Resignificando los recuerdos a través del cine.
Yo no soy, ni seré nunca quien para definir lo que es el cine, pues el arte es lo que el artista desee y eso es suficiente. Lo que tengo claro es que el cine, para mí, es una máquina de recuerdos. Ya no solo por su habilidad para impregnar imágenes icónicas en nuestra mente, que con el pasar de los años crecerán en nosotros, sino porque, dentro de las posibilidades inagotables de la imagen en movimiento está la chance de reconstruir la memoria, de reinterpretar nuestro pasado.
Esto, sin duda, lo entiende de manera sublime Charlotte Wells, directora y escritora británica y mente detrás de la joya ya mencionada en el título de este artículo: Aftersun.

En “Aftersun”, nos adentramos en las vacaciones de Sophie, interpretada por una auténtica y novel Frankie Corio, y su padre, Calum, personificado por el ya instaurado en la industria Paul Mescal, ofreciendo tal vez su mejor papel hasta el momento, por el cual fue incluso nominado al Oscar.
Pero lo que, a priori, parece ser una crónica de la infancia de su autora, se convierte en una película laberíntica, llena de sensibilidad y con un aura melancólica, en donde las formas enaltecen un ya profundo, pero bien disfrazado, fondo argumental.
Como dije, para Charlotte Wells esta cinta es una oportunidad para comprender su pasado, pues la cineasta ha mencionado en múltiples entrevistas que la cinta toma mucho de un periplo real que emprendió con su padre en su niñez.

De un momento a otro, una Sophie mayor realiza su aparición en pantalla, volviendo a visionar los videos que grabó de niña en este último viaje con su padre. Es así, que se desvela a la historia principal de “Aftersun” como un pasado lejano, como una recopilación de fragmentos.
En un intento de atrapar los sentimientos que evoca el pensar en la infancia, las secuencias en el resort decadente son momentos ya difuminados por el paso del tiempo; momentos que como espectadores vamos recogiendo para llegar a un entendimiento mayor del desenlace de la relación de nuestros dos protagonistas.
La capacidad que tiene el cine de jugar con el tiempo, permite que la directora vea en retrospectiva, replanteándose ese último viaje que enfrentó con su padre, pero ampliando totalmente su visión de las cosas, pues mientras que de niña nunca terminó de conocer a su progenitor, una vez se pone tras el lente le da un abrazo empático a través de intentar entenderlo, ya que la cámara toma un papel omnisciente, en donde no abandona a Calum en sus momentos más vulnerables. Entonces, las escenas se convierten en piezas de un rompecabezas, que va desvelando con un ritmo tácito pero incisivo una imagen amarga y cruenta de la verdad.

El climax de “Aftersun” es una charla entre el pasado y el presente, en donde el montaje toma un papel impactante, pues el baile de padre e hija al son de “Under Pressure”, se ve paralelo a una secuencia que sucede en un espacio liminal, una geografía que solo sería posible gracias a la representación cinematográfica, en la cual la Sophie adulta se permite gritar, sollozar y bailar con un Calum fantasmagórico y reminiscente. Sophie, habiendo reivindicado la realidad de su padre, se permite abrazar esta memoria, así como lo hizo probablemente Charlotte Wells al realizar este largometraje.
A través de su historia, Charlotte Wells evita los códigos expositivos del melodrama, fundiendo la tensión y generando tristeza en base a la puesta en escena y a jugar con lo que se va revelando, casi que cocinando a fuego lento el lado sensible del espectador.
Pero si es significativo para mí es porque apela a una susceptibilidad muy personal. La primera vez que sentí que había “madurado" fue cuando, por distintas situaciones, concebí que mis padres también eran seres humanos, en un momento de mi vida extremadamente arduo. El pedestal que tenía construido para ellos era parte fundamental de mi identidad y tal vez suene inocente, pero así como la Sophie de 11 años, uno forja ideas inciertas en base a lo que ellos permiten conocer. Esta humanización de los progenitores solo implica apreciar su condición de seres iguales a nosotros, tan acomplejados, tristes y llenos de dudas. Visión sobre los padres que representa de manera magistral la ópera prima de Charlotte.

En “Aftersun” , la ingenuidad de Sophie se ve contrastada por la lucha constante de Calum con sus demonios (de la cual, repito, solo está consciente el espectador), todo esto yuxtapuesto a una Sophie mayor procurando resignificar lo que vivió. Estos elementos nos envuelven, pues nos invitan a ser la Sophie pequeña, ajena a las problemáticas de su papá y a ser Calum (gracias, de nuevo, al factor omnisciente), acercándonos a sus instantes a solas, que pecan de una visceralidad emocional impactante; además, la mirada general resuena en nuestro subconsciente, pues somos también esa Sophie mayor, haciendo un ejercicio de reconstrucción de la memoria y de reconciliación, viendo, gracias a como entiende Wells el cine, lo que no pudo ver de niña.
Todo esto compone la complejidad de una película que se siente como una remembranza y que a su vez, nos pone en los zapatos de quien intenta rememorar, compone la complejidad de una película sobre las historias que nos contamos a nosotros mismos y a quienes amamos, para subyugar lo que nos atormenta y sobre todo, para subyugar los tormentos que podríamos causar.
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