Las herramientas del thriller pueden ser utilizadas en multiplicidad de formatos y áreas dentro del cine. Uno está acostumbrado al más “puro” y duro de todos, aquel que linda con el policial, pero también se encuentra en las periodísticas como All the President’s Men o la reciente September 5, o en las que tratan de juicios como 12 Angry Men o Argentina 1985. También apareció recientemente uno que se mete de lleno en la Iglesia, más precisamente en la tensa coyuntura previa a la elección de un Papa, evento que le da nombre a la película: Conclave.
Basada en el libro de Robert Harris y dirigida por Edward Berger, conocido por su Sin novedad en el frente, la obra se levanta sobre un escenario ficticio pero que bien pudo suceder (y podrá suceder) de forma similar: el Papa murió y se debe nombrar a uno nuevo, por lo que el decano Cardenal Lawrence, interpretado por Ralph Fiennes, debe supervisar los pormenores de la elección a puertas cerradas.

En ese sentido, la película hace un gran trabajo al generar una verosimilitud sólida y adecuada a un evento tan conocido pero de lo que se sabe tan poco. El trabajo de investigación detrás es profundo y logra sumergir a la audiencia en aquella atmósfera de intriga en la Iglesia, entre grandes muros, vitrales, monjas y cardenales.
Y el thriller se mezcla con el policial, géneros que lindan tan cerca uno del otro, y Lawrence se transforma en un detective que debe atar cabos sueltos con una mano dura, sin importar las consecuencias políticas de cada acción tomada. Su Watson, Raymond O'Malley, lo asiste con información, y así, se desenmascara a cada cardenal por hechos diferentes, pero que en todos los casos esconden lo mismo: abuso de poder. Cada hecho descubierto es un punto de giro que acelera la trama y que busca sorprender al espectador de forma efectiva; son plot-twists al mejor estilo Game of Thrones.

Y como en aquella serie y en tantas otras políticas como House of Cards o la reciente House of the Dragon, cada persona tiene también su propia agenda y pueden remitir muy bien al presente más coyuntural. Se podría considerar a la Iglesia como un microcosmos político del mundo, con sus diferentes alas, intereses y objetivos. Lawrence, sin aparentes pretensiones de poder, coordina una elección que va mutando drásticamente a medida que se van desenmascarando a las personas que persiguen el puesto máximo de poder en la Iglesia.
Mientras que el cardenal Bellini, interpretado por Stanley Tucci, está orientado a la izquierda, el cardenal Trembley se encuentra ligado a un ala más de centro-derecha, Tedesco está inclinado a la posición de derecha más conservadora y Adeyami en la posición más de ultraderecha. Las consecutivas votaciones y descubrimientos hacen mella en cada decisión, y lo que ocurre a lo largo de meses (y años) en cualquier elección política de un país, en el Cónclave se concentra en el espacio de unos días: picas, tranzas, rosca y la frase que más resuena en Argentina y que aparece en la película: votar al “menos peor”.

Gran parte de la película es a la vez un reflejo de la realidad geopolítica actual en el mundo. La preponderancia de las derechas es fuerte. En ese sentido, se podría sumar a esta obra a la lista de cintas cuyos subtextos remiten de forma inmediata al mundo actual polarizado como lo fue Civil War o Dune, en ciertos sentidos. Las primeras votaciones dejan en clara la posición más derechizada de la iglesia. Sin embargo, un sujeto externo aparece de forma sorpresiva en el evento y da vuelta el tablero: el cardenal Benítez. Este, el más cercano al actual Papa Francisco (es latinoamericano y de izquierda) expresa tal vez el deseo de quien dirige: la victoria de esta posición.
En el proceso, también se juegan los más profundos dilemas religiosos, que a su vez están dispuestos de formas sutiles y ambiguas. Estos se manifiestan en general a través de la perspectiva de Lawrence y Ralph Fiennes hace un gran trabajo retratando a un cardenal conflictuado con la fe y que en verdad no desea tener el peso que tiene entre sus manos. Por otro lado, la hermana Agnes (Isabella Rosallini) resalta como el contrapeso femenino, y cierta mirada externa de lo que sucede.

A su vez, la ausencia del Papa es también una presencia. Su muerte inicial no impide que sus huellas estén impresas a lo largo de la obra, tanto en los documentos que deja, como en sus pensamientos e ideas que mencionan otros personajes. Es alguien que, pese a no haber dicho palabra alguna en plano, resuena e influye en la sucesión de acontecimientos, como un fantasma que vaga entre los muros de la iglesia.
La escenografía exquisita, así como el vestuario y las interpretaciones resaltan a través de una fotografía sublime: planos y planos que a la vez son fotos armoniosamente dispuestas, en donde imperan el rojo y el blanco.

Conclave es un thriller papal que juega fuerte en la temporada de premios de este año. Ya ganó muchos, y si bien opino que tampoco es un contendiente enorme, sí es es una obra sólida y entretenida, que a su vez contiene subtextos ligados a la fe, a la política y a la compleja coyuntura actual.
Nota por Alex Dan Leibovich | Periodista | Redactor en Clarín, Peliplat y Erramundos.
Publicado el 27 de febrero del 2024, 1.55 PM | UTC-GMT -3.
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