adicción por distintas sustancias: alcohol, tranquilizantes para caballos, todo a la vez. Junto a su novia Abril (la española Úrsula Corberó), también jockey, responden a Sirena (Daniel Giménez Cacho), un mafioso que corre apuestas e invierte en la carrera de la pareja mientras lleva una excéntrica vida de adoptar bebes de dudosa procedencia a los cuales carga a todos lados. Remo parece no estar interesado ni en el dinero, ni en la fama, ni en el éxito. Su talento lo carga hasta con flojera mientras se la pasa exponiendo su carácter todavía más excéntrico que su jefe casi como si buscara una pelea. Todo lo contrario a Abril, quien esta sedienta por demostrar su valía y ocupar el lugar de Remo.

El Jockey - Star Distribution

Un día, se presenta la oportunidad de que Remo participe y salga ganador de una gran carrera. Sirena compra un caballo japonés para la ocasión, con poco éxito intentan desintoxicar a Remo, quien no duda en recargar su combustible antes de que inicie la carrera. Y aunque todo parece prometedor, al llegar a una curva Remo sufre un accidente, posiblemente a causa de que como dicen minutos antes para los caballos japoneses es un quilombo doblar porque acostumbran hacerlo para el otro lado.

Remo termina hospitalizado. A Abril le comunican que las heridas que ha sufrido no son aptas para la vida. Sin embargo, Remo, o algo parecido a él en cuestión de carcasa, despierta totalmente confundido, se escapa del hospital y comienza a deambular por Buenos Aires con un comportamiento errático.

Pensando que se ha escapado, Sirena envía a sus matones a rastrillar Buenos Aires hasta dar con el Jockey para asesinarlo. De ahí el título en inglés de la película: “Kill the Jockey

La película fue estrenada como parte de la Competencia Oficial del 81° Festival Internacional de Cine de Venecia, fue contendiente al León de Oro y aunque no lo consiguió, si consiguió ser comprada por Star Distribution (Disney) para su estreno en salas de cine y por ser inminentemente alojada en Disney + a corto plazo. Posteriormente estrenó en el festival de Totonto San Sebastián dentro de la sección Horizontes Latinos, resultando premiada en el certamen.

Se trata de una coproducción entre Argentina, México, España, Dinamarca y Estados Unidos, pero a no ser por la extraña (muy) participación de Corberó, se siente realmente argentina. Más específicamente, parece responder a un cine de autor bastante específico dentro del canon cinematográfico argentino. Más cerca de Lucrecia Martel y Lisandro Alonso que de Santiago Mitre y Damián Szifron.

En base a su premisa, la propuesta parece la de un drama, un thriller. Si se busca la etiqueta que le han puesto (o con la cual se ha vendido) varios festivales de cine, se la categoriza hasta de suspenso. Pero El Jockey no es, justamente, una película facil de encasillar como tal o cual cosa. Y es que más allá de su amparo en elementos relacionados al crimen, la película trata sobre la identidad. La historia de Remo es la de una persona que literalmente, como le propone Abril en la película, muere y vuelve a nacer. Y esta suerte de reencarnación no es más que una nueva oportunidad para Remo, o quien sea que habite ese recipiente, de encontrarse nuevamente a si mismo.

La película entonces, cae en la obviedad de generar un paralelismo entre la búsqueda de identidad de Remo, y una búsqueda sin rumbo no demasiado específica por Buenos Aires. El resto de los elementos sobran y parecieran estar ahí más para reafirmar la intención de Ortega de presentar esto a modo de comedia negra. Lo que importa es el camino de Remo y el resto no aporta demasiado a la trama más que ser una base para generar una especie de screwball comedy que hay que reconocer que funciona muy bien de manera aislada.

Luis Ortega - Festival de Venecia

También hay que darle mérito al increíble trabajo de Nahuel Pérez Biscayart dándole vida (y muerte) a Remo. El trabajo del argentino es de una entrega fabulosa, aparte de ser de una valentía tremenda por lo que implica para un actor ponerse en el lugar que esta película ubica a Pérez Biscayart. La película lo pone, desde su título, en un lugar de carga tremenda que el argentino logra sobrellevar con fineza, gracia y la dosis de dolor necesaria.

No sucede lo mismo, lamentablemente, con el personaje de Corberó, quien parece poco interesarle al guion y a su director, y termina por desaprovechar el talento de la española en un personaje olvidable. Y al decir olvidable me refiero a que nos olvidamos de su existencia mientras la película todavía corre. Dando la impresión de que su presencia en pantalla se debe más a un acuerdo de cooproducción que por un interés genuino en su gran talento.

El Jockey - Star Distribution

Hay en las decisiones estilísticas y la elección del dispositivo fílmico de Ortega cierta reminiscencia al cine de Wes Anderson, a intentar retratar lo extraño de este mundo, al cual Ortega va haciendo cada vez más y más onírico y surreal. Hay muchas decisiones de fotografíar planos de la película con la misma simetría utilizada por Anderson que otorgan esta idea de balance, que irónicamente no se corresponde a lo que la película quiere contar: si la intención es contar una historia acerca del desequilibrio y la falta de certeza, generar una idea de estabilidad y armonía en el plano resulta, aunque sumamente atractivo de ver, como si fuera un cuadro, completamente contraproducente y sin sentido.

Y aunque estamos frente a una historia acerca de la transmutación y la transformación en su manera más obvia y actual, no hay tal transformación en ninguna de las posibilidades del dispositivo a lo largo de un metraje que se siente constante y que rara vez evoluciona a algo distinto.

Otro ejemplo de esto es lo que sucede con los acontecimientos que propone el guion de la película. El libreto debería, si realmente está interesado en poner en tela de juicio o bajar línea respecto al binarismo y a las concepciones de género establecidas, suscitar algún tipo de provocación, de cuestionamiento. Algo que Ortega de hecho, lograba en El Ángel, donde mediante sutiles gestos de cámara, montaje y con la gran interpretación de Lorenzo Ferro, generaba una incomodidad latente respecto a la sexualidad de Reboledo Puch, haciendo de esta otra arma que generaba cierto desdén por la humanidad. El Jockey no solo no logra esta provocación efectista que bien le hubiera venido, sino que se escuda en introducir en la narrativa ciertos dejos de fantasía que aunque puedan estar relativamente justificados, no hacen más que abrir la cancha para validar cualquier tipo de acontecimiento o encuentro fortuito carente de significado en el recorrido de Manfredini.

El Jockey - Star Distribution

También resulta completamente arbitraria la elección del universo diegético que habitan los personajes. El mundo del turf, aunque atractivo en los cuadros que pinta Ortega con cada plano, no logra funcionar a nivel de axioma para lo que el relato, humildemente, debería aspirar.

Pero probablemente lo más incómodo de la película, es que se siente como si está realmente pensara que en su naturaleza de fábula de dejar una idea o una enseñanza, es de alguna manera sutil. Constantemente la película se vuelca a decisiones narrativas y estilísticas que aparte de evidenciar una falta de confianza por el tema enorme que ha decidido retratar, no hacen más que subrayar con énfasis la propuesta que se presenta, como si se tratara de una verdad absoluta. Esta insistencia en subrayar la enseñanza que se quiere transmitir no solo resulta redundante, sino que también diluye la sutileza que podría haber enriquecido la narración. En lugar de permitir que los espectadores saquen sus propias conclusiones a partir de la experiencia de los personajes, la película opta por guiarles de la mano, restando valor a la posibilidad de una interpretación más profunda.

Hay, entonces, una insistencia en el didactismo que puede llegar a sentirse por muchos como una falta de respeto hacia la inteligencia de quien ve la película, como si se asumiera que no se podría captar la esencia del mensaje sin la intervención constante de elementos que, aunque no necesariamente recaen en lo expositivo, están lejos de interesarse en generar algún tipo de subtexto. Esto crea una sensación de incomodidad, ya que el espectador se ve obligado a lidiar no solo con la trama, sino también con una narrativa que parece temerosa de ser interpretada de manera ambigua o personal. En este sentido, El Jockey, en lugar de dejar una enseñanza de manera sutil, termina convirtiéndose en un manual de instrucciones sobre lo que debería ser evidente, como si se quisiera jactar de un esteticismo plano con un gran despliegue.

El Jockey - Star Distribution

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