Pizza, birra, sangre: una trilogía de Israel Adrián Caetano

Nunca me sentí muy cómodo con la expresión “cine independiente argentino” porque realmente, desde mi punto de vista, siempre sentí que todas las películas nacionales eran libres. Estamos hablando de plena década de los noventa, cuando comencé a formar mi gusto por todo tipo de cine. Si han sido atentos lectores de mis artículos, sabrán que a mí me criaron con films de Hollywood, pero en la adolescencia salía de parranda con el cine del mundo entero. Y, sinceramente, las películas argentinas parecían extranjeras. E independientes, claro.

Lo que surgió a mediados de esa década fue el “Nuevo Cine Argentino”, rótulo con el sí estoy más de acuerdo, porque comenzaron a estrenarse una serie de películas con estéticas muy definidas, muy lejos temporal y conceptualmente al cine industrial, a cargo de una camada de realizadores debutantes, que venían llamando la atención con sus cortometrajes en distintos festivales. Eran gente de facultades de cine con mucha hambre de contar historias, pero al contar con escasas herramientas, decidieron tomar municiones con la realidad.

Pizza, Birra, Faso y el origen.

Hay un puñado de títulos y realizadores que merecen un artículo aparte (pueden leer lo que escribí sobre el cine de Lisandro Alonso, uno de los nombres más destacables de la segunda etapa de ese nuevo cine argentino), pero hoy voy a enfocarme en un nombre que viene resonando hace 25 años, pero siempre al costado del camino, cargando su visión fuera de lo establecido: Israel Adrián Caetano.

Su debut en la pantalla grande fue nada menos que con “Pizza, Birra, Faso” (1997), la película que detonó la bomba en el cine nacional. Co-dirigida junto a Bruno Stagnaro, nos sumergía cinematográficamente en la realidad que vivíamos los argentinos día a día. Toda la decadencia social que nos rodeaba en la calle estaba plasmada en cada cuadro de la película, pero los realizadores no eran documentalistas. Ellos deseaban hacer cine y lo hicieron. Con actores en su mayoría debutantes y filmando en escenarios cotidianos, lograron estampar la crudeza y urgencia con la que vivían los personajes que, por una hora y media, creímos reales.

Adrián Caetano y (creo) Bruno Stagnaro.

Aún con sus fuertes escenas de violencia y marginalidad, esto no era un desfile de miseria o delincuencia. Había un relato consciente, una intención, una historia con principio, desarrollo y final. La cámara sigue al Cordobés (Héctor Anglada) y Pablo (Jorge Sesán), dos jóvenes sin aspiraciones más que vivir el día, de lo que encuentran o, en su mayoría, roban. Entre noches de pizza, birra y faso. Pero como buenos cineastas, aunque hubiera mucha cámara en mano y montaje vertiginoso, Caetano y Stagnaro tenían un guion con rumbo y sus personajes generaban empatía. Estaban haciendo cine, uno novedoso para el público argentino, pero cine al final.

Una película que fue un disparo.

Tras el éxito de la película, tomaron caminos separados. Stagnaro dedicó gran parte de su carrera a la televisión, con la brillante serie “Okupas" sacudiendo el formato de la misma manera que lo hizo con su ópera prima. Caetano, en cambio, continuó por la senda más complicada: una segunda película luego de un hito, en un territorio incierto como la industria cinematográfica argentina. Habrá sido por las dificultades del momento o por decisión propia, pero fue en el 2002 que estrenó su segunda obra maestra, ahora con sello 100% propio.

“Bolivia” es una película que puede verse como cualquier otra de esa época, pero se siente completamente distinta. Rodada nuevamente en escenarios reales, esta vez con actores más profesionales pero aun con rostros no tan conocidos, en ella Caetano hace lo inverso que en “Pizza, Birra, Faso”. Esta vez la ciudad de Buenos Aires no era ese universo caótico donde el peligro acechaba en cada esquina o las tensiones entre los personajes se cortaban con una pluma. Aquí ese mundo era un solo lugar: una parrilla de un barrio porteño. El director emplea todo lo aprendido de su debut y no apunta al cielo, sino que lleva el infierno a un lugar más concentrado.

Bolivia: el extranjero.

Con su pericia, aprovecha los espacios más chicos de la locación y presenta apenas un grupo de personas, para realizar una película intensa y claustrofóbica, pero también poética y conmovedora. Poniéndonos en la mirada de Freddy (Freddy Flores), boliviano que consigue trabajo en el restaurant, para ganar unos pesos que lo ayuden a subsistir día a día, pero mayormente para mantener a su familia en esa Bolivia que lleva en el corazón. O en la piel, como se lo recuerdan y reprochan algunos clientes del local.

El relato es la rutina del negocio, que parece ser siempre la misma, pero la vida está llena de historias dignas de ser contadas. Como la de Rosa, la camarera paraguaya, con la que Freddy entabla esa relación cómplice y amorosa en tierras ajenas. Como las que cuentan los taxistas que piden birra una tras otra, llevando a uno al nivel de la intolerancia. Como la del vendedor ambulante homosexual, Héctor, que puede esconder más de una intención en visitar el restaurant para trabajar como para alimentarse, como para otro deseo.

Intentar hacer hogar en otro país.

Debo aquí hacer párrafo aparte para Héctor Anglada, el joven actor de “Pizza, Birra, Faso” y que aquí interpreta a Héctor. Fallecido en un accidente en 2002, fue de esos talentos puros que entristece mucho haber perdido tan pronto. Con solo ver lo polarizantes que son sus interpretaciones en las dos películas, podemos comprobar el inmenso potencial que tenía un muchacho que por su fisic du rol quizás solo obtendría cierto tipo de papeles. No lo sabremos nunca. Pero el nivel de matices y sensibilidad que logra en “Bolivia” es un tesoro que tendremos siempre.

Héctor Anglada, serás eterno en el cine.

Volviendo a Caetano y su película, rodada íntegramente en un blanco y negro con esa mágica “suciedad” del fílmico, baja algunas revoluciones en los movimientos de cámara característicos de su debut, para reposar más en los detalles, tanto en planos abiertos como más cerrados. No por nada, el director utiliza el atípico crédito de encuadre, guion y dirección”, remarcando que su ojo está más allá de comandar al equipo técnico y a los actores. Así nos deja bellísimos momentos como el lento acercamiento de cámara a Freddy cuando habla con su familia por teléfono, cerrando el plano en él, en lo más importante para él.

Si tomamos a “Pizza, Birra, Faso” como una introducción al cine, en conjunto, y “Bolivia” como la confirmación en solitario, donde podemos identificar un estilo y un punto de vista, entonces sí podemos llamar una trilogía perfecta si incluimos su siguiente película: “Un Oso Rojo” (2002). Aquí llega su consumación como autor, volcándose de lleno al género y trabajando con un nivel de producción superior. No hay un distanciamiento a los universos potentes y sórdidos que caracterizaron sus dos primeras obras, pero definitivamente hay una consagración.

Julio Chávez, animal de cine.

Aquí se rodea de varios actores de gran nivel, liderados por un irreconocible Julio Chávez, como el Oso, nuestro protagonista. Lo primero que nos presenta Caetano sobre él, es que está preso por haber participado en un mortífero robo, mientras se realizaba el cumpleaños de su pequeña hija. Aquí ya entendemos que la violencia de Oso va de la mano con lo cotidiano, lo familiar. No sabe separar una cosa de la otra. O es que necesita una para conseguir otra. Años después, sale en libertad e intenta reconectarse con su familia.

Natalia (Soledad Villamil), su ex-esposa, comenzó una nueva vida junto a Sergio (Luis Machín), un apostador borracho, dando cuenta que ella no ha podido alejarse de esa espiral descendiente con tal de otorgarle algo de seguridad a su hija, Alicia (Agostina Lage). Oso intentará reconectarse con ella, al mismo tiempo que nuevamente recurre a viejos cómplices para recuperar un dinero en deuda. Nuevamente, la violencia irá codo a codo con la familia, hacia un desenlace que puede venirse ver a kilómetros, pero no nos impide querer desear que Oso tenga al menos un poco de felicidad con Alicia.

Las cosas que importan.

Si Caetano antes era sutil con su manera de usar la cámara, aquí se suelta completamente, pero siempre al servicio del relato. No hay ostentación alguna, sino una elegante narración cinetomagráfica, y no pocas escenas dignas para analizar en clases de cine. El montaje paralelo del robo del principio, con el cumpleaños de Alicia, o el del final con el acto patrio en el colegio. La íntima escena de Oso y Alicia en un bar, con el juego de las monedas. La escena de la calesita. Un tiroteo hacia el final que parece digno de un western.

También hay un notorio mérito de Caetano en la dirección de actores y la construcción de su protagonista. De comenzar trabajando con no actores, aprovechando esa inocencia para tallar dramatismo, aquí colabora con un verdadero actor para darnos un auténtico personaje de cine. En la voz, en el aspecto físico, en la mirada. Nadie podría ser el Oso como lo es Chavez. Siempre con un cigarrillo prendido o por prender, como una extensión de él o el revólver que no tiene en mano. El Oso no fuma como una chimenea, fuma como una locomotora. Está siempre a punto de llevarse puesto algo a toda velocidad. Y nosotros estamos hipnotizados viéndolo.

La cámara es un arma más.

La carrera Caetano continuó fiel a sus principios, trabajando en televisión con series como “Tumberos” o “Disputas”, luego con otro estupendo film verídico pero fiel a los géneros como “Crónica de una Fuga” (2006). Tras darse el gusto de dirigir obras más personales y experimentales como “Francia” (2009) y “Mala” (2013), volvió a las raíces brutales de sus comienzos con la excelente “El Otro Hermano” (2017) y “Togo” (2022), una película dispar pero con buenos momentos, estrenada directamente en Netflix.

Caetano en el rodaje de “Togo”.

¿Con qué nos sorprenderá en el futuro Israel Adrián Caetano? No lo sabemos, de la misma manera que ignorábamos su nombre hace casi tres décadas y nos sacudió de pies a cabeza. Responsable de una filmografía intachable, él es dueño de su destino. Merecido lo tiene.

Con una trilogía de palabras lo conocimos y con una trilogía de películas se consagró. Esperemos volver a ver pronto esa trilogía de créditos (encuadre, guion y dirección) arriba de esa trilogía de nombres contundentes: Israel Adrián Caetano.

Sea con birra o con lo que sea, brindemos por eso.

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