Las películas de David Lynch han sido catalogadas durante mucho tiempo como "alucinantes" por los cinéfilos. Muchos cinéfilos novatos no logran diferenciar a Lynch de directores como David Fincher o Christopher Nolan. Sin embargo, a diferencia de Nolan, Lynch nunca ha temido desafiar la lógica en su trabajo. Sus personajes a menudo se dividen inexplicablemente en múltiples versiones de sí mismos, sus líneas temporales se contradicen y sus espacios desafían las leyes de la realidad física.
Si abordas la tercera temporada de Twin Peaks (también conocida como Twin Peaks: The Return) como un misterio convencional y esperas que Lynch lo resuelva todo con una explicación racional, es probable que termines decepcionado. Dicho esto, también entiendo por qué muchos espectadores se sintieron defraudados: Lynch, siempre astuto como narrador, es un maestro en sembrar ganchos narrativos irresistibles. En la tercera temporada, dedicó 14 de los 18 episodios a mantener en vilo al público con la pregunta de cuándo recuperaría el agente Dale Cooper su estado mental normal tras pasar gran parte del tiempo en un estado semicatatónico.
Además, introdujo una serie de nuevos enigmas: ¿Cómo nació el demonio Bob? ¿Cuál es la relación entre los vagabundos que rondan un pueblo de Nuevo México y Bob? ¿En quién se introdujo la grotesca criatura con forma de polilla y rana en el episodio 8? Y quizá lo más intrigante de todo: ¿qué ocurrió con Audrey Horne, la enigmática y seductora joven de las dos primeras temporadas?
Pero al final de la temporada, Lynch ofreció respuestas ambiguas o ninguna en absoluto. Y, para colmo, lanzó una auténtica bomba en los dos últimos episodios. Cooper, ya recuperado, derrota a su malvado doble y viaja de regreso a 1989 para salvar a Laura Palmer, la joven asesinada en la primera temporada. Sin embargo, cuando regresa al "mundo real" con Laura —ahora con mediana edad y llamada Carrie—, descubre que Twin Peaks ya no existe y ni siquiera está seguro de si él mismo sigue existiendo.
Para el espectador promedio, este desenlace es un enigma total. Pero para Lynch, podría tener todo el sentido del mundo. Practicante desde hace mucho tiempo de la meditación trascendental, Lynch ha sido profundamente influenciado por la filosofía brahmánica india y otras tradiciones orientales, que a menudo consideran el mundo material —lo que Immanuel Kant llamaba el "mundo fenoménico"— como una ilusión.
Con esta perspectiva, muchas de las aparentes incoherencias narrativas de Lynch empiezan a cobrar sentido: él no concibe la racionalidad como un principio absoluto. En Carretera perdida, El camino de los sueños, Imperio y la tercera temporada de Twin Peaks, las identidades de los personajes cambian constantemente, porque para Lynch la identidad no está sujeta al mundo físico o material. También rechaza la linealidad del tiempo y la continuidad del espacio. Por eso, Carretera perdida presenta una estructura narrativa en forma de cinta de Möbius, mientras que El camino de los sueños y Twin Peaks muestran a sus protagonistas enfrentándose a sus propios cadáveres.
Los estudiosos occidentales suelen interpretar la obra de Lynch a través del prisma del psicoanálisis freudiano o lacaniano, dividiendo todo en "realidad" y "fantasía". Aunque este tipo de análisis puede ser útil en algunos casos, se desmorona ante escenas lynchianas que desafían la lógica espacio-temporal. Las narrativas de Lynch no son incoherentes, sino que obedecen a la lógica interna de su propio universo metafísico.
Tomemos como ejemplo una de las escenas más inquietantes del final de la tercera temporada: Cooper y su secretaria Diane mantienen relaciones en un motel al borde de la carretera tras cruzar a otro mundo. Antes de entrar en el motel, Diane ve otra versión de sí misma en la puerta. Interpretada por Laura Dern, colaboradora habitual de Lynch, esta escena recuerda su doble papel en Imperio.
La escena en sí es profundamente perturbadora. Acompañada por una inquietante balada de los años cincuenta, la unión entre Cooper y Diane no parece un acto de amor, sino un ritual oscuro. Los seguidores de Carretera perdida reconocerán de inmediato la similitud con la escalofriante escena de sexo entre Pete y Alice: la misma música, la misma cinematografía en cámara rápida, la misma sensación ominosa.
Y las consecuencias son igual de inquietantes. En Carretera perdida, Pete es abandonado por Alice y se transforma en Fred, el protagonista de la primera mitad de la película. En Twin Peaks, Cooper se despierta y descubre que Diane ha desaparecido y ha dejado una nota en la que se refiere a él como "Richard". Su misión de salvar a Laura termina en fracaso.
Fred y Pete, Cooper y Richard, e incluso “Dougie” de la primera parte de la temporada son dobles plantean la misma pregunta: ¿quién es el verdadero yo? En el universo de Lynch, que rechaza la lógica materialista, quizá todos sean el “yo verdadero”. Pero, sin importar la forma que adopten, todos están destinados al mismo desenlace trágico.
En Carretera perdida, Fred (como Pete) se enamora de Alice, que es idéntica a su esposa Renee, solo para ser traicionado y arrastrado a la violencia y la desesperación. En Twin Peaks, Cooper se convierte en Richard, y Laura en Carrie, una ama de casa en Texas. Él lo pierde todo; ella no logra encontrar el camino a casa.
Aunque Lynch se inspira en la filosofía india, su visión se asemeja más a la idea del eterno retorno de Friedrich Nietzsche que a la serena unión entre Atman y Brahman. Esa es la esencia del cine de Lynch: no la reencarnación como liberación, sino el renacimiento como un bucle infinito de confusión y aislamiento.
Las imágenes de Lynch pueden ser hipnóticas, pero en el fondo, sus películas son pesadillas. En un panorama mediático dominado por el entretenimiento comercial, es casi un milagro que una obra tan compleja y perturbadora haya sido emitida en una cadena de televisión convencional.
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