Star Wars: Episode III - Revenge of the Sith: una mirada en torno a la película, 20 años después

Spoilers

Es difícil describir a Star Wars hoy. Con el paso de los años la franquicia se fue complejizando, expandiendo y cambiando de manos hasta llegar a ser una enorme maquinaria de fabricar productos en propiedad de Disney, con todo lo positivo y lo negativo que eso implica. Sin embargo, hace veinte años el panorama era diferente. George Lucas aún era dueño de la marca y se encontraba cerrando la trilogía de precuelas que comenzó con La amenaza fantasma en 1999 y siguió con La guerra de los clones en 2002. Acabó de pasar por salas la tercera y última de aquella trilogía, La venganza de los Sith, en su reestreno por su aniversario de cuando salió por primera vez, allá por 2005, y envejeció muy bien.

Si bien George Lucas demostró no ser tan talentoso como guionista y director, como sí lo es como empresario y demiurgo (prueba de ello es que la mejor película de Star Wars, El imperio contraataca, fue dirigida por Irvin Kershner y escrita por Lawrence Kasdan y Leigh Brackett), en La venganza de los Sith parecería haber encontrado su lugar de comodidad. Las primeras de esta trilogía cuentan con buenas ideas para el desarrollo del universo, pero tienen una ejecución que por momentos se hace torpe, y en otros ya se hace ridículo. El manejo del humor y el drama siempre fueron una constante en el universo, así como la mixtura entre el space opera, el western y las películas de samurai, pero en el caso de las dos primeras nuevas entregas ese balance se veía roto por un guion y una dirección con muchas falencias. También se le añadió un subtexto político mucho más presente, interesante pero tratado de forma algo densa en las primeras dos películas. Todo cambió con la tercera entrega.

Star Wars: Episode III - Revenge of the Sith (2005)
La secuencia inicial, cargada de acción, da paso a una película de una puesta casi teatral en cuanto a su uso de diálogo.

Luego de una secuencia inicial cargada de acción, la obra se mete de lleno en una primera parte de mucho diálogo a puertas cerradas e intriga política. Lo que podría ser una narrativa estancada, se ve dinamizada por escenas breves y diálogos contundentes, en una puesta casi teatral. El fin de la república se puede palpar cada vez más, fuera en las interacciones del concejo jedi o en la influencia del canciller Palpatine sobre Anakin. En ese sentido, la atmósfera oscura de esta obra —una de las más sombrías de toda la franquicia— se ve amplificada por la siempre superlativa banda sonora de John Williams. La interpretación de Hayden Christensen, muy atacada por mucho tiempo, en mi opinión se adecúa a la narrativa en esta obra (algo que no ocurría en las dos entregas previas) para retratar, en todos los sentidos, a un personaje trágico.

La tragedia griega se caracteriza en primer lugar por la fatalidad del destino, o la Moira, como la llamaban. Esta se cierne omnipresente sobre la narrativa y sus personajes. Si bien la razón es extradiegética, al ser una precuela con un fin concreto que es el de contar la transformación de Anakin en Darth Vader y lo sabemos, Lucas utiliza ese hecho a su favor, construyendo toda una estructura a su alrededor que lo hace ver como lo que es: inevitable. Anakin interviene para derrotar a Windu y defender a Palpatine, asesina a padawans en el Templo Jedi y viaja a Mustafar para matar a los virreyes, en actos sangrientos, viscerales, que son expuestos con toda la carga dramática correspondiente. Llegado a ese punto, su rostro es de unos ojos amarillos y su expresión es, como se replicó hasta el hartazgo en la web, la de un dolido e iracundo ángel caído (como la pintura de Alexandre Cabanel, The Fallen Angel). En todo momento, el espectador siente que puede haber una vuelta atrás, que puede elegir no hacerlo, pero la senda trágica lo va empujando, influenciado por el miedo a perder a Padme y la influencia nociva del ahora Emperador. Como en toda tragedia griega, el miedo a que se cumpla la profecía lo lleva a accionarla él mismo.

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El camino trágico de Anakin Skywalker. Arriba, The Fallen Angel de Alexandre Cabanel.

Por otro lado, la intriga política sí funciona en esta obra. Aunque luego potenciada y complementada por la serie animada The Clone Wars, en esta obra se deja entrever la decadencia de la Orden Jedi, alienada por los intereses políticos, y la mano maniquea de Palpatine detrás. Coruscant, con su paisaje cyberpunk de edificios colosales, es el escenario de una tensión política que va in crescendo, hasta el accionar de la Orden 66 y la promulgación en el senado de la conversión de la república a imperio. En este sentido, Lucas también es inteligente al traspolar de la historia universal a esta franquicia (así como también fue inteligente en su momento al traspolar los arquetipos de El héroe de las mil caras a la trilogía original), el uso político de un chivo expiatorio como es el de los jedis para crear un enemigo común y edificar sobre él una estructura fascista.

Y si hay algo que resaltar en cuanto al cómo materializa el universo, Lucas siempre tuvo como uno de sus intereses principales el de la innovación tecnológica, ya desde el comienzo de la franquicia, con Industrial Light and Magic. Los efectos especiales demostraron envejecer bien, así como todo el costado técnico del sonido y la imagen. En su momento, yo criticaba el uso ubicuo de la pantalla azul (y lo sigo haciendo) pero en este caso se ve justificado por los espacios utilizados, en donde lo futurista se encuentra bajo la forma de la arquitectura megalítica de Coruscant, los espacios rocosos de Utapau o el fuego y la lava de Mustafar.

Una lucha de muchos significados.

En este sentido, la conclusión de esta obra, de esta trilogía y del arco de personaje de Anakin Skywalker trascendió en la memoria. El combate de este último y Obi Wan-Kenobi, entre fuego y azufre, con la potencia resonadora de “Battle of the Heroes” es poderosa en muchos niveles. Es la lucha entre los ideales jedis de un pasado que ya murió y un nuevo eje oscuro y fascista que busca imponerse. Es la lucha entre la mano del libre albedrío y la fuerza arrolladora de una profecía. Pero ante todo, es la lucha entre un maestro y un discípulo, que se convirtieron en amigos y hasta en hermanos. El entrechocar de los sables de luz, ambos de color azul, contrastan contra un rojo y naranja que buscan invadir todo; de un fuego oscuro que termina por cubrir al cuerpo de Anakin y descascararlo, en el comienzo de una aparente muerte de quien fue antes y de un resucitar de quien se va a convertir.

Las secuencias finales condensan de alguna forma toda la oscuridad presente en la obra y toda la luz de lo que va a acontecer después, y que ya conocemos de las películas originales. El cuerpo quemado de Anakin entra en el quirófano, mientras el cuerpo de Padmé desfila en procesión. De alguna forma, el montaje paralelo indica un hecho: Anakin pareció haber muerto con Padmé y sufrió la trágica transformación en aquel ser cubierto por una armadura negra, de una pesada respiración artificial y con la voz de James Earl Jones. Sin embargo, un último hilo de luz se encuentra en aquel collar que el pequeño Ani le dio a Padme y que esta sigue teniendo entre sus manos. El mismo signo se encuentra en la adopción de Organa de Leia, y en la de Luke a manos de sus tíos, mientras Obi-Wan ya observa a la distancia, se aleja, y sobreviene aquel atardecer (¿o amanecer?) de los dos soles de Tatooine, en lo que en un futuro será una nueva esperanza.


Nota por Alex Dan Leibovich | Periodista | Redactor en Clarín, Peliplat y Erramundos.


Publicado el 30 de abril del 2025, 6.57 PM | UTC-GMT -3.


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