
Casi se cumple una semana de los Oscars 2025, y sus secuelas continúan haciendo eco en todas las redes sociales. El discurso larguísimo de Adrien Brody, la sorpresiva victoria de Mikey Madison en la terna de mejor actriz cuando todas las probabilidades apuntaban a Demi Moore, y la gloria para Anora son solo algunos de todos los temas constantemente comentados. Además, no pocos debaten acerca de la performance tributo a James Bond ¿Se está por estrenar una nueva entrega? ¿Acaso tenían pensando anunciar al sucesor de Daniel Craig? No. Sin embargo, la organización del evento juzgó pertinente la inclusión del show en el cronograma. Margaret Qualley bailó, tres artistas que nada tienen que ver con la franquicia cantaron, y eso fue todo.
Lo ilógico e inconexo del momento me hizo pensar en algo también desarticulado de la ceremonia. Queer, lo último de Luca Guadagnino con el hombre 007 y Drew Starkey. Su reencuentro con las ideas de Call Me By Your Name, pero, esta vez, más sombrías y unilaterales. Al anunciarse los nominados unos meses atrás, todos señalaron la ausencia de Challengers, y tuvieron mucha razón en hacerlo. Sin embargo, la adaptación de la novela de William S. Burroughs era aún más merecedora de quedar en la shortlist. Es probable que no muchos sepan esto, ya que A24 la promocionó como si fuese el primer filme de un cineasta novato. En realidad, es la mejor creación de Guadagnino, y es una pena que la mayoría se esté enterando recién ahora, con el estreno de la película en Mubi.
Sería absurdo acusar a los votantes de los Oscars de homofóbicos, siendo que múltiples precedentes indican lo contrario (Luca mismo fue nominado en el 2018 a Mejor Película por su reversión del relato de André Aciman). Irónicamente, parece ser el único argumento válido para explicar la desatención absoluta hacia su impecable trabajo durante el 2024. Acá, un desglose de los tantos aciertos de Queer, porque si las condecoraciones mayores no le fueron entregadas, es hora de que los interpelados por la historia la hagan resaltar.
Guadagnino pone un freno a sus romances joviales y fogosos
Ciudad de México, 1950. William Lee es un expatriado estadounidense que apenas consigue atravesar su día a día gracias al abuso de sustancias y a los encuentros sexuales con hombres más jóvenes. Muy a pesar del físico deteriorado del protagonista, la monotonía dañina parece no tener fin. Hasta que conoce a Eugene Allerton, un joven soldado estadounidense que también es expatriado, y desarrolla una obsesión enfermiza con poseerlo. A partir de este giro narrativo, Guadagnino comienza a deleitarnos con el tira y afloje paulatino que tanto le gusta a sus fanáticos. Lee no deja de idolatrar a Allerton, mientras que este se mantiene distante ¡Pero no por mucho! (diría la filmografía entera del cineasta italiano, si pudiese hablar).
Un autor cómodo en sus destrezas mejores ¿Qué más se puede pedir? Contrario a los directores que saltan a la fama por un tipo específico de tratamiento diegético y luego deciden abandonarlo en búsqueda de tramas sin sentido alguno, Luca es habilidoso en la edificación trágica del devenir homosexual, lo disfruta, y no va a desviarse de ese recorrido. Podemos sentir su éxtasis en cada plano, y pese a que ello aplica a todas sus piezas, Queer alberga el mayor cuidado y detalle. Siendo un proyecto que Guadagnino tenía en mente desde los diecisiete, cuando se encontró por vez primera con Burroughs y su monstruo literario, no es de extrañar tal esmero en el proyecto.
Ello no significa que se esté repitiendo a sí mismo cuál autómata. Al contrario, su última cinta se sostiene sobre una novedad absoluta, aunque suene incongruente. Sí, el amorío entre hombre y hombre está ahí, como también la asimetría del cariño. Pero, en esta ocasión, no todos los cuerpos que aman son esbeltos y sensuales. Al contrario, el Lee de Daniel Craig es la decrepitud hecha ser vivo. En Call Me By Your Name, el Oliver de Armie Hammer fue construido a base de una adultez jovial, mientras que el leading man de Queer posee una madurez indeseada, rechazada por él mismo. Aquella masculinidad intocable que la franquicia de James Bond construyó alrededor de Craig no le sienta bien a Lee, que a duras penas mantiene una falsa postura de Dandy en su recorrido de bar en bar, antes que la soledad y la adicción se apoderen de él antes de dormir.
Esa decadencia se refuerza en la actitud distante de Allerton, uno de los personajes más fríos en la filmografía de Guadagnino. Si el Elio de Timothée Chalamet rejuveneció a Oliver con su infranqueable fascinación, la indiferencia de Eugene para con su acosador lo envejece segundo a segundo. En el cine de este director, el romance es pulsión de vida, y su carencia concibe una diégesis decaída. Los pocos momentos cálidos que el par comparte revelan deseos de aplacar la lujuria, la desolación, e incluso destilan algo de caridad. Pero jamás amor, jamás un anhelo bilateral.
Claro está, bajo dicha premisa, Craig eclipsa la actuación de Starkey casi por completo, y los críticos no omitieron el señalamiento de dicho desbalance. Si bien es cierto que los repartos duales del italiano siempre comparten protagonismo y nos regalan desempeños sobresalientes, no es molestia ver al ex agente secreto robándose cada segundo del filme. Se trata de un liderazgo merecedor de una nominación a los Oscars, porque la ambición de Queer no tiene límites.
El México recreado dentro de los icónicos Cinecittà Studios no quiere asemejarse tanto al real como sí servir al universo de Lee. Desde los bares de mala muerte hasta la anchura de las calles, pasando por las peleas de gallos nocturnas y el cine que visita con Allerton, cada recoveco se nos muestra hermoso, pero oculta lo mejor de su belleza ante el marginado interpretado por Craig. La sublimidad lo rodea a la manera de un halo, sin tocar ni una porción de su marchito ser. Lo mismo sucede con la música, las luces y los colores. Él está solo, y Queer lo evidencia a nivel temático y técnico.
Cabe destacar el planteo de la telepatía, que inyecta a la producción de la sentimentalidad romántica faltante entre Lee y Allerton. Las escenas en las que el cuerpo del primero se divide en dos, su parte física y su parte “extra-sensorial”, revela un lado del cine de Guadagnino nunca antes visto. Por primera vez, se aleja de los arrebatos pasionales que ya son una marca en su quehacer artístico, y prefiere experimentar con la serenidad del desamor. La cronología del vínculo que es motor de la película no sufre tantos altos y bajos extremos. Más bien, se encuentra estática en la formalidad, excepto por algunos vaivenes ocasionales con los que Lee se conforma para seguir respirando a través del escaso interés de Allerton.
Los últimos minutos de la cinta representan su clímax absoluto. Incluso, podría decirse que es el clímax mejor construido de Guadagnino hasta hoy. No vale la pena spoilearlo ni analizarlo, porque es el tipo de conclusión que escapa a cualquier teoría del séptimo arte. Se siente en la piel, y es lo único que importa. Así, Queer se configura a la manera de una experiencia sin rival en lo que al drama romántico contemporáneo respecta.
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