Hay pocas películas que destilen carisma y comfort en absolutamente todos sus aspectos, desde las actuaciones hasta en los escenarios que suceden los acontecimientos. Tan pocas son que en efecto podemos nombrar tres: “Ocean's Eleven” (2001), “Ocean's Twelve” (2004) y “Ocean's 13” (2007).
Dirigidas por el prolífico y camaleónico realizador estadounidense Steven Soderbergh (que, para variar, entre cada película de esta trilogía, realizó y estrenó otros títulos tan versátiles como su estilo), con argumentos que siempre revolvían en los mismos objetivos (ladrones que roban a ladrones) e, indiscutiblemente su atributo más fuerte, un elenco brillante que se mantuvo consistente, aun entre nuevas incorporaciones y sorpresivas ausencias.

Más allá de toda la pericia técnica, narrativa y artística (de la que podríamos hacer un artículo extenso por cada uno de los episodios), la trilogía “Ocean's” cuenta con la gracia divina equivalente a lo llamado “relámpago en una botella”: algo tan difícil como imposible y sin dudas irrepetible. Y sin embargo, Soderbergh y su troupe lo lograron no una, ni dos, sino tres veces.
Vi estas películas en el momento de su estreno y las encontré dispares, sensación que cambió por completo al revisionarlas en los últimos días.
La que yo consideraba la mejor de todas, “Ocean's Eleven”, ahora la siento concisa y correcta, pero tan calculada (como los mismos atracos) que le falta cierta flexibilidad y relajación, aun con todas sus partes funcionando a la perfección.
“Ocean's Twelve” siempre la recordé como la más floja, aburrida y compleja de todas, excesiva sin razón de ser y con un par de inconsistencias formales que por años no logré conciliar. En pocas palabras, pensaba: “¿hacía falta arruinar todo así?”.
Ese pesimismo me acompañó al ver “Ocean's 13”, pero me encontré con un muy tierno cierre a la saga, que regresó a los personajes a la jungla de neón dónde los conocimos, Las Vegas, con un guion sin dudas más apresurado y arbitrario, pero que daba lugar a los momentos puntuales que deséabamos ver: bandidos encantadores que engañan y roban a rastreros más desagradables.
Y ahí tenemos, con un modesto moño, un paquete encantador de tres películas sumamente entretenidas pero con un nivel de sofisticación soberbio.

Volviendo a las dos primeras, pongámonos en la mente de sus realizadores (porque si bien Soderbergh es quien está detrás de las cámaras, el magnetismo de sus intérpretes tienen tanto peso en el encuadre como el director). Se trataba de una remake de “Once a la Medianoche” (Lewis Milestone, 1960), cuya historia encontraba a unos veteranos de la Segunda Guerra Mundial decididos a darse una recompensa robando cinco grandes casinos de Las Vegas en plena víspera de Año Nuevo.
“Ocean's Eleven” mantienen ciertos elementos pero los aggiorna con las mejores armas que podía dar el nuevo milenio: estrellas de Hollywood y todo un repertorio de herramientas audiovisuales.
El escenario sigue siendo Las Vegas, pero en vez de cinco serán tres casinos, y no será un 31 de diciembre sino un día cualquiera que casualmente habrá una importante pelea de boxeo en uno de ellos. Las mentes maestras detrás del atraco serán Danny Ocean (George Clooney) y Rusty Ryan (Brad Pitt), trayendo consigo un equipo de profesionales en cada área, con personalidades desiguales pero que entrarán en sintonía en el momento justo que sepan el potencial dinero que se llevarán si todo sale acorde al plan.

Y ahí hay un gran atributo que tienen las tres películas: nunca habrá ningún conflicto entre este grupo de hombres, jóvenes y viejos. Siempre habrá camaradería, amistad y cariño entre ellos. Los problemas irán y vendrán, aparecerán otros personajes dispuestos a arruinarles las cosas, pero la unión humana entre ellos permanecerá intacta. Soderbergh, de esa manera, logra algo simple: si todos están adentro del plan, nosotros también.
Ese es el hilo conductor a lo largo de la saga. Nos presentan unos personajes con distintas cualidades pero que solo coinciden en la empatía y el ya mencionado carisma, lo que es momento de mencionar a otro pilar de este elenco: Matt Damon, como Linus. Un muchacho que ingresa al equipo por “conocidos” y que nunca entendemos realmente cuál es su fuerte, pero siempre intenta estar a la altura, a veces consiguiéndolo y otras no. Pero esa inocencia y tozudez que lo caracteriza es la frescura que mantiene tangible a un conjunto de hombres expertos.

Sinceramente, no hay mucho que reprocharle a “Ocean's Eleven”. Es un reloj suizo en lo narrativo y está filmada con un montón de recursos clásicos (encuadres, zooms, travellings, montajes paralelos y sin olvidar la deliciosa banda sonora, siempre predominando el jazz que representa la precisión e improvisación que son los atracos). Cada presentación de personaje, cada revelación de información, cada sorpresa, cada giro o cada engaño (para personajes como espectadores) se dan sin trampas, fluyen como una bolita en una ruleta.
Caen donde tienen que caer.
Pero el azar es el Dios Todopoderoso y aunque estos ladronzuelos piensen tener todo el plan milimétricamente solucionado, puede terminar tocándonos otra carta que no esperábamos. Y ahí está otra estrella encandilante, Julia Roberts, como Tess, ex-esposa de Danny, pero ahora pareja del temible Terry Benedict (un fantástico Andy Garcia), dueño del casino más importante de los tres a robar. ¿Fue azar o todo un plan de Danny para llenarse de dinero y además reconquistar a su viejo amor? ¡Queremos saber y es un placer ir sabiéndolo!

Lo repito, si hay algo malo en “Ocean's Eleven” que no la hace la mejor de las tres, es porque existe “Ocean's Twelve”. Sí, la que yo por años pensé que era un despropósito absoluto, fue por la que quedé completamente rendido a sus pies. Hace unos días, pensaba escribir solo un artículo sobre la secuela, pero me era mejor ubicarla en el contexto de las tres para hacerle justicia.
¿Por qué es perfecta? Por ser exactamente lo que esperábamos y, al mismo tiempo, todo lo contrario. Vuelven los mismos personajes, pero con un mínimo detalle que cambia toda la perspectiva. En un orden natural de los acontecimientos, Benedict encuentra a cada uno de los ladrones y les ofrece un simple trato: devolverle lo que le arrebataron, más los intereses, o se enfrentarán a las consecuencias. Tan simple y tan perfecto.

Y tan lleno de complicaciones. Obviamente, estos tipos se gastaron parte o casi todo el dinero. Hay una excelente escena con todos juntos haciendo cuentas para ver si llegan con lo restante de sus partes para cumplir con la deuda o si deben, ¡que obvio que deben!, planear otro atraco para llegar al número. Allí los tiene Soderbergh, reunidos, nuevamente mostrando esa química estupenda entre los actores, con diálogos que dicen lo justo pero con una picardía que solo se consigue con actores que se llevan bien en la acción como después del “¡corte!”.
Luego, la película toma vuelo. Literalmente. La acción irá a varias partes del mundo. Habrá todo tipo de escenarios, paisajes y colores para que el director truene los dedos y diga “acá me voy a dar el lujo de dirigir lo que quiera y cómo quiera”. ¿Estuvo todo planeado desde el guion o simplemente el deseo de filmar algo tan libre y anárquico lo que fue armando el argumento? No lo sabemos, pero funciona. “Ocean's Twelve” es un festín a los sentidos.

Aun viéndola por segunda vez, todavía no logro calzar todas las piezas del argumento. No sé dónde está el engaño, cuándo sucede o si realmente es un engaño al fin. ¡Solo sé que me estoy divirtiendo como nunca!
Incluyendo a dos personajes fascinantes, Catherine Zeta-Jones, como una detective ex-novia de Rusty (el regreso del viejo amor, Tess, pero con la complicación de estar del lado de la ley es una decisión muy inteligente); y a Vincent Cassel como François Toulour, un ladrón francés que se entromete en los planes del grupo solo para demostrar que él es el mejor atracador de todos. Dos incorporaciones que elevan la película, no solo en lo estelar, sino en los mecanismos de la trama.

Párrafo aparte para Linus, un Matt Damon que siempre logra sobresalir o estar a la altura de tipazos como Clooney y Pitt. Su personaje siempre trabaja a la par de todos, pero va ganando peso y responsabilidad. Como si quedaran dudas, Damon fue, es y siempre será un excelente actor de cine.
Todo llega a su fin, lamentablemente “Ocean's Twelve” también, pero lo hace en una nota tan alta con todos los personajes reunidos pasándola bien, disfrutando de la compañía entre ellos, casi como si Soderbergh hubiese puesto cámaras en la fiesta de fin de rodaje y decidiera incluirla como escena final. El freeze frame previo a los créditos es una hermosura, miren nomás:

Ah, me olvidaba, y porqué no mencionar también esa decisión que tanto me molesto por tantos años. El momento en el que el atraco se vuelve tan complejo que Tess debe participar. ¿Cómo? Simplemente, hacerse pasar como Julia Roberts. Siempre tuve problemas con esta secuencia. Si Julia Roberts es Tess en el universo de “Ocean's Twelve”, ¿por qué tiene que existir Julia Roberts? Seré muy rebuscado, lo sé, pero nunca lo pude tolerar.
Y al verla de nuevo, me encantó, porque es la autoconciencia pura de ese “relámpago en la botella” que lograba repetirse. Si todavía conservamos esa magia, llevémosla al extremo. Así resulta en una corta pero divertidísima y tensa secuencia, hasta con Bruce Willis derrochando toda su onda, que pasa tan rápido y es tan insólita, que ahora habiéndola visto de nuevo, pienso que no podía funcionar de otra manera.

Con “Ocean's 13” culminamos no en una nota tan alta como las dos anteriores, pero sí con una despedida más que digna. Regresa todo el equipo en modo “boys only”, ya sin Roberts o Zeta-Jones, impulsados a actuar por justicia más que codicia. Y no será tanto un robo esta vez, sino arruinar el casino de un inescrupuloso que atentó con la vida de uno de ellos. En una saga que se mantuvieron siempre vigentes los códigos y la amistad, es justo que se termine con una cuestión personal.

Nada más que Al Pacino para interpretar con maestría al villano Willy Bank (porque faltaba un “banco” en estas tres películas para robar, ¿no?) y es la incorporación más distintiva en esta adecuada tercera parte. El guion sigue siendo preciso y nunca estancado, pero predominan más lo absurdo y lo arbitrario, como si esta vez se dieran el gusto de jugar a la par de entretener. El resulto no deja de ser satisfactorio, porque la magia sigue intacta, pero el factor sorpresa tiene menor impacto.

Aún así, sigue siendo un cierre satisfactorio, y bastante laudable en la consistencia de su realizador como de sus intérpretes principales, como en cada una de las historias. Se trata de tres películas en que nos pone felices ver a tipos que no son como nosotros ni tampoco quisiéramos estar en sus zapatos mientras hacen sus hazañas. Nuestra riqueza está en sus triunfos.
Dicho esto, es un muy simpático detalle que el último plano de la trilogía sea la de un pobre hombre común triunfando y ganando mucho dinero, con Rusty sonriendo antes de desaparecer. Es la afirmación de que aun después de toda la pompa y los lujos, lo que predomina es la alegría de los que no tienen suerte. En la ficción, la suerte se crea a través del guion. La realidad es manejada por otros hilos. Finalizar con otra persona y no ellos triunfando (aunque sí triunfaron) es un cierre todavía mejor.
A modo de conclusión, repasando estos tres maravillosos ejemplos de cine de entretenimiento pero también de gran destreza cinematográfica, me pregunto: ¿siguen existiendo este tipo de películas?

En la actualidad donde predominan las pantallas verdes porque es más barato hacerlo en un estudio, o los encuadres cerrados en contraplanos porque no es posible tener a más de un actor el mismo día del rodaje, más se disfruta y más se le da valor a la trilogía “Ocean's”. No era cuestión de suerte, sino de actitud.
Del deseo de contar historias y filmarlas por el placer de estar todos juntos haciéndolo. El éxito era solo un resultado, no un fin. Estas películas ya eran exitosas mientras se realizaban, porque no hay mejor sueño que estar haciéndolo realidad en el momento. Al final, no era tanto la recompensa, sino todo lo que pasa en el medio hasta conseguirla.
Hoy muchos ya deciden qué piensan de algo incluso antes de verlo porque es más importante la opinión de otros que la propia. Para mí no. Es ver la película sin importar qué nos parecerá al final, sino lo que nos pasa cuando la vemos.
Ahí está el tesoro.