Pelotas en juego (2004): ¡Thank you Chuck Norris!

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La comedia fue uno de los géneros más populares del Siglo XX, generador de estrellas en las cinematografías de todo el mundo, aunque nunca fue un género taquillero (ya no digamos ganador de premios o de prestigio): en el libro 50 películas que conquistaron el mundo, el crítico Leonardo D’Espósito recorre precisamente el podio de las primeras cincuenta películas en materia de recaudación en cien años de cine y allí aparece sólo una comedia, Locuras en el oeste (Blazing Saddles) de Mel Brooks. Después hay películas que recurren al humor, claro que sí, pero ninguna que sea única y exclusivamente una comedia. Más allá de los tiempos del cine mudo, la comedia norteamericana tuvo una popularidad notoria en las salas entre los 70’s, 80’s y 90’s, años en los que aparece un amplio abanico de propuestas destinadas a diversos públicos, desde la picaresca de Porky’s (Idem) hasta el humor más intelectual de Woody Allen, desde el humor visual de los ZAZ a la comicidad corporal y sensible de héroes de la época como Steve Martin o Chevy Chase, hasta el reinado de la comedia romántica, la comedia adolescente de John Hughes o la aparición de nuevas figuras con el salto de la televisión al cine, con Adam Sandler como principal estandarte de una generación. Con esto, decir que obviamente la comedia había tomado las carteleras del mundo. Ya lo digo, no llegaban a los números de, por decir, Terminator 2: El juicio final (Terminator 2: Judgment Day), pero sí que era recurrente verlas ahí, en el cine, en la sala, con otros. Y reírse -y reírse en grupo- era una experiencia habitual y maravillosa. Pero a comienzos de este nuevo y desorientado siglo, la comedia pasó a ser algo marginal para las salas, su reinado se fue apagando y hoy cuesta realmente encontrar una comedia pura y dura en la cartelera. Todo esto, para decir que muchas de las mejores comedias norteamericanas de este siglo no pasaron por los cines argentinos, sino que fueron directamente al DVD o al Blu-Ray, el refugio para aquellos que amamos el género. Uno de esos ejemplos es la increíblemente graciosa Pelotas en juego (Dodgeball: a true underdog story), que para mantenernos en tono con su propuesta de película deportiva, es una campeona olímpica en eso de generar risas con una efectividad muy poco frecuente: no exagero si digo que tiene un chiste por minuto, un chiste por línea de diálogo. Y son todos buenos.

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Pelotas en juego contiene a la película deportiva y, dentro de ese hermoso subgénero, a las películas deportivas sobre perdedores. Y es como muchas de las comedias de esa época, la invención de un mundo absurdo que parece habitar de forma paralela el nuestro (por esa época me refiero a entre 1995 y 2013, es decir desde Billy Madison -Idem- a Este es el fin -This Is the End-, cuyo título sería premonitorio para esta generación de comediantes). En la comedia de Rawson Marshall Thurber (luego volveremos a él), Peter La Fleur es el dueño de un gimnasio de mala muerte (Vince Vaughn, un tipo salvado por la comedia cuando su carrera iba a ninguna parte) que se inscribe en un campeonato de dodgeball -que es como los quemados o el matador, o como llame en su país a esta disciplina estimado lector-, para salvar su emprendimiento de la absorción del corporativo Globo Gym de White Goodman (Ben Stiller). Pelotas en juego va construyendo la rivalidad entre los antagonistas, pero todo termina estallando con la puesta en marcha del campeonato de dodgeball en Las Vegas. Es verdad que hay aquí un aire a BASEketball (Idem), una fallida comedia de fines de los 90’s de David Zucker en solitario, con Trey Parker y Matt Stone, pero todas las piezas encajan de una manera impecable: empezando por los mencionados rivales, pero también por la clientela imposible del gimnasio de La Fleur con creaciones maravillosas a cargo de Stephen Root, Alan Tudyk o Justin Long, entre otros. Y sin olvidar a Patches O’Houlihan, el inventor del dodgeball, quien nos enseña que para triunfar en este deporte hay que aprender las cinco D del dodgeball: “dodge, duck, dip, dive and dodge!”. O’Houlihan está representado de joven por Hank Azaria, a través de videos educativos en blanco y negro, muy en la onda de los videos escolares de Los Simpson (The Simpson). Y de viejo, en una versión militarista y pasada de rosca, por el inolvidable Rip Torn, cuyo doloroso entrenamiento consistía en arrojarles a los deportistas pesadas herramientas metálicas para que aprendan a esquivar. La típica secuencia de entrenamiento de los relatos deportivos adquiere aquí una notable efectividad en el uso del humor físico, al nivel de generar un dolor que es siempre un delirio maravilloso.

Además de la comedia, la comedia deportiva, la comedia deportiva sobre perdedores, también tenemos en Pelotas en juego una mirada sobre las corporaciones, sobre el tema de la obsesión por el cuerpo a través del White Goodman de Stiller, quien a pesar de ser una estrella para esa época aquí aparece como personaje de reparto, como antagonista, aunque cuando aparece se devora la pantalla. Goodman es uno de sus mejores personajes, una invención desaforada, muy en la senda del humor de Mike Myers, pura caricatura y creación por la vía del disfraz: tiene una relación sexual con la comida, tanto es así que uno de sus empleados lo encuentra a punto de meterse una porción de pizza en la ropa interior. Es también uno de esos personajes que la patrulla de la corrección política actual diría que “hoy es imposible”. Goodman es el dueño de Globo Gym, una cadena de gimnasios que es como una corporación malvada a lo villano de James Bond, que busca absorber todo con un disciplina y fascinación por el cuerpo bordeando el imaginario nazi con una alta dosis de chicle globo de los 80’s. La rivalidad obviamente los deposita en la final del torneo, donde aparecen otros personajes inolvidables, como el comentarista televisivo de la cadena ESPN ¡el ocho! a cargo de Jason Bateman, el representante del deporte de William Shatner, el entrenador alemán de David Hasselhoff o el jurado a cargo de Chuck Norris, quien define un partido con su pulgar en alto y el famoso intercambio de miradas con Vince Vaughn que termina en el recordado “¡Thank you, Chuck Norris!”.

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Pelotas en juego está repleta de grandes secuencias y chistes únicos, además de aplicar perfectamente las reglas de los relatos deportivos, donde la tensión va escalando hasta el último juego, donde las cosas se definen en un cruce a vida o muerte con el principal contrincante. En el camino, obvio, se termina construyen la épica de lo imposible, a cargo de personajes sin demasiadas luces que terminan triunfando por su sentido de la nobleza. De hecho, La Fleur está a punto de traicionarlos y la película juega al suspenso con su decisión, pero todo termina en un gran triunfo de los marginales, el relato del underdog perfecto. El director, Rawson Marshall Thurber, seguiría probando suerte en la comedia con la muy buena ¿Quién *&$%! son los Miller? (We're the Millers), pero a partir del vínculo creativo con Dwayne Johnson se iría corriendo hacia la comedia de acción o directamente hacia la acción, con películas como Un espía y medio (Central Intelligence), Alerta roja (Red Notice) o Rascacielos: rescate en las alturas (Skyscraper), todas bastante irregulares para ser honesto. En todo caso la invención de Pelotas en juego, de la que además es guionista, es suficiente como para haberse ganado un lugar en el Olimpo de la buena gente. Y sí, necesitamos que alguien la reestrene para verla en los cines como como tiene que ser.

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Alejandro Franco "Arlequin"
Alejandro Franco "Arlequin"
 · 04/10/2024
Dodgeball es deliciosa. Era una época en donde Stiller estaba afiladísimo (Tropic Thunder!). Es una lástima que el director haya descarrilado porque Un espía y medio, Alerta Roja y Rascacielos son unos bodrios rampantes o están plagados de ridiculeces.
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Z. Bravo
Z. Bravo
 · 10/11/2024
interesante tu punto de vista
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